Opinión

Sin escape alguno

Beatriz Navarro

¿Qué pasaría si finalmente desaparecemos? Esa fue la estruendosa pregunta que las mexicanas exitosamente le hicieron a su país este lunes a través de un movimiento poderoso: una huelga femenina. Fue un día atrapado en un eco de dolor silencioso donde las mujeres literalmente desaparecieron incluso de las redes sociales. Según las estimaciones iniciales, más de 21 millones de trabajadoras se quedaron en casa, con el claro propósito de exponer cómo se vería el país sin mujeres. La Coparmex estimó que las pérdidas económicas tan sólo en la Ciudad de México fueron de más de 300 millones.

La dramática protesta es imperativa. Esta huelga feminista es un movimiento que demanda frenar los feminicidios en el país. Según datos públicos, alrededor de 10 mujeres son asesinadas todos los días en México. Si bien es cierto que el crimen y la impunidad no discriminan, también es cierto que con la intensificación de la violencia en los últimos años, son precisamente las mujeres las más afectadas. No encuentran paz y seguridad ni en casa, de hecho, el 25 por ciento de las mujeres víctimas de homicidio en México son asesinadas en sus hogares. Desafortunadamente, esta realidad es compartida por todas las mujeres en la región del Triángulo Norte de Guatemala, Honduras y El Salvador, en donde las mujeres también están siendo asesinadas a tasas alarmantes.

En su informe “Mujeres en fuga”, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados relató que, desde el 2014, las mujeres de México y Centroamérica han denunciado constantemente que ni la policía ni otras autoridades han logrado proporcionarles las mínimas garantías ni protección necesaria. Y es aquí precisamente donde las realidades compartidas colisionan: la violencia contra las mujeres es el detonante principal del nuevo rostro de la ola migratoria en los Estados Unidos que ahora incluye a niños no acompañados y a mujeres embarazadas, como nunca se había visto. Tradicionalmente la migración al norte era mayoritariamente masculina y de origen mexicano. Pero desde hace ya seis años no sólo el país de origen ha cambiado, sino también su sexo. Según datos recientemente publicados por Aduanas y Protección Fronteriza, más del 90 por ciento de los migrantes más recientes son guatemaltecos y, de ellos, ya casi el 50 por ciento son mujeres. Pero mañana podrían ser mexicanas o salvadoreñas, hondureñas, colombianas, chilenas, argentinas o venezolanas. El punto es que la violencia de género está impulsando un éxodo de mujeres en fuga que prefieren morir en el intento que seguir viviendo en un infierno de constantes abusos.

Desde enero del 2019, el Presidente Donald Trump implementó la política Remain in Mexico, que obliga a miles de solicitantes de asilo a esperar la resolución de sus largos procedimientos migratorios al sur de la frontera. Además, esta administración ha firmado acuerdos con Guatemala, El Salvador y Honduras para exigir a los migrantes que se dirigen a los EU soliciten primero protección en esos países, lo que básicamente hace que resulte imposible solicitar asilo. De hecho, la administración Trump está estableciendo límites a la elegibilidad de asilo por causas de violencia doméstica, ignorando por completo resoluciones internacionales que reconocen que la violencia contra las mujeres es una cuestión de violación a los derechos humanos.

Al mismo tiempo, la reacción del Presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, no está ayudando mucho que digamos. El Presidente aún está tratando de conciliar su retórica pasada de oposición con sus acciones como mandatario. Francamente, nadie dijo que sería sencillo. México enfrenta una situación extremadamente compleja, ya que es simultáneamente país de origen, tránsito y asilo. Por un lado, la administración de AMLO continúa apoyando una especie de Plan Marshall Centroamericano, a través del cual se canalizarían 30 mil millones para el desarrollo regional del Triángulo Norte en un esfuerzo por aliviar las presiones migratorias. La idea subyacente es que, si la situación económica mejora, los centroamericanos no tendrán necesidad de buscar migrar a otros lugares. Abordar las causas profundas de la migración tiene sentido, pero sin reconocer la creciente crisis humanitaria en la frontera mexicana, con campamentos para migrantes superpoblados, antihigiénicos y peligrosos, y sin reconocer la violencia desenfrenada que continúa afectando a México y que ésta a su vez impacta más aún a las mujeres, sus acciones se quedan muy cortas.

El día antes de la huelga nacional, las mujeres se apoderaron del país en la marcha más grande de la historia, con el apoyo de mujeres mexicanas alrededor del mundo. Esta protesta me resultó evocativamente similar a la de Trump el día después de su toma de posesión, cuando millones de mujeres protestaron el 21 de enero del 2017. La Marcha de las Mujeres (Women’s March) fue también la protesta más grande en la historia de los Estados Unidos. He tenido el privilegio de unirme a ambas manifestaciones, a la de este domingo apoyando a las mexicanas desde D.C. y a la Women’s March en los Estados Unidos. Por un lado, las mexicanas corearon “Señor, Señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres delante de la gente”, mientras que en los Estados Unidos el canto era “Los derechos de las mujeres son derechos humanos.” Lo que veo es que en México las mujeres exigen desesperadamente el reconocimiento del valor de sus vidas y luchan contra la normalización de la violencia, mientras que las mujeres estadounidenses siguen combatiendo su condición de ciudadanos de segunda clase.

Esta lucha es global. Las mujeres norteamericanas tampoco han alcanzado la igualdad o la seguridad. Más allá de la brecha salarial, según la Coalición Nacional contra la Violencia Doméstica, un acto de violencia doméstica ocurre cada 15 segundos en el país y al menos un tercio de todas las mujeres asesinadas en los Estados Unidos son asesinadas por sus parejas masculinas.

Conectando ambas manifestaciones, conectando realidades, vale la pena invitar a los tomadores de decisiones a utilizar la interseccionalidad de género para replantear el enfoque patriarcal de la migración en todas las naciones del mundo. Primero, si una mujer puede escapar de la violencia, es lo mejor de su país. Es una guerrera que sobrevivió. Es resiliente; ella no está trayendo sus problemas, está trayendo esperanza y fortaleza. En segundo lugar, ninguna mujer merece huir aterrorizada. Esa es la razón por la que vale la pena seguir luchando por los derechos de las mujeres en todos los aspectos de la vida humana. En términos de desarrollo, es de hecho, la clave que comienza un ciclo virtuoso. Representa un arma poderosa para estimular el crecimiento de los países y es esencial para crear ciudadanos productivos.

Sin duda, el reconocimiento de los derechos de las mujeres es la pieza faltante en el rompecabezas de la relación bilateral. Si México y Estados Unidos pudieran comenzar a incorporar este elemento a sus estrategias de migración, tal vez podríamos dejar atrás quién paga o no los muros, para comenzar seriamente a combatir la violencia y la inmigración ilegal atacando una de las causas subyacentes más relevantes. Ninguna política está completa sin considerar las implicaciones para las mujeres, el otro 50 por ciento de la población mundial. Es hora de actuar antes de que nos quedemos sin escape alguno.

(SIN EMBARGO.MX)