Diego Petersen Farah
Por momentos quisiéramos apagar la luz y despertar en junio, más allá de las fiestas de San Antonio o incluso de San Juan, borrar mayo del calendario, aunque perdamos las ciruelas, los mangos, los guamúchiles y las pitayas. Tomar aire, hacer un bucito y dejarnos llevar por la ola, cuya cresta espumosa y brava apenas imaginamos, y dejarnos llevar hasta ver a qué playa nos arroja, con qué heridas, con cuántas pérdidas. Pero no, el que viene será el mayo más largo, sin puentes ni fiestas, sin flores para las madres ni para la Virgen, sin Día del Maestro ni batallas de Puebla libradas con patriotismo en cada una de las primarias del país, sin Día del Trabajo y en muchos casos sin trabajo, con un calor mortal y virus que creíamos invernales asechando en la calma, con hospitales llenos y plazas vacías.
El pico de la pandemia de coronavirus en México, estiman los expertos, será en la segunda semana de mayo. Una fecha que hoy parece lejanísima, casi 30 días de más insulsas mañaneras, de macabras ruedas de prensa de las siete con fríos recuentos de muertes que irán creciendo exponencialmente, un mes ardiente de fiebres, con tragedias personales por pérdida de empleo que no caben en los días, de largas y calurosas noches de insomnios de empresarios desesperados por no poder pagar las nóminas, de estudiantes encerrados inventando, cual asesinos seriales, nuevas formas de matar el tiempo.
Es cierto, no hay sorpresa: lo hemos visto repetirse en cada uno de los países infectados y hemos visto como en un déjà vu a la realidad, arrastrando sin piedad a los líderes de las diferentes naciones que se negaban a aceptar la gravedad de la pandemia. Pero nadie experimenta en cabeza ajena y lo que podemos vislumbrar es sólo eso, una idea vaga de lo que hay detrás de la cortina de niebla por la que avanzamos a ciegas y de la que cada uno tendrá una experiencia distinta al final del camino sin traza.
Será en junio, cuando comiencen a bajar las aguas tras el tsunami, cuando podremos medir realmente el tamaño del desastre en la salud y de la destrucción en la economía, que podremos contar las pérdidas humanas, los empleos desaparecidos, las empresas muertas. Nadie puede predecir con exactitud cómo saldremos de ello, hay estimaciones de infectados y muertos, del tamaño del golpe económico que vendrá tras la pandemia, pero de lo único que podemos estar seguros es que a la vuelta de mayo nos espera un año distinto, que nosotros no seremos los mismos, que el país será otro, que el mundo que conocíamos habrá en muchos sentidos dejado de existir.
Ojalá que nuestros gobernantes entiendan que por una vez tienen que dejar de hablar para escuchar el doloroso silencio de los ciudadanos: el peor error que pueden cometer los políticos, los que están en el poder y los de oposición, es pensar que gobernarán al mismo México de antes del mayo más largo.
(SIN EMBARGO.MX)