Guillermo Fabela Quiñones
La pandemia de Covid-19 aceleró las contradicciones que frenan el impulso de la Cuarta Transformación, también impulsó las andanadas de la cúpula oligárquica en contra de un mandatario que les está dejando el campo libre para que se organicen sin temor a represalias. La emergencia se está recrudeciendo por partida doble, tanto con respecto al problema sanitario como en lo que toca a las embestidas del conservadurismo decidido a regresar a un pasado de privilegios y de corrupción sin límites.
En este contexto, el régimen de la 4T ha mostrado sus debilidades, cuando lo urgente e inaplazable es poner sus fortalezas como muro de contención al odio de clase de quienes no aceptan, bajo ninguna circunstancia, que en el Palacio Nacional despache un político que no sigue sus instrucciones al pie de la letra. En vez de aceptar como un hecho favorable la disposición del mandatario a la negociación y a la prudencia, ven tal actitud como muestra de debilidad, al no tomar acciones defensivas elementales ahora que aún es tiempo.
El llamamiento del controvertido magnate Ricardo Salinas Pliego a desobedecer las disposiciones gubernamentales para frenar los contagios del Covid-19, al cual restó importancia el presidente López Obrador, es un punto de quiebre del rumbo a seguir por el gobierno federal. En los días subsecuentes podrá notarse una mayor presión de las elites empresariales y sus voceros, que obligará al mandatario a tomar decisiones que fortalezcan o debiliten su proyecto de nación.
Es indudable que el mayor desgaste del mandatario ha sido producto de sus indecisiones y zigzagueos, no de ataques directos o embozados de los conservadores. Es hasta ahora, aprovechando la coyuntura de emergencia nacional, cuando éstos buscan cerrar filas con un fin concreto y siniestro: derrocar al mandatario. Cada día son más abiertas las convocatorias a dar el paso definitivo, al darse cuenta que no hay respuestas en contra de su actitud sediciosa, ni de parte del propio Presidente ni de su partido y organizaciones afines a su proyecto.
En esta situación de indefiniciones, el pueblo mantiene su expectativa de que el presidente López Obrador asuma su responsabilidad y actúe en defensa legítima de su gobierno. “¿Por qué no lo hace?”, es la pregunta que se escucha en diversos corrillos, la cual es apagada por el ruido de los grandes medios al servicio de la oligarquía. Sin embargo, la propia gente empieza a colegir que la respuesta es muy simple: “No lo hace por temor a que su lema de ‘paz y amor’ se derrumbe por el peso de la realidad”.
En este momento, muchos ciudadanos intuyen que la prudencia del mandatario obedece al imperativo de no desatar al monstruo de una violencia incontrolable; con todo, también prevén que no atajar ahora las presiones indebidas de magnates sin compromiso social, complicaría la urgencia de poner freno a sus excesos, codicia y vileza humana. Por ello esperan una respuesta firme del Presidente, cuanto antes para evitar males mayores en los meses venideros.
Mientras no pase de las condenas verbales a los “malos mexicanos”, éstos mantendrán sus convicciones golpistas. Sin duda es una tarea titánica pasar a la ofensiva, teniendo en cuenta que fueron más de cuatro décadas las que la elite oligárquica mantuvo un poder hegemónico. Pero López Obrador sabía del reto gigantesco que debía enfrentar. Aún cuenta con factores muy favorables; lo obligado es demostrar un liderazgo político firme a fin de no perder lo que realmente importa: la confianza del pueblo. La de los “inversionistas” vendrá por añadidura.
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