Por Salvador García Soto
El anuncio del presidente López Obrador, sobre la salida de su Jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo, fue solo la confirmación de una ausencia que ya tenía varios meses en la que el empresario regiomontano se había regresado a vivir en Monterrey y atendía a distancia los asuntos de un cargo de la mayor importancia en la Presidencia de la República.
Romo se había alejado, en parte por cuidarse de la pandemia de Covid, y en parte también porque su papel como “enlace con los empresarios”, que siempre fue su función real en el gabinete, se había desgastado mucho tras los encontronazos y las tensiones que ha tenido el presidente con el empresariado. Ya no estaba a gusto en el cargo y en realidad nunca cumplió las funciones estratégicas del despacho que en otros sexenios ocuparon figuras tan poderosas como José Córdoba Montoya, Ramón Muñoz, Juan Camilo Mouriño o Aurelio Nuño en el sexenio pasado.
En ese sentido “Poncho” Romo no fue un Jefe de la Oficina presidencial como sus antecesores y, aunque sí tuvo una influencia importante en la campaña de López Obrador y en el arranque del sexenio, su poder y cercanía se fue diluyendo –como el de muchos otros secretarios— ante el estilo personal del presidente que decide casi todo y escucha poco a sus colaboradores. Tan estaba ya casi vacante la oficina de la Presidencia que, antes de que Alfonso Durazo renunciara a Seguridad para irse como candidato al gobierno de Sonora, el presidente trató de convencer al sonorense de que no se fuera a buscar la gubernatura y le ofreció que se quedara como Jefe de la Oficina de la Presidencia: “Tú eres muy meticuloso y organizado y me ayudarías mucho en ese puesto”, le dijo López Obrador a Durazo, que prefirió irse a la aventura electoral en su estado. Es decir, el presidente ya andaba buscando al sustituto de Romo.
Al hacer el anuncio en su cuenta de Twitter, un día después de que se cumplieran los dos años de gobierno, el presidente trató de suavizar y minimizar otra baja más en su gabinete, con el argumento de que desde el principio él y Romo, “que fue funcionario público solo por tratarse de nosotros”, acordaron que solo estaría dos años en el cargo y, con una foto de ambos desayunando en el comedor de su casa particular de la Colonia Toriello Guerra, en Tlalpan, López Obrador enfatizó que lo importante “no es el cargo sino el encargo” y confirmó que el empresario regio, dueño del Grupo Pulsar, seguirá fungiendo como “enlace con el sector empresarial”.
La explicación del presidente es interesante porque, efectivamente, el propio Romo ha contado en corto que él no quería aceptar el nombramiento de Jefe de la Oficina de la Presidencia y que siempre le pidió a López Obrador que dejara apoyarlo “desde afuera” para poder continuar con sus negocios. Y aunque finalmente aceptó porque dice creer en “la Cuarta Transformación” y comulgar con las ideas de cambio del presidente, la realidad es que el cargo de primer nivel en Palacio Nacional nunca fue obstáculo para que Alfonso Romo siguiera ganando dinero con sus distintas empresas e incluso se habló de conflictos de intereses con el programa “Sembrando Vida” y sus empresas forestales y un reportaje de la Fundación Connectas lo calificó como “Un cacique en el paraíso maya”, en una investigación periodística que documentó que el Jefe de la Oficina de la Presidencia recibió varias concesiones para la explotación de agua subterránea para uso agrícola en la Península de Yucatán. Es decir el cargo también le ayudó en sus negocios.
Veremos si en su nueva faceta de “enlace con los empresarios”, ahora ya sin un cargo en Palacio, Romo lo hace mejor de lo que hizo en estos dos años donde debutó con un revés cuando él le había garantizado a los empresarios y a los organismos cúpula del país que López Obrador no cancelaría el aeropuerto de Texcoco y fue la primera acción que tomó como presidente, justo la misma que ayer martes presumía como uno de sus “logros” en los dos años de gobierno.