Opinión

El lado humano

Por Alberto Híjar Serrano

Cuando los comentaristas se acuerdan del “lado humano de la pandemia”, cometen el grave error de atribuir las mismas características esenciales a todos los hombres de la Tierra. Proceden como si fuéramos iguales en el fondo, los multimillonarios y la mitad de los habitantes de México en situación de pobreza y vida precaria. A la par, pueden afirmar que nada será igual después de la pandemia, cuando prevalecerá la solidaridad social, el cuidado de la naturaleza, el fin de la voracidad capitalista. Una vaga idea de comunidad naufraga en las aguas heladas de una esencia humana universal inexistente en los hechos.

Debemos a los gobernantes bestiales la aclaración fundamental. Trump, Bolsonaro, los opositores al confinamiento con el consiguiente cierre de las empresas no esenciales, economizan la crisis al exaltar la urgencia de producir, bajo el mando empresarial, con el argumento de que ellos son los productores de toda la riqueza social y, por supuesto, del trabajo asalariado y las mercancías como motor principal de desarrollo. No sólo en Estados Unidos tienen seguidores entre quienes están amenazados con la pérdida del empleo, del salario, de las prestaciones de Estado. Volver a la normalidad, llaman a la reapertura de empresas, comercio, operaciones bancarias. La cuestión cultural remite a las funcionarias a referirse a la “comunidad artística” como el conjunto de productores de signos sujetos a las leyes del mercado y su aura exaltadora de la creación y la genialidad como dotes necesarias, dicen, para las buenas relaciones humanas. Lo demás es folclore y desprecio por los tianguis, los carnavales, las fiestas patronales, los torneos deportivos de barrio y las celebraciones familiares.

Todo esto es contradicho por la geografía que hace de capitales sobrepobladas como Nueva York, Ciudad de México, Madrid y el Norte de Italia, las concentradoras de la pandemia. En México, en especial, las poblaciones ancestralmente abandonadas por el poder central, sufren la ausencia de salud pública, de caminos, de servicios como el agua potable y el drenaje. La salud resulta por tanto, lucha de clases por la sobrevivencia.

La salud pública se descubre como relaciones económicas, políticas y sociales mucho más complejas que el combate a las enfermedades. Lo apuntan los voceros oficiales cuando exaltan las soluciones de Estado reducidas a gráficas de barras, curvas donde los lugares y la enfermedad resultan descifrables por colores distintos para destacar su alcance. En las preguntas de los periodistas en contacto directo con la realidad hospitalaria y en pocos casos, con las afectaciones a comunidades y pueblos apartados de la urbanización capitalista, está la evidencia de la lucha de clases.

Sobre estas bases, el futuro es ya organizado por los mandos capitalistas, esos sí universales, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud y la ONU que procuran considerar a todos los afectados. Pero la consigna “primero los pobres” resulta limitada por los acuerdos empresariales de todas maneras autonomistas y prepotentes hasta la mentira mediática para ejercer todo el poder en la reconstrucción como ganancia a toda costa de su poder. Nadie dice socialismo ni se atreve a considerar el comunismo tosco comunitario que cierra pueblos, organiza la autodefensa, protege las fuentes acuáticas y los bosques. Pocos, muy pocos, advierten la cuestión nacional como crisis práctica de concentración brutal del poder y la riqueza. La crisis del federalismo con su dimensión partidaria es una señal, un síntoma de la crisis de la nación destruida por siglos de poder capitalista ahora evidente en su dimensión imperial.

Al desplegar su fuerza militar gracias a la existencia de las decenas de bases armadas en los países subordinados que ceden territorios, biodiversidad y energía al imperio, Trump amenaza con el recurso guerrero de su poder. Despliegue militar y bloqueo total con el robo de fondos públicos a Venezuela e Irak, gracias al control del poder financiero aseguran un futuro imperialista sin contraparte ante la ausencia de partidos políticos con programas históricos y organizaciones de trabajadores capaces de oponer la resistencia para el largo plazo, más allá, por ejemplo, de los paros en las maquiladoras fronterizas con Estados Unidos que se niegan a suspender la producción pese a la muerte de trabajadores sacrificados. Nada de esto merece pronunciamiento alguno de las centrales obreras ni del Sindicato de los Trabajadores de la Salud o de los servidores del Estado. Triste primero de mayo se aproxima donde la Internacional resultará proyecto necesario, urgente, pero imposible por ahora. La transición anticapitalista no prospera. El lado humano seguirá siendo triste sentimiento incumplido.