Opinión

El coronavirus

María Rivera

Como si fuera parte de una serie de una ficción apocalíptica, nos acecha. Tras ver videos de lo que ocurre en China, de distinta procedencia, la imagen global de la enfermedad que circula en redes, lejos de los medios tradicionales, se vuelve más que inquietante: carreteras cerradas, gente que se desploma en la calle, en el mercado, en la sala de espera de hospitales; cuerpos de personas fallecidas entre enfermos en pasillos de hospitales; doctores y enfermeras llevados a la extenuación tras jornadas de trabajo en la que no se dan abasto; médicos fallecidos; agentes del gobierno tratando de tomar la temperatura a gente violentamente; deudos dolientes a quienes se les niega la posibilidad de llevar a cabo sus rituales mortuorios por la disposición del gobierno de que los cuerpos sean cremados inmediatamente.

La rapidísima construcción de un hospital para miles de enfermos, en diez días; la adecuación de un auditorio en hospital con miles de camas, la rapidez en los contagios. Todo parecería sacado de una película desasosegante. Y es que seguramente las grandes pandemias que la humanidad ha padecido tienen en nuestro inconsciente colectivo una marca indeleble, más allá (o quizá debido a ellas) de las elaboraciones conscientes que llevamos a cabo cada tanto, y que forman parte de nuestro imaginario cultural. Narrativas de corte apocalíptico, como son el fenómeno zombie, o aquellas que fabulan catástrofes naturales, las invasiones extraterrestres o las pandémicas, actualizan nuestros temores más profundos.

El miedo a la muerte, a la extinción de la especie, el fin del mundo a través de la creación de una amenaza más poderosa que nuestro conocimiento, capaz de demostrarnos cuán vulnerables somos, retando nuestras narrativas omnipotentes y, sobre todo, nuestra confianza ciega en que el progreso puede protegernos de todos los males que nos amenazan como especie. Males que no distinguen entre los seres humanos y las categorías que hemos inventado para dividirnos: nacionalidad, género, estatus socioeconómico. Frente a su amenaza, los cuerpos son solamente cuerpos indefensos, susceptibles de contagiarse, enfermar gravemente y morir, sin que podamos hacer mucho. Fabulamos para contrarrestar el miedo, conjurar las amenazas.

Así, el nuevo coronavirus que circula en China, se parece mucho a las pesadillas concebidas por nuestra imaginación. La información que tenemos de lo que ocurre, causa temor y hasta pánico si uno lo piensa detenidamente. Sin embargo, hay que decir que en realidad no conocemos aún el alcance de la enfermedad fuera de China y si los países lograrán controlarla, evitar que alcance dimensiones parecidas a las que sufre el país asiático donde el sistema de salud ha sido totalmente rebasado. Los esfuerzos y el sufrimiento que están padeciendo los chinos para evitar que la enfermedad se propague, son inmensos.

Como es previsible, ante una enfermedad tan contagiosa, y como las autoridades de salud han advertido, llegará pronto a México. No parece ser el mejor momento, hay que decirlo, cuando el abastecimiento de medicamentos está en crisis, en medio de un cambio del sistema de salud operado por el nuevo gobierno, en el que reina la desorganización.

Y es que a pesar de haber enfrentado hace once años la epidemia de influenza H1N1, haber sido su epicentro, lo que le da experiencia al gobierno en el manejo de una epidemia, habría que hacer eco de los expertos que alertan sobre la insuficiencia del sistema de salud ante un hipotético contagio masivo, preguntarles a las autoridades qué medidas específicas están tomando en caso de que la infraestructura hospitalaria fuera rebasada, como ha sucedido en China ¿Tenemos un plan para ello? ¿Se están tomando todas las medidas presupuestales, técnicas, humanas para ese posible escenario? ¿Qué medidas están tomando más allá de las recomendaciones que están haciendo a la población como lavarse las manos, estornudar dentro del codo y hacer trabajo de detección, más allá de tranquilizarnos en las mañaneras?

También habría que preguntarles si se les está dando seguimiento personal a quienes se detecten en redes de contacto de posibles infectados, en suma, si hay un plan en caso de que el coronavirus se convierta en una epidemia en el país.

Sabemos que no es un virus de influenza, que no hay medicamento alguno para tratarlo, ni una vacuna; que es muy contagioso y que, para colmo de males, enfermos asintomáticos la transmiten durante un largo período de tiempo. También, que produce neumonía y que nuestro sistema de salud, cotidianamente rebasado, no cuenta con la infraestructura necesaria si miles de personas se enferman críticamente.

Esperemos que la epidemia no se convierta en una emergencia en México, pero más aún que las autoridades de salud y el Presidente López Obrador, estén previendo, por nosotros, qué hacer si esto sucede, tomando las medidas necesarias.

La vida de miles de mexicanos podría depender de ello.

Ojalá así sea.

(SIN EMBARGO.MX)