Opinión

El derecho a saber la basura que comemos

Ricardo Andrade Jardí

No deja de ser curioso el hecho de que el inmoral empresariado de la comida chatarra se sienta atacado porque una norma legislativa pretende obligarlos, por fin, a etiquetar el “valor nutricional” de sus productos basura. México, ha llegado a ocupar los primeros lugares mundiales en diabetes, obesidad y diabetes infantil. Y no es una cuestión hereditaria, como pretenden hacernos creer los empresarios del mal, sino muchos años de complicidades entre políticos y empresarios que han terminado por imponer una cultura nutricional a base de alimentos industrializados que son todo, menos nutritivos, harinas refinadas, excesos de azúcares, enlatados que no son lo que dicen ser, como los atunes que son más soya transgénica que pescado, aditivos añadidos a los alimentos que están prohibidos en otras latitudes por no ser aptos para la ingesta humana y una larga lista de perversidades que han alimentado a más de tres generaciones de mexicanos, llegando al punto donde nuestra nutrición o mejor dicho nuestra desnutrición es un asunto grave de salud pública.

Etiquetar con claridad y verdad la basura que nos ofrece la industria alimentaria en México es sobre todo un derecho ciudadano. Un derecho que nos ha sido negado durante mucho tiempo y lo que no deberíamos permitir es el chantaje amoral de una padilla de cretinos que nos han envenenado durante décadas y que volverá a generar un mal precedente si se permite que el chantaje empresarial se salga nuevamente con la suya.

Y no basta con etiquetar el “valor nutricional” del producto “alimenticio” ni basta con achicar las bolsas contenedoras del producto para que se sigan vendiendo en las escuelas. Hay que seguir exigiendo que además se etiquete la posible modificación genética de los ingredientes con los que se elabora tal o cual producto, puesto que en primera instancia es nuestro derecho saber lo que comemos o lo que ya no queremos seguir comiendo. Pero es, además, una obligación de todo gobierno cumplir con ese derecho a estar informados. Más allá de que es alarmante que ciertas industrias, nacionales o transnacionales, que muchas veces de nutritivas tienen poco, si no es que nada, sean grandes inversionistas, pues velar por una buena nutrición es un principio para garantizar el derecho a una vida digna y sana que es lo que conlleva por sí mismo a una sociedad saludable.

En los próximos días veremos y escucharemos la mediática embestida capitalista para intentar imponer en la opinión pública que las empresas de muerte que han contribuido considerablemente a enfermar a nuestra nación están siendo agredidas por una norma que las obliga a informar la calidad de los productos que tristemente nos alimentan.

Tal vez lo que nos toca como sociedad, para frenar esta embestida, que terminará por comprar o corromper la voluntad legislativa, es que, como ciudadanos conscientes, dejemos de comer todo producto que no presente el etiquetado claro y real de la basura que se nos ofrece y una vez que esté etiquetado: hacernos responsables de la complicidad de lo que consumimos y si queremos o no seguir mal alimentándonos.