Por Guadalupe Correa-Cabrera
Posiblemente, como nunca antes en la historia más contemporánea de los Estados Unidos, se había observado tanta polarización en ese país. Las amplísimas diferencias en términos de clase, raza, ideología política y demás, no son nuevas y mucho menos insignificantes. Sin embargo, las grandes contradicciones de esa sociedad desarrollada parecen ahora poner a una parte del pueblo americano en contra de la otra. Los centros ideológicos en todos los temas tienden a desaparecer y sólo los extremos parecen hacer sentido en la mayor parte de los espacios de la vida pública y la política estadounidenses.
Estados Unidos de América, como potencia mundial, había gravitado siempre en torno a valores o ideas fundamentales como son la democracia y el libre mercado, que se tomaron como bandera y parecían desvanecer en lo formal –mas no en lo real– los enormes contrastes de un imperio que nace y se desarrolla originalmente en el seno de la esclavitud, la segregación racial y la Doctrina Monroe. El militarismo que apuntaló la economía estadounidense después de las dos guerras mundiales, la explotación de la migración denominada (ventajosa e incorrectamente) “ilegal” y el extractivismo se fundamentaron en un sistema capitalista y un Destino Manifiesto que hicieron a América “Grande” (Made America Great), y además contribuyeron a la construcción de la nación más poderosa del mundo en la era reciente.
Pero los imperios se crean y se destruyen a sí mismos; además, se desintegran con la ayuda de otros pueblos que aspiran a ser imperios también. Considerando los desarrollos de los últimos tiempos, pareciera que le ha llegado su hora a los Estados Unidos. El crecimiento de la economía y las grandes obras de infraestructura, el gran acceso a armamento y tecnologías de punta, así como la existencia de niveles aceptables de cohesión social en otras grandes naciones del mundo nos da una idea de los límites de Estados Unidos en el contexto global actual. China (en particular), Rusia, Corea del Sur y algunas otras naciones asiáticas y europeas parecieran aspirar a ser potencias –o naciones más dominantes– en un contexto de visible convergencia.
Por su parte, en Estados Unidos se hace evidente el faccionalismo político y se amplían enormemente las contradicciones, lo cual se ve reflejado claramente en los nuevos movimientos sociales y los nuevos discursos políticos de la extrema derecha y la extrema izquierda americanas. La llegada al poder de Donald Trump visibiliza en un nivel máximo la división fundamental al interior de la sociedad americana. El discurso de los supremacistas blancos, racistas, anti-inmigrantes, militaristas y extractivistas contrasta radicalmente con el de aquellos que se autodenominan socialistas y anti-fascistas y que además propugnan las fronteras abiertas, apoyando el ambientalismo, la diversidad sexual, el acceso a la salud para todos, y los derechos de los pueblos originarios.
Pareciera ser ésta una lucha entre buenos y malos, pero la realidad es mucho más compleja; no es lineal y es bastante incierta. Detrás de estas facciones parece radicar una voraz lucha por el poder político y económico que podría poner en jaque a los Estados Unidos de América.
Donald J. Trump gana la elección presidencial de 2016 y llega al poder al año siguiente, en medio de alegaciones de interferencia rusa en las elecciones. Éste es sin duda un cuestionamiento sin precedentes. Trump llega fraccionando escandalosamente a la sociedad estadounidense, y la divide en efecto como quizás nunca lo había hecho ningún Presidente en la era más reciente. Todo parece girar, desde entonces, en torno al Presidente estadounidense –la cobertura de medios, la opinión pública y la suerte de casi todos dentro y más allá de nuestro continente.
Pero recordemos: Trump no llegó solo.
En efecto, Trump no surge como “excepción a la regla” (o como outlier) en la escena política estadounidense. Trump aparece a la par de Bernie Sanders, figura clave que representa a lo que se ha denominado “socialismo demócrata” (es decir, socialismo del Partido Demócrata). En este contexto, se percibe a Trump como el candidato del supremacismo blanco de extrema derecha, y a Sanders como el candidato de la extrema izquierda –que algunos asocian, de forma errónea, con el socialismo o comunismo.
