León García Soler
Que ya todo cambió. Que todo mal es resultado, consecuencia, del mal de ayer. De antes del milagroso julio de 2018 en el que contaron los votos y los votos contaron. Ya todo cambió. Y el conductor de la Cuarta Transformación sube al púlpito cada mañana para dictar la agenda, su agenda y la del resto de los mexicanos. Al grito casi olvidado de ¡por el bien de todos, primero los pobres! Porque el mal no se combate con el mal. Y al Este del Edén está el vacío.
Lástima que los malos no dejen de serlo. Y que los de la riqueza acumulada no inviertan en proyectos y programas que no parecen salir nunca de los archivos flamantes del gobierno que ya cumple más de un año de los cinco y diez meses para los que recibió el apabullante mandato de treinta millones de votantes. De portentosa aprobación y, según los augures del tercer milenio, inalterable. Ahí el verdadero milagro de lo que cambió: que nada cambia la popularidad y fe de los creyentes en el movimiento. Movimiento estancado por la contracción de la economía; difuso y confuso en el combate a la impunidad que no cede, que crece a ritmo brutal, que cobra cuotas y siembra pánico en el territorio de tumbas colectivas y cadáveres enterrados sin identificación alguna.
Pero esos son otros López, repiten los del rebaño, atentos a los efectos de la moralizadora comisión de salud pública, abierta a los medios todos de la modernidad electrónica. Yo no doy línea, repite Andrés Manuel López Obrador. Y cada día se anuncia liquidación de otro instituto del Estado. No como secuela de la implacable demolición de las instituciones integradas en el proceso de la Revolución Mexicana. Aquello sirvió más, mucho más, a la agonía del sistema del partido casi único, que al panismo gestado como oposición implacable a la revolución social del cardenismo.
Cuando los del cesarismo sexenal se dieron cuenta de que la estabilidad era el pasmo que precede a la agonía, ya gobernaba la derecha con credenciales del antiguo régimen. Y la firmeza del Estado moderno, Estado social mexicano resistió al punto de flexibilidad máxima. Perdió la mayoría en el Congreso durante el paso de Ernesto Zedillo por Los Pinos y parió el sufragio efectivo, elecciones a cargo de ciudadanos al servicio de una entidad del Estado. Gobernación ya no organizaba, conducía, calificaba las elecciones. Y sin violencia mayor que la indignación de unos cuantos y la notable naturalidad de los conservadores, eternos detentadores del monopolio opositor, hubo elecciones a cargo del instituto del Estado. Y la derrota del invencible tricolor.
No vale la pena insistir en los argumentos bizantinos de quienes lejos de incorporarse a la contienda, integrarse al inesperado y formidable sistema plural de partidos, insistían en las memorias del porvenir: cerrar los ojos a las utopías y no ver al horizonte que para eso está ahí, para perseguirlo sin cesar, para avanzar en busca de la equidad, de la justicia social prometida por todos, traicionada por todos. Muy pronto, en menos de dos décadas, se diluyó el sistema plural de partidos. Y en plena derrota, el PRI que todavía estaba ahí, se rindió temeroso del desprestigio; lo hizo efectivo al lanzar un candidato libre de toda sospecha de haber militado en el tricolor.
El PAN había perdido seis años antes, entre la violencia desatada por la “guerra contra el crimen organizado” y la cesión del mando operativo a los organismos de la seguridad nacional, de los Estados Unidos de América. Lo demás es lo de menos. Quedó el recuento interminable de muertos y la impunidad contra la que nada pudo el retorno del PRI. Peña Nieto logró un pacto en pos de gobernabilidad en la división de poderes, vuelta polarización paralizante. El prócer empresarial del capitalismo financiero, Don Lorenzo Servitge que llevaría sus productos al mundo exterior y llagaría casi a dominar el mercado del pan en el país vecino, (con minúsculas, el del “santo olor de la panadería”), se erigió en defensor del presidencialismo: “No dejan gobernar al pobrecito señor Presidente”.
Todo cambió en julio de 2018. Andrés Manuel López Obrador, el profeta airado, en 2006 alzó la voz en pleno Zócalo y con su gente apoderada de Juárez y el Paseo de la Reforma, gritó: ¡Al diablo con sus instituciones! Todo cambió y el mismo a quien pusieron una banda presidencial, con el águila real en el escudo, asumiría prematuramente el poder doce años más tarde; recibiría el bastón de mando indígena y se pondría de rodillas para recibir el sahumerio del copal y recibir la bendición de la Madre Tierra. Y de ahí al ritual de la Cuarta Transformación, a predicar la bondad cristiana, prolongar indefinidamente la campaña política y negarse a volar en el avión que acabaría por transportarnos a todos al juego de la Lotería y la sumisión ante el poder.
