Alejandro Solalinde
La coyuntura histórica del cambio de siglo, de época, de patrones culturales, de modelos económicos, nuevas tecnologías que están revolucionando al mundo; reconfiguración geopolítica, geoestratégica, demográfica, migratoria, religiosa, ecológica…nos impone muchas reflexiones, un discernimiento profundo y serio. En México estamos, además, estrenando un nuevo régimen de cambios radicales, revolucionarios, pacíficos y democráticos, pero firmes. No podemos soslayar que por más buena voluntad del presidente Andrés Manuel López Obrador para transformar al país, su gobierno tendrá que enfrentar los enormes retos en la adopción de nuevas tecnologías más acordes con el desarrollo, pero también con la preservación del medio ambiente. Independencia, autonomía de México se alcanzará, entre otras cosas, invirtiendo en ciencia y tecnología. Los combustibles fósiles son necesarios como punto de partida, pero se debe estar avanzando ya en formas alternas de energía. Nuestra ubicación geográfica es privilegiada para conseguir estos objetivos, como la energía solar, o la eólica.
En esta vorágine de mutaciones en todos los ámbitos, lo primero que se me viene a la mente como católico, es el papel de mi Iglesia. Ella es un actor fundamental a nivel nacional y mundial. El Papa mismo constituye la autoridad moral y espiritual más reconocida. Sin embargo, esta institución no es un monolito, de hecho ella es un verdadero misterio de unidad en la diversidad. La integran actores diferentes y, en unos casos, hasta contradictorios. Su fundador Jesucristo es una cosa, sus seguidores, somos otra cosa. La Iglesia, y me refiero a la totalidad de personas bautizadas de cualquier religión, participan de todas las condiciones y pareceres; visiones y actitudes ante el mundo; épocas mentales y ritmos diferentes. De por sí, nuestra Iglesia ha sido siempre lenta para responder a las exigencias de las nuevas demandas de un mundo en transformación. Su carácter de institución numerosa, más de mil millones de feligreses, le impide avanzar con el solo sentido de una de sus partes: progresistas, conservadores, ricos, pobres, hombres, mujeres, nacionalidades, ritos, profesiones, artes, jóvenes, viejos, ilustrados o barnizados, críticos, o incondicionales de buena fe. Ella tiene que mantener la unidad mientras va armonizando poco a poco cada uno de sus componentes.
Las relaciones interpersonales de sus miembros, revisten la prioridad en la vida cristiana. En este campo de las relaciones interpersonales es donde hay mayor claridad para saber quién es quién como creyente. Dime cómo te relacionas con Dios, contigo mismo, con los semejantes, con la naturaleza, y te diré quién eres.
Hoy debemos tener el valor de cuestionarnos, como lo hizo al inicio de la década de los 60s el Papa Juan XXIII, durante la puesta al día del Concilio Vaticano II: “Iglesia, tú, ¿quién eres?” En 2019 nos volvemos a interrogar ¿cuál es su ser y quehacer?
Para obtener respuestas reales, objetivas, lo primero que tenemos que respondernos es: ¿Quién forma hoy la Iglesia Católica? ¿Quiénes estarían dispuestos a reconocer su identidad católica romana? Muchos católicos, sobre todo jóvenes, cuando les pregunto si son creyentes, dicen que no, o tienen duda. Casi todas y todos reconocen ser bautizados, pero tienen la percepción de que no son católicos porque no son practicantes y no participan de la actividad parroquial.
Lo importante sería saber si, practicantes o no, la figura de Jesús es lo suficientemente fuerte como para inspirarlos en su vida y luchar por una transformación nacional.
En un país con mayoría católica es vital saber quién de esos católicos participan en lo que el gobierno actual ha llamado la Cuarta Transformación; qué de ella, está dispuesto a secundar qué sector de la Iglesia Católica. Por ejemplo, el presidente Andrés Manuel ha repetido que, por bien de todos, primero los pobres. La alta jerarquía no niega verbalmente esto, pero en la práctica es amiga de las familias más adineradas, pertenecientes a círculos selectos. Cuando el primer mandatario subraya la prioridad de los pobres, no se refiere a darles limosnas, sino a cambio de reglas que impacten la distribución de la riqueza que en México ha favorecido a unas cuántas familias. Indirectamente esta redistribución afecta a quienes recibían casi todo. Otro aspecto decisivo es la revolucionaria separación de la política respecto de la economía, de los poderes fácticos. El caso más contundente, es la clausura del proyecto de Texcoco. En esta obra iban de la mano empresarios y gobiernos anteriores. El pueblo nunca fue consultado, pero los beneficios iban a ser para los promotores del aeropuerto. Hasta la fecha, ningún prelado se ha pronunciado a favor de la clausura de la aberrante idea de construir un puerto aéreo en una cuenca lacustre.
Otro cambio fáctico es el tratamiento igualitario para todas las iglesias y religiones; Ya no hay ningún trato privilegiado para ninguna de ellas. El cambio no lo inventó López Obrador, ¡lo exigió el pueblo desde hace décadas! Nunca escuché que los obispos católicos hicieran eco de esta demanda ante los gobiernos corruptos anteriores. Desde aquella generación de obispos proféticos de la Región Pastoral Pacífico Sur que denunciaban temáticamente lo injusto y proponían lo pertinente, ya no he escuchado esas voces proféticas. Fuera del obispo Raúl Vera y de acciones solidarias de algunos de nuestros pastores, hay silencio episcopal.
No, no se ve una participación clara y definida de los pastores católicos en el acompañamiento de la población católica en estos momentos decisivos de la vida nacional. La Pascua de Jesús es el paso de todas las formas que dan muerte, a todas las formas que dan vida. Pasar de la “dictadura perfecta” a la democracia, es parte de la transformación pascual; lo mismo sucede con el paso de la desinformación, a la información; de las decisiones verticales, a espaldas al pueblo, a consultarle sobre asuntos que atañen a los intereses nacionales.
¿Qué pasaría si las autoridades católicas informaran de todo a los feligreses y les pidiesen su opinión y los dejaran decidir junto con sus pastores? Es verdad que la Iglesia no es democrática, pero tampoco monárquica. Es tiempo de generar una gran transformación en el seno mismo de las estructuras eclesiásticas.
Vienen cambios significativos en nuestra Iglesia Católica: Ya está anunciado el Sínodo para la Amazonia; aunque involucra geográficamente a nueve países, su temática trastocará las estructuras mismas de la institución, pues tocarán prácticamente los temas más candentes, algunos de ellos verdaderos intocables, como el papel de la mujer, los proyectos destructivos extractivistas, la corrupción, la ecología, la educación integral y, por supuesto, el tema de la educación en la fe, de la evangelización continental. América es el Continente de la esperanza.
El Evangelio, la Iglesia y la 4T pueden ir de la mano porque comparten los mismos principios y valores. Necesitan unir fuerzas para luchar la emancipación del sistema capitalista, al menos de esta versión neoliberal, depredadora y ecocida. Jair Bolsonaro es un ejemplo representativo de lo que el capitalismo puede hacer a través de autoridades archiconservadores como él.
Es el tiempo de las grandes transformaciones. Hay que abordarlas sin miedo y con fe. Fe en Dios y fe en México y en nuestro Continente. En Iglesia lo podemos hacer.