Cristóbal León Campos*
Escribir es comunicarnos, es expresar los sentimientos a través de palabras que articulan historias y pensamientos que imaginamos. Escribir nos permite comunicar al mundo las ideas, sueños y esperanzas que resguardamos en nuestras mentes y en nuestros corazones, pero también, escribir nos permite conocernos interiormente, reconocer el mundo exterior y luchar por transformarlo generando conciencia.
Cuando decidimos hacer nuestra la palabra y mediante su uso dar a conocer lo que en nuestro interior sentimos, estamos también realizando un ejercicio de autoconocimiento, de reflexión interna y de valoración de nuestras prioridades y anhelos personales. Estamos conociéndonos y reconociéndonos a nosotros mismos.
Escribir es un ejercicio individual, sí, pero no un ejercicio en soledad, muy al contrario, escribir nos comunica y nos enlaza con nuestro entorno, o, mejor dicho, nuestros entornos, y así, podemos presentar a quienes nos leen una parte íntima de nuestro ser. Al dar a conocer un escrito (en cualquiera de los géneros literarios) estamos dando a conocer una parte de nosotros mismos, nos abrimos al exterior llevando como carta de presentación la imaginación que hemos desarrollado al momento de redactar una historia.
La mente se expande al escribir, viaja a través de imágenes, figuras, colores, sabores, texturas, ciudades y comunidades, la mente crea o recrea formas diversas de nuestra realidad o realidades diversas alternas a lo que a diario vivimos. Al permitir que nuestras mentes experimenten y se expresen de forma libre, nos estamos liberando a nosotros mismos de las cadenas de la monotonía y la rutina, de las barreras que a diario debemos confrontar, para adentrarnos al mundo fantástico que nos rodea y que no siempre percibimos.
La imaginación nos acompaña desde nuestros primeros días en este mundo, es la fantasía el mundo en el que solemos crecer y del cual nos desprendemos conforme crecemos, dejando a un lado ese mundo fantástico que nos acompañó en nuestros primeros años. ¿Quién de los ahora presentes no construyó una y mil historias en su mente? ¿Quién no imaginó ser un personaje o estar en algún otro lugar viviendo alguna emocionante aventura? ¿Cuántos de nosotros no pasamos nuestra infancia entre seres, lugares e historias surgidas de nuestras mentes? Y entonces ¿Por qué solemos dejar a un lado ese mundo fantástico de la imaginación para adentrarnos en la complejidad de la llamada realidad? La palabra tiene ese don, el de transportarnos, el de construirnos y ubicarnos en cualquier sitio, el de hacernos vivir emocionantes aventuras.
La palabra tiene el don de transportarnos, de construirnos y ubicarnos en cualquier sitio, tiene la facultad de hacernos vivir emocionantes aventuras o dolorosas experiencias. La imaginación no es un peligro como se cree en ocasiones, muy al contrario, es la imaginación la característica que nos hace humanos. Seamos más humanos conociéndonos y cultivando la palabra con fantasía al igual que la esperanza de un mundo mejor. No se trata de negar o reproducir simplemente la realidad, se trata de transformarla con imaginación para el bien de todas y todos. Por eso, escribo para luego existir…
*Integrante del Colectivo Disyuntivas