Opinión

Por Jorge Gómez Barata

A los defectos de una personalidad excepcionalmente retorcida, Donald Trump, ha sumado el de ser pésimo perdedor. La democracia que falló al permitirle acceder a una posición que nunca debió ocupar, cuatro años después funciona, para con más de setenta millones de votos echarlo.

Desde que en la madrugada del día 4, en la continuación de la jornada electoral iniciada en la víspera, cuando apenas comenzaron a aparecer señales de que podía perder, Donald Trump, visiblemente perturbado apareció en televisión para reclamar una victoria que no había alcanzado y que finalmente no logró. Su esfuerzo por recuperar en las cortes lo que perdió en las urnas es patético.

En 231 años desde la elección de George Washington, 44 hombres han gobernado los Estados Unidos, nueve de ellos (4 por magnicidios, 4 por muerte natural y uno por renuncia) no concluyeron sus mandatos y 16 no fueron reelectos. Es el club al que ahora se sumará Donald Trump.

Aunque es objeto de duras críticas, el mecanismo electoral de los Estados Unidos, diseñado en el siglo XVIII, responde a la naturaleza del estado de ese país, es funcional a un sistema en el cual la democracia se asocia al elitismo y ha servido para elegir a los operadores de la maquinaria estatal más compleja de cuantas han sido creadas para hacer viable al estado/nación.

El presidente de los Estados Unidos que dirige una burocracia de millones de personas, ejerce la función ejecutiva, en un país federal en el cual los estados disponen de amplias autonomías, ejercicio que comparte con 50 gobernadores de los cuales tradicionalmente la mitad no son del partido del mandatario.

El método para la elección presidencial en los Estados Unidos es consecuente con la realidad de que se trata de un país creado por acuerdo de 13 estados originales que, al unirse para formar la Unión, cedieron su soberanía, excepto en la elección del presidente. En Estados Unidos no hay una elección presidencial nacional sino cincuenta elecciones, una por cada estado.

El otro argumento es que, con el Colegio Electoral, se protege a los estados más pequeños y menos poblados dotándolos de una cierta cantidad de votos. Puede ocurrir que Nevada con seis votos electorales decida la elección nacional.

Una cosa es cierta. La complejidad de los Estados Unidos actuales y las situaciones de crisis que se padecen allí, no emanan de la forma como se elige al presidente, sino de la falta de voluntad política y capacidad del establishment para solucionar los grandes problemas sociales, entre otros, el racismo y la discriminación racial, la pobreza y la violencia. Aunque con defectos, el sistema funcionó y enmendó el error histórico cometido al realizar una mala elección. Aunque ejerciendo el derecho al pataleo Trump es historia.