José Díaz Cervera
Lo de hoy es el coronavirus, un agente infeccioso cuya tasa de contagio es extraordinariamente alta, aunque su capacidad mortal resulta estadísticamente muy baja salvo si los mecanismos de salud pública tuvieran, como está sucediendo en Italia, un colapso brutal.
Pero el coronavirus no actúa solo y sus primeros aliados son la desinformación y la ignorancia, mismas que nos impiden reconocer las diversas escalas de acción en contra de la epidemia, de tal forma que no somos capaces de entender que los frentes de batalla están en lo individual, en lo familiar, en lo institucional y en la esfera de lo gubernamental (en sus diversas instancias), donde –aun con inconsistencias– parece ser que se van tomando las decisiones sensatas para tratar de reducir los efectos de la pandemia.
Algo que llama mi atención es el hecho de que esta epidemia también evidencia todos los síndromes que aquejan nuestra vida colectiva, entre los que destacan el individualismo y la falta de solidaridad, sobre todo entre nuestras clases más pudientes. Mirar a un hombre llenando su carrito del supermercado de pastillas de jabón fue para mí una de las escenas más patéticas, al igual que sucedió cuando vi a una mujer que llevaba al menos veinte paquetes de papel sanitario.
Dejemos de lado algunas suposiciones que pudieran justificar los casos antes mencionados (que, al parecer y según varios testimonios de las redes sociales, no son los únicos), como, por ejemplo, que el señor y la señora referidos tengan alguna empresa o alguna instancia que haga justificable la compra masiva de las mercancías señaladas; mas la circunstancia de que casos similares hayan sido verificados en diversos almacenes, nos indica que lo que se dio fue una reacción lamentable de individualismo que no habla bien de nuestra condición gregaria.
Pongamos un escenario límite donde la gente empiece a enfermar masivamente por no poderse lavar las manos o por no tener cómo limpiar sus vías respiratorias con pañuelos desechables: ¿creerán estos personajes de marras que cientos de pastillas de jabón de tocador o de cualquier otro tipo, decenas de frascos de alcohol en gel o una cantidad exagerada de rollos de papel sanitario les darán algún pasaporte a la supervivencia? ¿Creerán, en su imaginación delirante, que todos moriremos pero que ellos, con su poder adquisitivo, compraron vida suplementaria en forma de alcohol en gel? Si todos muriésemos menos ellos (según se plantea en este ejercicio de imaginación), ¿cómo serían las vidas de estas personas nefandas e ignorantes?
A veces parece absurdo que, en la era de la información y con tantos recursos a nuestro alcance, estemos absolutamente desinformados y que sólo esperemos las decisiones gubernamentales para actuar, cuando el nivel de la acción individual es decisivo (como lo es también el de los mecanismos institucionales no sólo en aquello que depende del Estado, sino también en lo que es competencia de la llamada iniciativa privada).
Asimismo, habrá que tener conciencia de que la suspensión de labores en diversas instancias del gobierno (sobre todo en el ámbito educativo), así como en todos aquellos eventos que pudieran determinar algún tipo de contacto extenso con otros individuos, no debe tomarse como una especie de asueto vacacional (los españoles no lo entendieron y lo están pagando muy caro).
La alerta epidemiológica no es sólo para luchar en contra de un virus que viene de China, sino también contra nuestro egoísmo y nuestra inconsciencia. Sin minimizar la amenaza de salud pública, creo que los dos últimos problemas referidos son mucho más peligrosos y eso es lo que verdaderamente nos pone al borde del colapso.