Ojalá y las reglas del juego hubieran sido formales, rígidas, incontestadas. Y los miles de millones obtenidos en la venta popular de cientos de miles de cachitos; sobre todo los mil quinientos millones que adquirieron los ricos muy ricos, los dueños del gran capital, cuyo accionar tanto añoran los calificadores financieros y los devotos a las otras cuentas que tiene López Obrador, se hubieran destinado apara que la economía se active y crezca. Nada ha cambiado: el Señor Presidente convoca a los emprendedores de las finanzas y dueños de un capital mayor al de la suma del de los millones de la clase media, proletarizada o todavía no. Y acuden. Y firman los papelitos de la lotería en los que se comprometieron a comprar cachitos con valor de veinte a doscientos millones de pesos, a escoger.
Andrés Manuel López Obrador fue anfitrión de una merienda en los salones de Palacio Nacional: tamal de chipilín y chocolate espeso. Un centenar de empresarios asistieron y la mayoría de ellos se comprometió por escrito a apoyar la rifa del avión que no será rifado. Los mal pensados, los adversarios de la 4T, los del “compló” que no cesa, y no pocos mexicanos del común, tan plebeyos como los más feroces cantores de ¡es un honor estar con Obrador!, trajeron a cuento la reunión norteña convocada por Carlos Salinas de Gortari: “El pase de charola” que recaudó millones para las campañas políticas, o para Solidaridad. Al gusto del cliente. O disgusto.
En la mañanera del viernes pasado, el anfitrión de la merienda diría que no es lo mismo, que todo ha cambiado: “Yo no soy Salinas”, sentenció. Y el cuento de las otras cuentas obliga a pensar que todo ha cambiado, menos las manchas del Gattopardo. Carlos Bremer, quien compró en una subasta de la SAE la casa de Shenli Ye Gon, donde encontraron bultos con millones y millones de dólares, diría al salir de Palacio que iban a verse en todas las esquinas vendiendo “cachitos” de la lotería. La SAE es ahora La Institución para Devolver al Pueblo lo Robado. Y los dos mil millones de pesos exhibidos como base del premio fueron entregados al Presidente por Alejandro Gertz Manero, Fiscal General Autónomo.
Cheque por valor de dos mil millones de pesos recuperados de una estafa al Infonavit; dinero propiedad de los trabajadores, patrones y del gobierno del que es tan autónomo como el fiscal general. Por lo visto, la voz del que manda ha confundido a propios y extraños. No hay porqué mezclar la justa medianía invocada por Juárez con la austeridad fiscal y la supuesta incompatibilidad de un pueblo pobre y un gobierno rico. Se confunden hasta los de la mayoría legislativa, con el poder de la bolsa, auténtica facultad para contrapeso del Ejecutivo.
En “un frugal desayuno” que les ofreció el Presidente López Obrador, los diputados de Morena, del PT, del PES y del PVEM escucharon el llamado a hacer política, prepararse y estar cerca de la gente: “Yo me voy a retirar en 2024, pero totalmente, no voy a opinar, no voy a hablar, no voy a ser un cacique, como en el pasado han sido otros...ustedes participen en política y les voy a dejar la estafeta a ustedes.”
Ah, los años de la obsesión con el propio destino manifiesto. Porfirio Muños Ledo, hoy cauta voz independiente en las curules del partido empeñado en el combate bizantino por el mando por el honor de estar con Obrador, rejuveneció al oír al que manda hablar de “construir un liderazgo político”. Y dijo: “Hay que formar cuadros, porque esto va a durar muchos años más allá del sexenio”.
Mario Delgado, el coordinador, dicen, desde que no hay líderes sino la voz de un hombre solo, mostró al Presidente copia del recibo de la Tesorería de la Federación que acredita la devolución de 227 millones de pesos de ahorro de la Cámara de Diputados. Primero los pobres. En los años del alemanismo, el diputado Eugenio Prado le entregó a “el Señor” un cetro de ébano con joyas preciosas y el grabado: Miguel I.
Todo ha cambiado. Nunca ha habido un cacique en la Presidencia de la República. Pero siempre han estado ahí los sicofantes y cortesanos. Y hasta ahora nadie había manifestado la ambición de ser el mejor Presidente de la Historia.