Opinión

¿Cómo Educar la Conciencia Social en México?

Alejandro Solalinde

 

Es claro que cuando hablamos de consciencia nos remitimos al ámbito personal; sin embargo, ¿podemos referirnos a una consciencia social con rasgos profundos interiores, de una visión común? ¿Es factible una percepción común de algunas realidades? Las instituciones educativas, ¿están listas y dispuestas a realizar esta tarea?

En mis columnas anteriores he mencionado aspectos relativos a la vida de la consciencia, darnos cuenta de cosas e interpretarlas. Ahora me pregunto si en nuestro país, tan impactado por hondas transformaciones, podemos coincidir en cuestiones básicas que cambien nuestra mentalidad, visión y nuestras prácticas.

Cada día, y a veces sin darnos cuenta, realizamos procesos cognoscitivos en dos pasos: la deconstrucción de conocimientos y construcción de los mismos. Al recibir nuevos datos modificamos lo anterior y optamos por lo actual, lo más fundamentado. Es decir, nuestro conocimiento es progresivo, evolutivo. Algo similar se conforma en los constructos sociales.

Hoy que estamos cambiando a lo grande podemos preguntarnos valientemente como nación que anhela una vida mejor: ¿qué debemos dejar atrás?, ¿qué debemos cambiar para vivir mejor todas y todos?, ¿qué cosas nuevas tenemos que aprender, y qué abandonar porque ya no nos sirven hoy?

Lo que está vivo cambia; lo que está muerto se degrada, pero ya no evoluciona. El aprendizaje humano es signo clave de vitalidad: nacimos aprendiendo y nos morimos físicamente, aprendiendo. Nuestro último acto evolutivo terrenal es amar y es así mismo el primero en la dimensión definitiva, eterna.

Sería bueno que analizásemos nuestros dichos, pensamientos, actitudes cotidianas. Por ejemplo, escucho con frecuencia decir que hay personas buenas y personas malas; esta idea es maniquea, no existen personas ciento por ciento buenas o ciento por ciento malas. Todos tenemos egoísmo y al mismo tiempo hacemos obras buenas. Somos trigo y cizaña. El problema de creer la disyuntiva de buenos o malos, es que quien piensa así, se coloca del lado de los buenos y desprecia a los “malos”. En el fondo juzgamos y excluimos. Quien conserva esta idea se engaña porque no puede escapar de nuestra condición humana pecadora.

Otros mencionan a los que merecen y los que no merecen premio o castigo. Jesús no juzgó, ni condenó, ni excluyó; tuvo una extraña preferencia por lo pecadores, porque pensó que, antes que hacer cosas malas, ellos habían sido víctimas de la vida, pero, sobre todo, porque son nuestra familia, nuestros hermanos.

Cuando uno piensa en dar a quien lo merece, o esperamos recibir algo que creemos merecer, nos alejamos de la gratuidad de Dios: él nos ama sin esperar nada a cambio; nada tenemos que hacer para que nos ame. ¡Su amor es gratuito, incondicional! Así deberíamos de amar nosotros, sin esperar ni siquiera las gracias.

Algo que debemos superar es el individualismo, expresado en el afán de progreso por encima de otros, nos entristece el progreso ajeno, nos comparamos, nos envidiamos, rivalizamos. Podríamos asumir en lugar del individualismo neoliberal capitalista, el hermoso sentido comunitario de nuestros pueblos originarios, de nuestras comunidades, de nuestras familias. ¡Es apremiante reconocernos todas y todos como una sola familia humana! Y alegrarnos con el bien de los demás; su bien es de todos y disfrutar su riqueza. En este México en proceso de transformación, se impone articularnos, generar sinergias, coordinarnos, convivir, coproducir, complementarnos, actualizar valores ancestrales como la cooperación para el bien común.

Una cosa más a revisar es el valor de decidir conjuntamente por convicción y no por imposición de poderosos; de la misma manera, hacer a un lado la influencia materialista del capitalismo y tratar de entender sabiamente que las cosas son un medio y que hay entes más valiosos como la gente, la familia, la amistad, la fe, la libertad de apegos que rayan en la adicción. Llegó el turno de corresponsabilizarnos del país. De ahora en adelante operemos el Art. 39 de la Constitución.

Debemos desterrar el miedo; nos han sembrado muchos temores que frenan nuestro desarrollo, nuestra maduración. La violencia desatada desde hace años sigue abonando al miedo social. No es justo vivir en la zozobra. El miedo nos roba los sueños, nos humilla. liberémonos de él. Los temores son vencibles, ¡hasta el de la muerte! Nos han infundido temor ¡hasta de Dios!, siendo el ser más maravilloso que jamás nos haría daño. Todos estos temores hay que desterrarlos y arriesgarnos a vivir en la libertad, en paz.

El que no arriesga, no gana. Tenemos que quitarnos el miedo, porque por él nos condenamos a seguir caminitos trillados, los caminitos seguros; sí, de los que hemos repetido que “más vale malo por conocido, que bueno por conocer”. ¿Por qué tenemos que imitar, repetir lo otro, si somos originales y podemos ser creadores; si podemos poseer una visión y una consciencia propias? ¿Por qué seguir recetas de cocina? No, las cosas pueden ser de otro modo; tengamos valor de cambiarlas; de imaginarlas de otra manera. Con el sólo hecho de imaginarlas ya las estamos creando; y si creemos en nosotros mismos y con la fuerza de Dios, ¡podremos hacerlas realidad!

