Opinión

Juárez, Bérgamo, Detroit

Gustavo De la Rosa

Hay ciudades que juegan un papel muy importante en la economía de sus países, aunque les toque una raquítica parte al momento de repartir la riqueza que generan; ahora, con motivo de la epidemia global del coronavirus, esta gran contradicción se ha vuelto más evidente, pues por su importancia en la producción mundial resultan indispensables para mantener el ritmo acelerado de las finanzas globales.

En nuestro país, Ciudad Juárez destaca por esta profunda desigualdad entre su importancia para la economía y los escasos recursos que recibe para enfrentar sus circunstancias; el municipio concentra el mayor número de trabajadores que producen bienes y servicios a nivel nacional, con cerca de 400 mil empleados industriales entre su población total de un millón 400 mil habitantes.

Respecto a su salud, el 80 por ciento los juarenses son atendidos por el Instituto Mexicano del Seguro Social y el otro 20 por ciento está a disposición de los servicios de salud pública que brinda el Estado, por lo tanto no debe sorprender que la mayoría de las víctimas del COVID-19 hayan sido trabajadores de la industria de exportación.

Esta combinación de una industria potente y un gran proveedor de atención a la salud debería significar una mejor atención para los pacientes pero, en el caso específico de los infectados por el virus, ha sido lo contrario; el Hospital General Regional 66 del IMSS, una de las instalaciones médicas que atiende a mayor número de empleados industriales, tiene tanta demanda de servicios por su ubicación que se ha colapsado ante esta emergencia sanitaria.

Lo que debería ser una ventaja, tener una institución que atiende al 80 por ciento de la población, se convirtió en un riesgo porque ésta se encuentra estructuralmente debilitada debido a tantos años de bajos salarios obreros, lo que le significó recursos limitados; como si lo anterior no fuera suficiente, tenemos un empresariado con negocios de viudas y muchas influencias, y a las más grandes empresas globalizadas exigiendo, con gran convicción, a los gobernantes que permitan seguir funcionando a todo vapor sus fábricas establecidas en la ciudad.

Hace tres semanas debió frenar toda la actividad industrial y fabril no esencial para evitar el incremento de los casos de COVID-19, sin embargo más del 30 por ciento de las empresas productoras en Ciudad Juárez han seguido trabajando, exigiendo a sus empleados su presencia puntual desde las 6 de la mañana o 3 de la tarde, dependiendo de su turno, para laborar sin las medidas preventivas requeridas y con una distancia entre uno y otro de apenas medio metro; el 30 por ciento de la ocupación industrial local equivale a 120 mil obreros que deben transportarse de sus hogares a las plantas y de regreso, y lo están haciendo como siempre, en autobuses similares a las carcachas vistas en La Familia Burrón.

Esta combinación de servicios limitados de salud y de reuniones masivas durante más de nueve horas en sitios cerrados, representa una bomba de tiempo viral; los muestreos que se han hecho para detectar la dispersión del coronavirus indican que está por toda la ciudad y ha empezado a estallar en áreas específicas: en una sola fábrica, en el transcurso de una semana, murieron 13 trabajadores y quedaron contagiados y en tratamiento más de 30, y en una sola casa, en una colonia proletaria, murieron dos varones y contagiaron a un par de personas más, agregando a su tragedia familiar la muerte de la abuela debido a una aparente embolia cerebral (a estas muertes se suman los cerca de 400 juarenses asesinados durante estos primeros 120 días del año, por la guerra permanente entre narcomenudistas).

Por eso comparamos a Ciudad Juárez con Bérgamo, Italia, y Detroit, Estados Unidos; sí, hemos sido una ciudad muy productiva y creativa que resiste, pero, al mismo tiempo, sufrimos muchos de los embates generados por la sociedad moderna, y pese a ser una de las ciudades más feas del mundo, tenemos una de las poblaciones más solidarias y trabajadoras, que nos ha permitido una y otra vez recuperarnos de crisis anteriores.

Aunque de ésta, no sabemos cómo saldremos.

(SIN EMBARGO.MX)