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Opinión

Televisión contra libros

Por Raudel Ávila

Esta semana entró al mercado mexicano la plataforma Disney Plus. Al estilo de Netflix, Amazon Prime, HBO, YouTube y otras tantas, esta empresa ofrece contenido amplio de series, películas y caricaturas. El usuario puede conectarse a ver el producto de su preferencia a la hora que desee y por tantas horas como le venga en gana. Conozco gente que tiene contratadas todas estas plataformas y más. Resulta llamativo cuánta televisión estamos consumiendo en la pandemia sin que a nadie se le ocurra estudiar sus efectos sobre la población. No me refiero únicamente a las implicaciones adoctrinadoras o ideológicas, sino a las consecuencias sobre la salud. Sabemos que, en medio de la crisis económica, estas empresas son de las pocas que han multiplicado sus ganancias durante la pandemia, pero hasta el momento ignoramos la estadística del aumento de horas frente al televisor por parte de los mexicanos. En la actualidad, hasta el sistema educativo mexicano de carácter público está trabajando por televisión.

Numerosos estudios confirman los efectos negativos de la televisión sobre el cociente de inteligencia verbal en análisis inter seccionales y longitudinales. La televisión disminuye las capacidades verbales (reduce el vocabulario), tiende a incrementar la agresividad, limita la actividad cognitiva en el corto y largo plazo. Además, desalienta la energía corporal para el desempeño de actividades físicas. Las repercusiones negativas son aún mayores en la corteza cerebral infantil. Ya era problemático antes de la pandemia. Considere cuándo fue la última vez que conversó con sus compañeros de trabajo sobre un libro. Pregúntese, en cambio, cuántas series de televisión han comentado. No se trata de echarle en cara un discurso reaccionario sobre la supuesta perversidad de la televisión. La cuestión es analizar la necesidad del equilibrio en el consumo televisivo.

La era dorada de las series de televisión, cuya calidad estilística mejoró sensiblemente, se produjo después del atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001. El público estadounidense desarrolló un temor pasajero a los atentados terroristas en los espacios concurridos y disminuyó la concurrencia a las salas de cine. Esto motivó la producción de nuevas emisiones de alto nivel en la televisión, creadas por gente de la industria cinematográfica.

Si el ataque a las torres gemelas detonó la evolución de la industria televisiva e incrementó el consumo de sus productos, es muy probable que la pandemia amplifique sus alcances una vez más. Las plataformas poseen cada vez mayor poder político y mantienen a su público conectado durante más horas, ojo.

Tengo la impresión, a falta de estadísticas, que incluso el reducido porcentaje de la población lectora en México empieza a disminuir al desplazarse el tiempo de ocio dedicado a los libros por más y más televisión. Mientras las plataformas televisivas aumentan sustancialmente sus ingresos, la frágil industria editorial mexicana se deshace ante la indiferencia del sector público y privado. La Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana reportó una caída mensual sostenida de sus ventas al 22% en lo que va del año y una pérdida del 36% de los empleos vinculados a ella. Por el momento, nada más Rafael Pérez Gay está hablando del tema en la prensa. ¿Y el resto de nuestros analistas y escritores?

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