Opinión

El informe de gobierno: el ascenso de un nuevo liderazgo

Dr. Ricardo Monreal Avila

El presidente Andrés Manuel López Obrador presentó su tercer informe de gobierno a la ciudadanía mexicana. Hubo muchos cuestionamientos en relación con el ordinal utilizado para hacer alusión al ejercicio de rendición de cuentas del pasado primero de septiembre; pero la realidad es que, a los cien días de gobierno, y posteriormente, el 1 de julio del presente año, con motivo de la conmemoración del histórico resultado obtenido en el proceso electoral de 2018, se rindieron sendos informes de actividades.

El presidente se comprometió a rendir evaluaciones e informes de gobierno de manera trimestral, así que anualmente se estarían entregando alrededor de cuatro. Esto representa un parteaguas fundamental en materia de rendición de cuentas: hay una preocupación real de parte del Gobierno federal por mantener informada a la ciudadanía acerca de los avances y logros en los diferentes rubros, así como respecto a los tópicos en los que no hay resultados significativos.

Por primera vez en la historia reciente de nuestro país, el titular del Ejecutivo federal deja de lado la autocomplacencia para dar lugar a una sana autocrítica, evidenciando que perviven algunas situaciones adversas en nuestro país: no es sorpresa para nadie que la inseguridad se habría de convertir en uno de los retos más importantes por enfrentar.

La espiral de violencia en que se ha envuelto la mayor parte del país ciertamente tiene su origen en las fallas estructurales y en la falta de estrategia de administraciones anteriores, sin embargo, sus aciagas consecuencias siguen dando la nota en medios de comunicación locales y nacionales. Sólo la cerrazón podría ignorar que los resultados esperados no se pueden lograr de la noche a la mañana; el mismo titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana ha enfatizado la necesidad de considerar el factor temporal para cosechar los frutos de la estrategia del Gobierno federal para el combate de la inseguridad.

Así también, hay la conciencia de que la economía nacional no ha despegado como todos quisiéramos; no obstante, tampoco se ha maquillado la realidad ni se ha apelado a cifras o números alegres. Más aún, ante los retos económicos que enfrenta el actual Gobierno se ha optado, con toda responsabilidad, por reactivar el aparato productivo del Estado, mediante la ejecución de 25 proyectos, entre los que destacan la construcción de la refinería en Dos Bocas, Tabasco, y la del aeropuerto de Santa Lucía; el Tren Maya; el Corredor Transístmico y el programa Sembrando Vida. A lo anterior habrá que sumarle el rescate de las empresas paraestatales Pemex y CFE, auténticas palancas del desarrollo.

La sola acción del Gobierno no será la que impulse el crecimiento económico esperado y, por ello, el presidente ha abierto la puerta para que la iniciativa privada participe activamente y de manera conjunta con el sector público en las diferentes estrategias para estimular una mayor inversión e inyección de capital, que redunde en un mayor crecimiento económico.

Contra el pronóstico de algunas voces, y aunque en este momento México no tiene la proyección económica deseada, no hay recesión, no hay endeudamiento público, y la austeridad y responsabilidad en el gasto del Gobierno garantizarán el fortalecimiento de las finanzas públicas, aun en el corto plazo.

La actitud conciliadora e incluyente del actual presidente y su capacidad inusitada de sumar esfuerzos apuntan a la ruta correcta para lograr concretar los serios compromisos asumidos en campaña. Sus altos índices de legitimidad y de popularidad, así como sus altos niveles de congruencia y responsabilidad auguran los resultados esperados en los grandes temas pendientes, como la atención a las familias de las víctimas de desaparición forzada, el combate a la corrupción, el saneamiento del manejo de las finanzas públicas, la aplicación de un modelo de gasto gubernamental estrictamente austero, la pacificación del país y la necesaria separación del poder político del poder económico.

Estamos presenciado la conformación de un liderazgo –en palabras de Weber– no sólo legal, sino además carismático: la firme actitud ética del presidente realmente está rindiendo frutos desde las más altas esferas del Gobierno, lo cual, con el paso del tiempo, permeará todas las estructuras de la administración pública.

A diferencia de administraciones anteriores, en las que la Presidencia de la República gastó miles de millones de pesos en publicidad para intentar forjarse una imagen aceptable entre la población, el Gobierno actual apela al arduo trabajo y a la generación de resultados como principal aliciente de la aceptación y de la confianza ciudadana. Por ello, el presidente AMLO es un auténtico líder popular, mas no populista. Hoy por hoy, se reconoce en la figura presidencial a un gobernante sensible, honesto, cercano a la gente, que está trabajando por enmendar la deplorable situación que le fue heredada.

Las conferencias “mañaneras” y las diversas giras al interior de la República que realiza el primer mandatario están centradas en informar de manera constante de las acciones de gobierno al ciudadano de a pie, así como en recoger la crítica, para establecer una agenda pública mesurada, congruente e incluyente.

En torno a este liderazgo consolidado, el diálogo permanente es y será la herramienta por excelencia para la reconstrucción y defensa del Estado mexicano.

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