Opinión

Timón seguro

Gerardo Fernández CasanovaConfianza Razonada

La peor y más dañina de las pandemias es el pánico en la sociedad; es como una bola de nieve que se desliza y crece sin medida que, además, si no se le procesa correctamente, impide la debida atención a la causa que la generó. Tal situación se empeora cuando hay intereses irresponsables que la alimentan para lograr fines muy ajenos al interés de la comunidad. El perversamente famoso coronavirus es una muy clara muestra de este fenómeno; su efecto sanitario es mínimo si se le compara con la letalidad del hambre o la de las enfermedades curables que no pueden atenderse por falta del dinero pero que no provocan alarma en una sociedad deshumanizada e individualista, hija predilecta del capitalismo voraz que domina a una buena parte del mundo.

El nuevo virus hace su aparición en China, país que cuenta con un excelente sistema de salud pública. Con toda responsabilidad su gobierno comunica al mundo la presencia del fenómeno, respecto del cual se ignora su comportamiento y, por lo mismo, la forma de combatirlo; ante ello el gobierno dispone el aislamiento absoluto de toda una región y adopta medidas preventivas en magnitud superlativa y se avoca a proteger a la población y a estudiar las posibles consecuencias y soluciones. Hoy, a poco más de tres meses de conocida la epidemia, ya se tiene bajo control: disminuye drásticamente el número de contagios y la mortalidad se estaciona en cerca de 3,000 fallecimientos, cifra despreciable ante la magnitud poblacional de ese país (1,300 millones de habitantes). Lo más importante es la experiencia adquirida: es altamente contagiosa por su novedad; es de rápida auto inmunización y resulta letal sólo en casos extremos de indefensión debida a la presencia de otros cuadros de morbilidad (enfermedades cardiovasculares, respiratorias, diabetes, VIH, principalmente) pero resistible en los casos de salud personal razonable.

Mientras se alcanzaban las conclusiones anteriores, el mundo padeció la otra vertiente de la pandemia: el pánico y sus tremendas secuelas. Para algunos gobiernos la crisis de pánico les resultó muy funcional: el francés pudo cancelar las protestas de los chalecos amarillos y el chileno la movilización popular contra el gobierno y sus medidas, por cierto más letales que el coronavirus. En Estados Unidos, el fenómeno se registra en plena campaña electoral y se atiende al pánico con miras estrictamente electorales. Los gobiernos de baja popularidad (la mayor parte del mundo) aprovechan la crisis para tratar de legitimarse. Pocos están en condición de adoptar medidas racionales.

Especial papel juegan los medios masivos de comunicación: la tranquilidad no es noticia y no vende. Entre más pánico registre la población más ávida de noticias; amarillismo puro. Más amarilla aún en los casos en que la prensa juega un papel político opositor al gobierno en turno. Son los que echan la leña al fuego y obligan a gobiernos débiles a actuar irracionalmente.

La economía es otro importante jugador en este póker del pánico. Frenar la pujanza china; dar la puntilla letal a la Unión Europea; aniquilar a las economías basadas en el petróleo; abaratar las exportaciones de materias primas tercermundistas, paralizar a los países emergentes. Son muchas manos zarandeando la cuna, cada quien para su santo.

México, por su parte, se mueve en otro nivel. Se evita el pánico mediante la información veraz y contradictoria al amarillismo de la prensa tradicional contraria al nuevo régimen. Se difieren acciones desesperadas carentes de fundamento científico. A diferencia de la conseja popular, adopta la de no hacer hoy lo que puedas hacer mañana; no hay prisa para caer en la tentación de atender las voces del desastre y el pánico. Se actúa con responsabilidad para atender el pico de la demanda en su momento, guardando fuerzas y recursos para cuando llegaran a necesitarse, ni antes ni después. El mensaje permanente es de tranquilidad responsable. El Presidente es el principal actor en esta obra de serenidad y hace oídos sordos a los ladridos opositores.

Dígame usted si no: cuánto vale la legitimidad de un gobierno respaldado por el pueblo. Tengo la razonable seguridad de que saldremos bien librados. El timón está en buenas manos.

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