María Teresa Jardí
Las iglesias, detrás de los poderes políticos, embozadas, y no tanto, se esconden. O de plano actúan imponiendo el miedo convertido en horror en manos de los inquisidores. No hay fanatismos buenos. Las religiones nacen ante la necesidad de explicación frente al hecho irreverente que la muerte supone, inapelable que es y no discriminatoria para nadie. Leo por estos días un libro que les recomiendo. El autor es Hermann Kesten y por título lleva el de “Yo, la muerte. Felipe II Soberano de Medio Mundo”. “… Felipe había heredado de sus bisabuelos los famosos reyes, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, un insólito instrumento; decían que era sagrado, que tenía poderes sobrenaturales. Se parecía a una varita mágica: allí donde había oro daba una señal. Se parecía al rostro de una medusa: al mirar a una persona, ésta quedaba petrificada. Como si calzara botas de siete leguas, llevaba la desgracia por doquier. A semejanza de un manto que hace invisible las cosas, hacía invisibles a los asesinos; al igual que la simiente del mal donde se plantaba, creaba la discordia y destruía a los inocentes. Se llamaba la Inquisición española, y Felipe era su virtuoso. Este floreciente negocio, cuyos socios culpables eran la Monarquía y la Iglesia, tenía sus fundamentos en el espionaje y el asesinato legalizados, y sus víctimas se quemaban entre ceremonias eclesiásticas y fiestas oficiales en las plazas públicas, en presencia de miles de bebedores de sangre. Monjes y arzobispos eran los acólitos. El rey era la cabeza de este grupo de policías secretos y verdugos. El negocio era para él… El mal le interesaba por encima de todo; al igual que cualquier fisgón, fingía actuar en nombre del bien. El tirano no se habría sentido a gusto sin traidores a los que espiar; sin agentes a los que utilizar; sin rebeldes que convertir en culpables; sin insensatos a los que corromper...”. Esta pequeña parte de la narración es sobre su estancia en Inglaterra (pags. 93 y 94) enviado por su padre a casarse con la reina de ese país que no lo aceptó como su rey, pero donde se dedicó a asesinar y a obligar a su mujer, que al parecer lo amaba, a que ordenara la ejecución de los “herejes”. Muchas páginas después, en las 526 y 527, el autor nos relata que: “… Al Justicia Mayor, sólo lo podían apresar por orden de las Cortes. Por eso, cuando Felipe ordenó detener y ejecutar sin proceso al Justicia Mayor, estaba llevando a cabo un golpe de Estado. Al golpe de Estado le siguió el terror. A éste, una fuerte emigración. La Inquisición investigó hasta más allá de las fronteras. Y la mentira de la clemencia engañó al mundo. Mientras tanto, los antiguos derechos y las antiguas libertades fueron derogados. Protegido por sus soldados, Felipe convocó las Cortes de Aragón. –¡Se han acabado los Fueros! –ordenó Felipe. Así murió la libertad en Aragón…” Y en la página 536 del libro, en el último párrafo, cuando para Felipe se acerca la muerte, el autor nos hace saber que: “… El rey Felipe amaba a las personas en general y en grandes masas. Los individuos le parecían terribles. Felipe interrumpió su lectura, -anotadlo, hija mía. Quiero recordarlo. El individuo es peligroso. Hay que matar al individuo. Los pueblos no resisten ante nuestro poder de reyes. Sólo el individuo puede resistirse. Este es nuestro límite. ¡Apuntadlo! Hay que anotar la sabiduría de la edad. He llegado a viejo y estoy satisfecho. Tengo la conciencia tranquila. Y Dios me ama. He gobernado a los hombres según lo que valen. Yo, el rey”. Y por cierto la editorial del libro que les recomiendo es Pocket el edhasa y la primera edición se publicó en Barcelona mayo de 1999.