Opinión

Guillermo Fabela QuiñonesApuntes

Al abrir hoy los ojos, 1 de enero del año 2020, nos enfrentamos de lleno a una realidad que dejó de ser tema de ciencia-ficción, como fecha que parecía muy lejana en la literatura y el cine de autores futuristas, para convertirse en un hecho concreto, aunque paradójicamente con total ausencia de futuro. El destino nos alcanzó, tal como presuponía como algo remoto una película que se volvió de culto, y ahora no sabemos qué podrá ocurrir en el devenir de una humanidad y un país, el nuestro, que sobreviven en la paradoja de un mundo dominado por la ciencia pero vacío de contenido.

El destino nos alcanzó, pero a medio camino de la ruta que los titiriteros de la humanidad trazaron para conducirnos a la deshumanización, como zombis, o al matadero como lo hicieron los nazis para quedarse ellos solos como los supremacistas de la “raza pura”. Lo más dramático de esta situación, es que las ciencias sociales no tienen una respuesta contundente, como la hubo al quedar derrotados los diabólicos dirigentes de un sistema que se volvió contra sí mismos como instigadores de una muerte colectiva, meta final de toda dictadura.

En pleno año de la entrada al futuro, nos encontramos otra vez en medio de amenazas medievales por la codicia irrefrenable de quienes lo tienen todo de sobra pero les falta lo principal: satisfacer su sed de superioridad sobre los débiles. Donald Trump es un paradigma hoy de esos individuos mefistofélicos que aparecen cada generación para complicar la vida de los pueblos. Para nosotros, los latinoamericanos, es una desgracia tenerlo tan cerca, y no sólo a él sino a quienes se ocultan en las sombras para realizar con eficacia su labor devastadora.

Ahora no es un asunto de ciencia-ficción el científico perverso que ocupa su mente para controlar a la humanidad, a quien combaten y, finalmente, destruyen los “súper-héroes”. Está a nuestra vista y actúa con total impunidad, incluso con el visto bueno (por omisión) de la ONU y de los más conspicuos organismos internacionales. Los súper héroes están pasados de moda, su lucha aquí, en la Tierra, contra poderes diabólicos, no tiene ya ningún sentido, por eso se les envía a las galaxias más lejanas donde se enfrentan a monstruos caricaturescos.

El problema de fondo, en esta etapa de la historia, es que al convertirse en el principal fetiche de la humanidad, el mercado entró en un terreno que no sólo es pantanoso sino que está habitado por monstruos reales e implacables. Como bien señala Ricardo Piglia, citando a Gombrowicz: “A la humanidad le han dado ciertos vicios y sobre esos vicios se ha creado un mercado”. Y comenta: “Por su lado, William Burroughs ha pensado en la adicción como la condensación de la economía capitalista, y en la droga como la mercancía por excelencia”.

El capitalismo neoliberal se topó consigo mismo para encontrar a su peor enemigo: el mercado insaciable que, como un robot que se vuelve contra su creador, amenaza destrozarlo con suma facilidad. El mejor ejemplo lo tenemos los mexicanos, al convertirse el Estado en el motor de un sistema económico movido por una codicia irrefrenable, que lo llevó a una derrota momentánea en los comicios del 2018. Sin embargo, el monstruo sólo está herido y puede ser curado, mientras los pueblos puedan ser manipulados por demagogos como Hitler y Mussolini.