Opinión

Guillermo Fabela QuiñonesApuntes

Las presiones contra el gobierno de la Cuarta Transformación están subiendo de nivel, no sólo por el pánico a que se avance en la lucha contra la corrupción, sino por el imperativo de aprovechar al máximo las inconsistencias que muestra el presidente López Obrador en temas que impactan en la opinión pública. Los conservadores temen, con razón, que se apuntale el nuevo régimen, lo que le daría mayor fortaleza y autoridad moral; el pueblo quisiera que el mandatario acelerara más la marcha que lo haga pasar a la ofensiva en la estrategia progresista.

La realidad patentiza que se avanza lenta pero de manera irreversible, en cambios tácticos que darán paso a movimientos más contundentes en lo político. El problema en esta coyuntura es la falta de tiempo para que la estrategia muestre su eficacia. Sólo tiene este año para que el 2021 sea el del paso a la ofensiva en materia política y económica. Esto también lo sabe la derecha, por eso su beligerancia en los medios y en el Congreso, no obstante la mayoría que detenta Morena.

El olfato político del mandatario, siempre atento a los indicios coyunturales, lo hace verse muy moderado en los hechos aunque sus declaraciones sean incluso provocadoras. No puede ser de otro modo, porque carece de la fuerza que en el pasado tuvieron los gobiernos del viejo PRI (el que dejó de existir para dar paso al tricolor neoliberal), particularmente a los que les tocó inclinarse a la “izquierda” en el péndulo que regía al sistema corporativo.

López Obrador prácticamente está maniatada por las circunstancias, como lo indica su moderación en su trato con la cúpula empresarial y con el “Goliat” de Washington. El peso incontrastable de ambos en la vida del país, es la peor herencia que le dejó el régimen neoliberal. Ni qué decir que sólo podrá revertirla en la medida que se fortalezca políticamente, lo que implica tomar decisiones más progresistas que le sumen apoyos sin que pierda la confianza que está ganando en la cúpula empresarial más pragmática y conocedora de nuestra realidad.

Así lo advirtió la filósofa belga Chantal Mouffe, en la conferencia que dictó el pasado jueves en la UNAM. Afirmó: “El objetivo debe ser permitir que se desmorone la hegemonía neoliberal y crear las bases para otra hegemonía. Pero sólo pueden sentar las bases, porque la hegemonía no es algo que se pueda abolir por decreto”. En efecto, esto es lo que hay que hacer entender al pueblo, particularmente a las clases medias que quisieran brincar de un salto la red del estancamiento en que viven, que se agudizó al apuntalarse la acumulación en las capas altas de la sociedad.

Sin duda, la hegemonía neoliberal se romperá fortaleciendo la economía estatal, como lo demostró el viejo PRI al asegurar para el Estado la rectoría económica, con la cual acabó la tecnocracia neoliberal para dar rienda suelta a la corrupción sin freno. Sin embargo, para Alfonso Romo, coordinador del gabinete económico, “deben ser los empresarios los que propongan y asuman el liderazgo, convirtiéndose en el motor de la economía”.

Tal postura entra en abierta contradicción con la necesidad de que el país tenga crecimiento real, necesidad que reconoce Romo, al afirmar que “sólo con mayor crecimiento funcionará la 4T”. Dejar que sea el sector privado el motor de la economía nos conducirá a un desastre mayor, como lo demostraron seis sexenios en que se mantuvo su hegemonía.

guillermo.favela@hotmail.com

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