Tenemos que sacudirnos también la esclavitud de la rutina; los buenos hábitos son la tecnología de la vida cotidiana; gracias a ellos logramos salud, conocimientos, recursos económicos, recreación y esparcimiento. Los buenos hábitos nos sustentan para conseguir una calidad de vida. La vida rutinaria en cambio, nos mantiene opacos, grises, reducidos a una subsistencia vegetativa, carente de sorpresas y contrastes, ¡una existencia plana! Desinterés y apatía caracterizan a la gente presa de la rutina, cuyo lema es: “¡para qué!” ante cualquier propuesta de cambio.

A muchos mexicanos nos catalogan como conformistas, poco disciplinados, poco diligentes. Aunque esta percepción no le va a la mayoría, sí podemos hacer un esfuerzo para dar más y mejor que lo que estamos dando. El país requiere de la participación de todas y todos a fin de construir estructuras sólidas para el bien común en todos los campos. Este esfuerzo social extra es posible si contamos con una fuerte motivación humana y espiritual. Y es aquí donde toco un punto muy sensible para los mexicanos: la religión católica, un rasgo cultural clave para la vida social.

Hay aspectos del catolicismo que se deben revisar, como la separación que hacen muchos, entre la fe y la vida; la desconexión de la fe con la economía, la política, la sociedad, la ciencia, el deporte…Nuestro catolicismo está más cargado a las prácticas, devociones, celebraciones, actos de piedad, que, a la lectura asidua de la Palabra de Dios, los Evangelios. La mayoría de los católicos mexicanos no lee la Biblia, desconoce la historia de la Iglesia y no ha sido informada y mucho menos educada en el conocimiento del Magisterio eclesiástico, pongo por caso la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, celebrada en el santuario de Aparecida, Brasil, en 2007. ¡Su contenido es extraordinario! Pero el Episcopado mexicano no le dio la importancia debida, casi la totalidad de los fieles ni se enteraron; en muchas diócesis ni siquiera se realizó la misión continental en la que declaraba a la Iglesia en estado permanente de misión. Más de 160 obispos, dentro de los cuales estaban el actual Papa Francisco y el entonces Papa Benedicto XVI, reconocieron que la Iglesia Católica está mal y llamó a conversión personal, pastoral y estructural para lograr que las y los bautizados tengamos un encuentro vivo con Jesucristo, lo sigamos, seamos sus discípulos, abracemos su causa del Reino de Dios y nos dejemos guiar por el Espíritu Santo aprovechando su gracia. Sus planteamientos siguen siendo vigentes y los podemos consultar desde nuestro celular.

Puedo afirmar que, con base en los resultados, la aplicación de este evento eclesial fue un fracaso en México, toda vez que no se cumplieron los objetivos en la feligresía; por el contrario, la omisión de no pocos obispos mexicanos significó un daño enorme para un país en crisis de derechos humanos, hundido en la violencia, la corrupción de la clase política, de buena parte de la iniciativa privada, marcado por la pobreza y desigualdad. En los diez años posteriores al evento se agravó la situación nacional.

Y ni qué decir de la evangelización tan superficial de la mayor parte de la membresía católica; aferrados solamente a la religión, sin una fe ilustrada, a los primeros embates de la vida ¡se tambalea su fe! En cuanto viene una enfermedad, un fallecimiento, un infortunio económico, o cualquier otra adversidad, ¡ya no creen en Dios!, ¡pierden la fe que nunca maduraron!

La etapa de transición a la democracia que estamos viviendo nos exige una fe madura, capaz de leer correctamente los signos de los tiempos reflejados en los pobres, los migrantes, las mujeres discriminadas y maltratadas; en tantas hermanas y hermanos víctimas de violencia.

Es urgente acudir a nuestro principal referente moral, ético, al maravilloso Joven Jesús de Nazaret, quien nos sigue iluminando y asombrando por su congruencia y valentía en la defensa de la vida humana amenazada. ¡Todo un agente de cambio radical! ¡Un cambio pascual! Él es un gran educador, un maestro por excelencia. Su pedagogía nos conduce a pasar de una cultura que habla de un amor general, a una fe y práctica de un amor incluyente. Nos inculca con su propia vida a no creer sólo que todos somos hermanos, sino a mirarnos de verdad como tales. Es fácil decir que Dios es Padre de todas y todos, pero al final acabaremos viendo a nuestros semejantes como extraños, como diferentes a nuestra familia de sangre: familiares y extraños. La diferencia la hará el amor incluyente a través del cual nos contempla Jesús. Su amor es el ingrediente fundamental de nuestras relaciones interpersonales.

Y justamente lo que yo he podido interpretar de este cambio radical de la vida nacional, del nuevo régimen, es, ni más ni menos que un avance pascual hoy y aquí. Nuestra historia nacional nos ha mostrado cómo el clero progresista se la jugado con las transformaciones pascuales, en pro de la libertad, la independencia. Estamos en el mes patrio. Nuestra independencia no ha concluido, nos estamos librando de los poderes fácticos capitalistas, de la corrupción, el materialismo consumista. Hoy, quien encabeza el rescate nacional no es un cura, sino un Presidente a quien no le importa el dinero, ama a la gente, prioriza a los relegados y ama a todos con un amor incluyente. El, con su ejemplo, trata de educar la consciencia social; pero todos estamos llamados a contribuir con nuestro propio esfuerzo a una consciencia nacional sana y sabia.