Opinión

Michael Vázquez Montes de Oca

Economía Popular

Sobre el contexto epidemiológico del Covid-19 se ha escrito bastante y aún queda por escribir más, porque no se conoce lo suficiente, sus características, duración, consecuencias y posibilidades de reinfección, hay que seguir profundizando sobre las consecuencias y su repercusión en lo social, la política y la psiquis.

Hay quienes pronostican que el “mundo sanitario va a cambiar” y mostrado lo endeble que pueden ser los sistemas de salud, que ante la emergencia colapsan fácilmente, aumentando el riesgo de muerte por enfermedades tratables. El director de la OMS afirma que “el coronavirus estará con nosotros durante mucho tiempo y puede volver a crecer fácilmente”.

Los ministros de Salud de las principales economías del mundo que conforman el G-20 mantuvieron una reunión virtual para dar una respuesta conjunta y analizar sus alcances; en ella reconocieron las debilidades de la comunidad en la prevención y frente a este tipo de situaciones, subrayando la necesidad de mejorar la eficacia de los procedimientos en todo el mundo.

La ruptura de la cadena productiva a escala mundial y el consiguiente perjuicio al comercio internacional, más deudas con proveedores y la supresión del turismo, limitarán el volumen importador y exportador, disminuirán los PIB, añadiéndose a ello los gastos ineludibles de salubridad pública que distorsionarán los presupuestos; mientras más tiempo se mantengan las limitaciones a la circulación mercantil y de individuos, mayor será la afectación, entrando en una profunda e inevitable recesión que hace más difícil volver a la “normalidad”.

Estados Unidos, China y la Unión Europea están siendo castigados brutalmente, apareciendo muestras significativas de recesión e importantes niveles de desempleo.

Francia retrocedió un 6% durante el primer trimestre y el PIB alemán caerá un 4.2% en el 2020 y la OCDE señala que puede acarrear disminuciones de 15% o más en las economías avanzadas y principales de los mercados emergentes, y en las medianas en un 25%.

La epidemia va a proseguir su marcha, costará más de 280 mil millones de dólares en los primeros tres meses del año y empieza a tener dimensiones extraordinarias. Lo que está ocurriendo supone un freno y demuestra la globalización del mundo, se han estremecido los mercados por los efectos en dominó y su desenlace es muy alarmante.

El petróleo está sembrando un caos, las amenazas de recesión (se dice que ya hay 170 naciones que lo están) y, a diferencia del 2008, esta vez no hay ningún país que pueda arrastrar al resto de vuelta a la senda del crecimiento, “guerras comerciales”, junto a nuevo salto de la lucha de clases, marcan un cambio en la tónica del momento. Se ha puesto de manifiesto que la fórmula se viene abajo cuando se incomunica a todo el orbe durante un mes, las acciones unilaterales son contraproducentes e inefectivas y el aislacionismo más la improvisación trumpista se vuelven especialmente peligrosas.

Se acelera el ocaso del imperio norteamericano y la proyección de China como un nuevo liderazgo mundial, por lo que algunos estiman que se apresurará el cambio de poder e influencia de Estados Unidos a China, pero la derecha lo intentará retornar con fuerza y con tintes fascistas, valiéndose del monopolio de los medios como si no fuera la responsable de la mayoría de los efectos al debilitar los servicios públicos.

Nunca se podrá alcanzar la equidad y la justicia basada en dinero y controlada por banqueros y los bancos centrales pueden imprimir miles de dólares para ellos y sólo uno para el ciudadano, saltándose todas las leyes que les parezcan oportunas, la única oposición son el oro y el bitcoin. La pandemia es una tentación que invita a la represión, a la vigilancia totalitaria basada en datos digitales, a la regresión nacionalista y es instrumentalizada para justificar las ambiciones autoritarias.

El secretario general de la ONU, António Guterres, advirtió que se “está convirtiendo en una crisis de derechos humanos”; existe discriminación en la prestación de servicios públicos ante las desigualdades estructurales y alertó sobre los efectos desproporcionados en ciertas comunidades, aumento del discurso de odio, ataques contra grupos vulnerables y los riesgos en las medidas de seguridad implementadas que socavan la respuesta.

Textualmente señaló: “La crisis puede proporcionar un pretexto para adoptar medidas represivas con fines no relacionados al padecimiento y una oportunidad para el creciente etno-nacionalismo, populismo, autoritarismo y el retroceso en los derechos humanos de algunas naciones”, así como que las medidas de emergencia deben ser legales, proporcionadas, necesarias y no discriminatorias.