Sanders podría considerase una reacción contra Trump, pero aún más contra la parte tradicional del Partido Demócrata. Ciertamente, Bernie dividió, en cierta medida, a los demócratas en las últimas elecciones para Presidente. Incluso algunos de los partidarios de Sanders votaron por Trump para expresar su descontento con el status quo demócrata y con Hilary Clinton, su principal representante. Algunos han incluso llegado a decir que Trump debiera estar agradecido con Sanders.
Así se abre la brecha entre las ideologías dominantes en Estados Unidos como nunca antes. Trump es supuestamente el enemigo a vencer y para vencerlo surgen con fuerza otras opciones radicales, de dimensión semejante, pero operando en sentido contrario.
En este nuevo contexto, un país dividido al extremo no se concibe hoy sin sus extremas contradicciones. Por ejemplo, no se concibe a Trump sin Sanders o Alexandria Ocasio-Cortes (AOC). Por otro lado, no se concibe a los jóvenes –en su mayoría blancos– que se visten con gorras de MAGA (Make America Great Again) sin su contraparte personificada en los llamados ANTIFAs o grupos de supuestos anarquistas, denominados “anti-fascistas”, vestidos con pasamontañas y quienes promueven la llamada resistencia –a veces violenta– en contra de un sistema explotador, racista y cercano al que avanzó Adolfo Hitler. No se concibe la negación a la existencia del cambio climático sin la propuesta revolucionaria de la expansión de energías limpias. En otras palabras, los demócratas socialistas no hubieran planteado la propuesta de un “Nuevo Trato Verde” (o Green New Deal) sin la idea del calentamiento global y una gran crisis financiera inminente. No se conciben tampoco el muro fronterizo o la reacción patriota anti-inmigrante sin las migraciones masivas o el apoyo a las fronteras abiertas y a las caravanas migrantes.
En esta nueva realidad, no se pueden concebir a los “Rudos” sin los “Técnicos”. Y Trump es el más rudo de los Rudos, pero necesita de la propaganda contraria de la nueva izquierda americana para seguir alimentando a su base de apoyo.
En un país de Rudos y Técnicos, hay quienes piensan que los inmigrantes latinos y las minorías raciales en general son enemigos de la América Grande. Por el otro lado, hay quienes ingenuamente creen en el posible triunfo de un (erróneamente) denominado proyecto socialista o comunista en la tierra más capitalista del mundo. Este contexto podría ser benéfico para Trump, quien afianza su base de apoyo, divide a su oposición y bien podría ganar de nuevo las elecciones presidenciales del año 2020. En pocas palabras, el espectáculo de Rudos y Técnicos pareciera ser de Trump, por Trump y para Trump.
Sin embargo, bajos las actuales condiciones de la América “ya no tan grande”, no podemos tener certeza. La victoria del Partido Demócrata es factible también; muchos no pueden ya más con el racismo y el supremacismo de Donald Trump. La que sí es certera es la división. Y hay quienes, observando desde la distancia, podrían eventualmente beneficiarse de ella.
Después de observar la reacción de las dos facciones políticas/ideológicas contrarias estadounidenses en el marco de los debates de candidatos del Partido Demócrata este verano, las muertes de migrantes a orillas de Río Bravo y los tiroteos en El Paso, Texas, parece bastante claro el uso político que ambas facciones hacen de la tragedia del migrante indocumentado que intenta llegar o que llega a Estados Unidos. Lo que no queda claro es si lo que estamos viendo es simplemente un espectáculo más de la política electoral en la Unión Americana, o si más bien estamos siendo los espectadores de la caída de un Imperio. La Tercera Ley de Newton podría estar vaticinando este declive inminente, al tiempo que explicaría los choques sociales que se comienzan a dar en Estados Unidos en vísperas de la elección del 2020: de la misma magnitud, pero en sentido contrario.
En un escenario de Rudos y Técnicos, todo –menos la división real del pueblo estadounidense– parece ser incierto. Y en un mundo multipolar, es válido desarrollar teorías y esbozar conspiraciones. Bajo una lógica de posibles cambios en el orden mundial, naciones aspirando a ser potencias podrían estar tomando ventaja. Alimentar las divisiones podría ser una acción conveniente. Este podría ser el comienzo del fin de la historia de un imperio.
(SIN EMBARGO.MX)