Guillermo Fabela QuiñonesApuntes
Con la decisión del presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, de renunciar a continuar en ese cargo por la vía de la reelección, se evitó una crisis política que se habría extendido del ámbito Legislativo al del Ejecutivo. Las consecuencias hubieran sido imprevisibles, pero al fin y al cabo negativas para Morena, partido que se contaminó muy pronto de algunos de los vicios de un sistema político que durante su prolongado ejercicio del poder perdió la brújula y se devoró a sí mismo.
El hoy presidente, Andrés Manuel López Obrador, ha reiterado que mantendrá su distancia del partido, como también de los otros dos poderes. Lo está cumpliendo, hasta la fecha, aunque falta mucho camino por recorrer para que se empiece a vislumbrar el derrotero que habrá de seguir para alcanzar las metas propuestas. Lo que está muy claro es que está dispuesto a dejar a Morena abandonada a su suerte, en caso de que sus rencillas internas y la crisis que sobrevendría, afectara su proyecto de reformas orientadas a consolidar el nuevo régimen, el de la Cuarta Transformación.
En el Senado, ante la negativa del coordinador de la bancada del partido guinda, Ricardo Monreal, quien no aceptó secundar la reelección de Martí Batres, el Ejecutivo se vio forzado a hacer pública su distancia del zacatecano, a quien dijo: “Seguiremos siendo amigos, pero no compañeros”. Este rompimiento interno no se dio en la Cámara Baja, gracias a la actitud serena e institucional del decano de los políticos mexicanos de gran trayectoria. Muñoz Ledo afirmó: “Renuncio (a la reelección). ¡Se puede tener el poder y no pasar a la historia. Se puede pasar a la historia sin tener el poder!”
Frase memorable, demostrativa de la madurez de un político en el más amplio sentido de la palabra. Lástima que la edad se le haya echado encima, porque él sería idóneo para sacar a flote a Morena del remolino que amenaza tragárselo como partido en el ejercicio del poder. Paradójicamente, estar en esta posición hace más vulnerable a Morena, por ser el postre del que quisieran participar los arribistas, logreros, “grillos” profesionales que no saben hacer otra cosa que buscar los medios para sobrevivir en el lodo sin tener una responsabilidad concreta.
Cabe recordar que el viejo régimen se apuntaló gracias a un instituto político construido con cimientos sólidos, desde que se organizó para ser el que dirigiera el rumbo ideológico de la Revolución Mexicana. Morena no tiene una estructura ni tampoco pilares firmes, menos los tendrá en la medida que anteponga los intereses de grupos internos al de consolidar sus cimientos. Por eso, el mandatario que se esforzó en la organización del partido como motor de su candidatura a la Presidencia, ya dijo que incluso renunciaría a seguir en sus filas en caso de que las confrontaciones internas lo hagan perder su autoridad moral.
En consecuencia, la Cuarta Transformación tendría que buscar otros caminos para seguir adelante, al cancelarse la posibilidad de que se fortalezca un sistema de partidos al servicio del objetivo supremo del nuevo régimen. Esto porque Morena, al caer de lleno en la podredumbre de los partidos tradicionales, dejaría de ser el emblema del nuevo régimen, debido a que estaría totalmente infiltrado por las corrientes viciadas, como se manifiesta desde que López Obrador accedió a la Presidencia de la República.
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