Ricardo Andrade Jardí
Hace ya más de 8 meses (abril de 2019), se anunciaba el fondo de recaudación para la reconstrucción de Notre Dame destruida por un “imprudente incendio”. Un tiempo después la amazonía brasileña era arrasada por el fuego y la indiferencia de aquéllas y aquéllos que fueron capaces de sentirse acongojados y conmovidos por el fuego de la mítica iglesia parisina, se tornó ciega ante las, provocadas, llamas que devoraban una de las zonas de mayor biodiversidad que aún le quedaban al planeta. Indiferencia, en muchos casos, promovida por los mismos que lloraban y rezaban por Notre Dame, mientras afilaban las garras de sus extractivistas negocios, al cobijo del corrupto evangelista presidente de Brasil, entre las cenizas de la selva amazónica.
Es en esa delgada línea, entre la indignación por las piedras de una iglesia y el desprecio a la vida planetaria, donde se dibujan las geografías del capitalismo extractivista.
El fuego, desde hace semanas, arrasa sin control el ecosistema en la gran isla australiana, otro importante pulmón de biodiversidad planetaria, entre la sospecha, cada hora más certera, de la fractura hidráulica y los mega-proyectos energéticos que el capitalismo occidental impone como pesadilla del despojo para seguir manteniendo su absurdo y aberrante nivel de consumo.
Es, presuntamente, la fractura hidráulica o hidrofracturación (fracking en inglés, práctica devastadora para extraer hidrocarburos del subsuelo, principalmente gas), la que contribuyó considerablemente a la propagación infernal de los incendios en Australia, con los megaproyectos eólicos, a la par de las complicidades gubernamentales y empresariales, que soñaron los meganegocios energéticos que terminarían por destruir el mencionado y biodiverso ecosistema australiano, de lo que aún es prematuro saber sus consecuencia regionales y planetarias. “Pese a lo que pase la banca siempre gana”, parece ser que nos grita el capitalismo extractivista. El daño ecosistémico poco importa para los que amasan fortunas desde los mercados financieros de la especulación. Y aquí es donde conviene poner atención para no equivocarnos. Existen más de 72 aeropuertos y proyectos ferroviarios entre miles de megaproyectos energéticos y mineros que impulsa, sobre todo impone, desde la década anterior, el capitalismo extractivista en aquellos países pobres o convenientemente empobrecidos, pero ricos en materias primas esenciales para la generación de energía: petróleo, litio, uranio, agua; o recursos minerales necesarios para la industria tecnológica, así como en metales preciosos. Proyectos de despojo y muerte que se ofertan como “desarrollo” y que lo que buscan, en realidad, es la movilidad interoceánica expedita de materias primas y recursos para seguir alimentando la devastadora forma de vida y consumo irracional de las naciones ricas, así como el reordenamiento de las fronteras geopolíticas para el control territorial regional y la manipulación de la migración por hambre, como una rentable mercancía de esclavitud disfrazada de “oportunidad laboral”.
El capitalismo, en su crisis civilizatoria, lo quiere todo y entre incendios, trenes y simulaciones, con tambores anuncia ya las nuevas formas de la guerra extractivista.