Opinión

Ayotzinapa: cinco años, convertidos en cinco siglos

Por María Teresa Jardí

Ojalá y pronto no tengamos que pensar que es cierto lo escrito por José Cueli a propósito de los cinco años impunes de lo ocurrido en Ayotzinapa. “... Al mostrarnos el horror de la parte negra quizá puedan darnos luz para tender puentes (si es posible) hacia el rescate de la parte luminosa de la naturaleza humana, para no tener que decir, como García Lorca: ‘‘la vida no es noble, ni buena, ni sagrada”.

En la vida de las personas de cara a los tiempos de la historia cinco años no son ni siquiera un suspiro. Pero cuando se trata de la represión, tortura, desaparición forzada, integridad vapuleada y vida confiscada de los hijos, cinco años deben parecer a los padres y madres cinco siglos.

No puedo pensar en un infierno mayor que el sufrimiento de no saber dónde están los hijos. Infierno empezado para padres y madres de los estudiantes de la Normal Isidro Burgos de Ayotzinapa hace cinco años una noche de triste memoria en Iguala, Guerrero, con la angustia potenciada al ir conociendo el sufrimiento infligido que también vivieron ese día sus hijos y no poder dejar de pensar ni por un momento en lo que habrán vivido los días posteriores a la captura y no saber si cinco años después no continúan sufriendo la misma tortura los jóvenes estudiantes que sólo se estaban trasladando para asistir a la conmemoración de otro acto criminal, que continúa impune, acaecido el 2 de octubre de 1968, como habían hecho otras veces, en la Ciudad de México con el eslogan por todos conocido de “2 de octubre no se olvida” ni se olvidará nunca por más que se quiera enterrar la historia de los Díaz Ordaz y de los Echeverría. Hechos antecedentes, con el Jueves de Corpus, que llevaron a jóvenes valientes y hartos de tanta ignominia a iniciar una guerrilla.

Ser jóvenes y estar reunidos e ir en camiones tomados prestados ya se sabe que es algarabía, alegría, felicidad de vivir, contento de sentirse vivos. Lo que también debió molestar a sus captores. Criminales abyectos que continúan impunes. Criminales que deben ser juzgados.

Es una vergüenza que Peña Nieto y con él todos los involucrados en el crimen cometido, en contra de estudiantes de la normal Isidro Burgos de Ayotzinapa, hace cinco larguísimos años, en Iguala, Guerrero, no hayan sido investigados ni menos aún juzgados, a pesar de que ese hecho abominable significó un paso más al horror convertido en regla, con la falsa declaración de guerra de Felipe Calderón para un pueblo sentenciado por el fraude a tener canallas como detentadores del poder.

Los millones que salimos a votar para convertir a AMLO en Presidente de la República en aras de alcanzar la firma de un pacto social que, entre otras cosas, dé la certeza a los familiares víctimas de otras víctimas de hechos que evidencian bajeza y maldad. La angustia de no saber si están vivos o si están muertos los normalistas ha arraigado en todos.

Las escaleras se barren desde arriba y por los generales encargados de las zonas militares cercanas a Iguala, Gro., cruza, también, la investigación que de a poco se ha ido haciendo por periodistas y cineastas no sometidos a los que manejan el poder. Investigación que se encuentra avanzada y que debe alcanzar ya resultados eficientes por los que tienen hoy la obligación de propiciar seguridad, so pena de acabar disfrazados como Peña para no ver en los ojos de los otros el desprecio que despiertan.

Cinco años convertidos en cinco siglos para los padres y madres que exigen que se les diga qué ocurrió a sus hijos y dónde se encuentran y el castigo implacable a los autores materiales y sobre todo a los intelectuales. Cinco años de mentiras que son corrupción. Cinco años de desprecio, de abandono, de “háganle cómo quieran... al fin que no van a lograr nada…”.

Cinco años convertidos en cinco siglos, sí. Cinco años que no pueden ser tampoco olvidados ni menos aún perdonados por nadie que tenga conciencia.