De los más de siete mil millones de habitantes del planeta, la pandemia podría arrojar más de 500 millones de personas a la pobreza, si es que los gobiernos no establecen con urgencia sistemas de renta mínima y de protección. La ONU alerta de una hambruna de “proporciones bíblicas” que podría matar a 300 mil vidas diarias, se estima que el número que enfrentan hambre llega hoy a 135 millones, a los que se suman otros 130 millones adicionales que están al borde de la inanición provocada por el coronavirus.

En América Latina (con más de 600 millones de personas) predomina la pobreza, el analfabetismo, la desigualdad, el desempleo y la insalubridad; la enfermedad podría extenderse con rapidez, con secuelas sin precedentes en la salud humana, económicos, políticos y sociales: el turismo, la producción por el cierre de fábricas y la consiguiente disminución de las exportaciones, la paralización de servicios por la supresión de transporte para evitar aglomeraciones, de clases y espectáculos públicos, más el colapso de las precarias red sanitarias conllevarían una caída del PIB y de los indicadores difíciles de prever, y ello sin tomar en cuenta el desinterés por parte de los gobiernos neoliberales que predominan.

El impacto en América Latina y el Caribe, a través de factores externos e internos, cuyo efecto conjunto conducirá a la peor conmoción que la región haya sufrido desde 1914. Según las últimas estimaciones de CEPAL, se prevé una contracción regional promedio de -5.3% para el 2020, que será la peor en toda su historia; se prevé un fuerte aumento del desempleo (la tasa se ubicaría en torno a 11.5%, un aumento de 3.4 puntos porcentuales respecto al nivel del 2019 y llegaría a 37.7 millones) con efectos negativos en pobreza y desigualdad y el valor de las exportaciones de la región caería cerca de 15%.

El fruto en las cadenas globales de valor hará que el desempleo en la región crezca, aumentando también la pobreza que golpeará a los más empobrecidos; son terribles las implicaciones y los desafíos en lo político, económico y social por la flaqueza en la que estaba inmersa, su debilidad de los medios de salud, con un gasto por habitante muy por debajo de los países más industrializados, el desplome de los precios de las materias primas, masivas salidas de capital, devaluaciones de las monedas y caídas de las bolsas.

Incluso gobiernos progresistas encontrarán serias dificultades para enfrentar la enfermedad, lo que puede llevar a su pérdida de credibilidad y su consiguiente reemplazo por administraciones que ofrezcan demagógicamente poder resolver estos problemas. Cuba, con una organización para afrontar ambientes de desastre, sufrirá además de los derivados del bloqueo, reducciones en el turismo y de producciones por limitaciones con el transporte y la energía eléctrica entre otros.

El subcontinente no será el mismo; aparece una conciencia colectiva que exige la presencia estatal y la participación organizada para ocuparse de los problemas, que garantice el acceso a las necesidades básicas de manera igualitaria.

Habrá otras catástrofes. Va a ser imprescindible el rol estatal, no el del mercado y no es lógico transitar por los mismos caminos. Se está ante un cambio de época, de paradigma, se tiene que variar y quizás esto sea una etapa de surgimiento de modelos y de gobierno con mayor atención a las necesidades de la población en su conjunto y de bienestar general que se acerquen a un socialismo próspero y sostenible.

La existencia de una economía gestionada por múltiples Estados es una disfuncionalidad del capitalismo contemporáneo, lo que es ignorado por los neoliberales, a los que el trance ha propinado un duro golpe. En pocas semanas se ha generalizado una drástica intervención gubernamental y la regulación incide sobre incontables áreas sometidas al proceso de privatización.

Hace siglos que la humanidad contrajo una especie fatal de pandemia que se llama el capitalismo. Es probable que surja una recomposición del mapa geopolítico donde los países más debilitados tengan que ceder su lugar a los que terminen menos dañados, pero sería necesario entender que es el momento de la ciencia y la cooperación, no de ninguna guerra de cualquier tipo.

Es posible que de sus cenizas surja un nuevo orden mundial. Así lo ven algunos analistas que piensan que de la ruina que deje el retroceso de la actividad pueden surgir modelos de organización que le den prioridad a la solución de los inconvenientes antes que al enriquecimiento de las élites, es una oportunidad y quizá la epidemia actual ayude a darse cuenta lo que representa la dispersión; es momento de practicar la solidaridad, estar atentos a llamados de alarma, ayudar en lo que sea necesario y ser todos promotores activos de la prevención; se necesita tomar una decisión, y la alternativa es desunión para beneficiar a los más poderosos o solidaridad global. Seguramente si se elige la segunda, será una victoria de todos contra el coronavirus y también contra futuras epidemias, catástrofes y aprietos.

El mundo pos pandemia será de profundización de la decadencia del imperio y de posibilidad de construcción de un mundo más justo, más solidario, más colaborativo.