María Teresa Jardí
Los millones de mexicanos que salimos a votar por AMLO no pensamos ni por un momento que iba a ser fácil el camino al cambio de sistema político.
Sabíamos, los que no habíamos renunciado a la capacidad de razonar, los que no aceptamos la colonización televisiva, los que tuvimos la suerte de recibir una educación escolarizada a la que no se le había mutilado ni la historia ni el civismo ni la filosofía ni la gramática ni la aritmética.
Sabíamos, los que quisimos apostar a pensar en lugar de aceptar la comodidad que posiblemente debe dar el que otros piensen por nosotros, que el país estaba destruido y que detrás de las razones de Estado se escudaban las sin razones de los que usurparon el poder a lo largo de los últimos sexenios, convertidos en décadas inacabables de atroz neoliberalismo.
Sabíamos que a las instituciones se les había desarmado su estructura ética. Que el Estado funcionaba en beneficio de unos cuántos. Sabíamos que no teníamos policía y que, desde Zedillo, la Corte estaba al servicio de los que el golpe de Estado le había dado a ese poder.
Sabíamos que Felipe Calderón es un genocida y Peña Nieto también. Y que además, Calderón fue cómplice de, el también impresentable, Genaro García Luna, en lo de crear un ejército paramilitar paralelo y sabíamos que sacar a nombre de una falsa guerra al Ejército nacional y a la Marina a la calle era un crimen que iba a convertir en tarea de titanes el lograr regresar a las fuerzas armadas a sus cuarteles. Sabíamos que nada funcionaba y que todo iba a ser difícil.
Pero habría bastado con funcionarios probos o nuevos que podían haber fallado e incluso tornado en corruptos, pero sin la impunidad convertida en regla habría bastado con destituir a uno y con meter otro a la cárcel para haber cambiado los otros.
Habría bastado un llamado a todos para comprometernos sin amenazas y convenciendo para que la cultura hubiera empezado a cambiar y el país estaría caminando a un lugar menos espantoso si el pueblo hubiera sido escuchado por el gobierno que generaba tanta esperanza.
Votamos por un gobierno que tendría que haber apostado a aprender: de las mujeres que están diciendo basta de ser asesinadas y abusadas, de los pueblos originarios que saben lo que la Tierra necesita para sanarse, de los médicos maltratados por los antecesores de AMLO que de manera quijotesca siguieron atendiendo en las instituciones públicas pagando ellos hasta por los guantes para operar e incluso a veces por la luz para hacerlo…
Lo que no sabíamos es que cada oferta era falsa. Aunque podíamos haberlo intuido al ir nombrando AMLO a los que iba eligiendo como compañeros de ruta para ocupar los primero niveles de su gobierno como funcionarios públicos. Pero incluso así le dimos un voto de confianza y salimos y votamos por AMLO y por MORENA.
Lo que ni en la peor de las pesadillas supimos intuir es que con AMLO el capitalismo iba a seguir dictando las reglas y que los mexicanos íbamos a vivir en una dictadura y alarma ya la similitud cada día más clara con lo acontecido en Alemania cuando el pueblo Alemán salió a votar por Hitler con lo que acontece aquí al haber convertido a AMLO en el Presidente más votado de México.
Cada día son más desalentadoras las noticias con relación a la Cuarta, regresión incluso al salinismo, con los mismos personajes siniestros: que quieren ser, volver a ser o seguir siendo, los más ricos del planeta. Alfonso Romo Garza, convertido en el dueño de la Cuarta, no sólo aspira a ser el más rico, como sucedió con Slim en tiempos de Salinas. Alfonso Romo es el poder político, como José Córdoba Montoya lo fue con Salinas. Y probablemente como García Luna fue con Calderón. AMLO tendría que verse retratado en sus antecesores para empezar de manera rauda a rectificar. Quizá aún está a tiempo. Ojalá por los mexicanos y por nuestro país que merece mejor suerte.