Opinión

Un niño llamado José Angel

Ariel Avilés Marín

José Angel, era un niño del Estado de Coahuila, algunas versiones del suceso que lo hizo una triste y trágica figura pública le atribuyen siete años de edad, otras versiones dicen que tenía nueve, y algunas más que once; cualquiera de ellas que sea la verdadera carece de importancia, el caso es que era un niño que le quitó la vida a su maestra, que hirió a otros compañeros de la escuela y que, finalmente, se quitó la vida. Un suceso de actualidad que ha cimbrado a la sociedad toda. Las redes sociales, esas complicadas plataformas de la red que, no sabemos si nos fueron escrituradas por Dios o por el diablo, están pletóricas de opiniones, de suposiciones, de conclusiones; la gran mayoría de lamentables sandeces.

Las barbaridades que uno lee en las redes muchas veces nos van llevando a perder la esperanza en el género humano. Y esto es muy lamentable. Una gran multitud de comentarios y suposiciones atribuyen el terrible suceso a “la mala influencia de los video juegos electrónicos”; otros hablan de la responsabilidad de la formación familiar, “tan deteriorada y descuidada en estos tiempos”; algunos otros le achacan responsabilidad a la escuela; nadie entra a hacer un análisis serio y objetivo sobre la vida de este pequeño, de sus circunstancias de vida, de los sucesos trascendentes que pudieran haber lacerado su alma profundamente, de qué dolores se anidaban en el fondo de su corazón, nadie sabe cómo eran sus relaciones en el colegio, ni quiénes eran sus amigos más cercanos; sin materia seria y firme, todos se erigen en verdaderos Minos, en su trono tan temido a orillas de la laguna Estigia, con balanza y todo, para señalar con índice de fuego a quien suponen responsable de tan terrible hecho, y lo condenan sin piedad alguna.

Según los medios de información, de aquellos con prestigio y algo de seriedad que los hace fiables, el niño había perdido a su madre hace pocos meses, tal parece que su padre se ocupaba muy poco de él, que había sido tomado bajo la protección de su abuela, que tenía la familia una posición más o menos desahogada, que asistía a una escuela particular de cierto prestigio y nivel en la comunidad lagunera, que era un estudiante con buenas calificaciones; fuera de su situación familiar, no había nada que pudiera encender un foco rojo de alarma en la vida de José Angel. Varias interrogantes surgen de esta tragedia conmovedora. ¿Qué llevó a esta alma infantil a tomar tan terribles decisiones? ¿De dónde salieron las armas que llevó a su escuela? ¿Qué hecho terrible le pudo llevar a albergar un terrible rencor contra su maestra? En toda la información objetiva con que se cuenta no se halla razón alguna que dé respuesta a estas interrogaciones. Así que es verdaderamente admirable la ligera facilidad con la cual la gran mayoría de los insensatos cibernautas sacan terribles, extraordinarias, desmedidas, irreflexivas conclusiones disparatadas.

El verdadero afán público y notorio es la inquina general por hallar culpables e, ipso facto, llevarlos a la hoguera pública y hasta, si se puede, con leña verde. Y nuestras autoridades, no se están quedando atrás, ya también rompieron lanzas en el caso; ya se está desatando una feroz persecución contra la familia de José Angel. Se está hablando de detener al abuelo, por responsabilidad de omisión. ¿Acaso se atribuye a él la propiedad de las armas? ¿Hay alguna prueba o certeza de ello? Santiago Nieto, ha anunciado que se ha iniciado una investigación sobre el tío de José Angel, el cual parece tener una fortuna no explicable. Y yo me pregunto ¿qué tiene que ver todo esto con el lamentable suceso? ¿Llevará esto al esclarecimiento de los hechos? Ninguna de estas acciones pondrá un rayo de luz sobre los hechos. Cualquier acción contra la familia de José Angel no va a desagraviar a la familia de la maestra asesinada en el cumplimiento de su noble labor de enseñar a los niños. Estos actos tampoco van a desagraviar a los otros niños heridos. Esto, señores, se llama agitar al orate en el foso de los leones, para llamar la atención del gran público.

¿Hacia dónde debemos dirigir nuestras miradas en este caso? En primerísimo lugar, al interior de cada uno de nosotros mismos. Debemos preguntarnos ¿qué estamos haciendo por el mejoramiento de esta sociedad que nos está tocando vivir? ¿Qué estamos haciendo en el seno de nuestras familias para que tengan una relación sana? Los sucesos lamentables, como éste, deben ser atacados en sus acusas últimas, y no en los oropeles que recubren el empaque. Queremos remediar el niño ahogado, tapiando el pozo, después de que el cadáver ha flotado en su seno. ¡Prevenir es la fórmula! ¡Lamentar no conduce a ninguna parte! ¿Cuántos José Angel tenemos alrededor de nosotros? ¿Tenemos el oído aguzado para escuchar el dolor de las almas que están junto a nosotros? ¿Sabemos leer el dolor en el alma de un niño que pasa o se sienta junto a nosotros? Si ponemos atención, si tenemos sensibilidad, si hablamos con la gente, si estamos dispuestos a dedicar el tiempo suficiente para escuchar a nuestros hijos, conocer a fondo a nuestros alumnos, tener la mano tendida siempre para el prójimo que la necesita; entonces sí podemos dormir tranquilos, en paz.

Hoy vivimos en una sociedad enferma, enferma de muchas cosas, de egoísmo, de envidia, de avaricia; tenemos lenguas ligeras y viperinas para arremeter contra el prójimo a la menor causa. Mirar con desprecio al pobre, alejar de nosotros al indigente sucio, ignorar el dolor ajeno; son cosas comunes en este nuestro tiempo. Tenemos que cambiar, tenemos que aprender a compartir, tenemos que tener piedad, empatía. ¡Así, y sólo así, no habrá más José Angel en el futuro!