Guillermo Fabela Quiñones
Apuntes
Muy pertinente la recomendación que hizo el diputado Porfirio Muñoz Ledo al presidente López Obrador, de que evite “hacer cosas malas que parecen buenas”, la realidad las coloca en su verdadera dimensión. Los seis primeros meses del sexenio hizo cosas buenas que a los ojos de la cúpula oligárquica eran muy malas, pero luego dio un vuelco a sus políticas públicas con el fin de apaciguar a los conservadores; ahora se encuentra en el ojo de un huracán levantado por éstos al ver que están consiguiendo lo que buscaban: hacerlo frenar la llamada Cuarta Transformación.
Mientras en sus conferencias mañaneras hace críticas acervas a los magnates, en los hechos los favorece para aplacarlos, como lo hizo de modo asombroso con el propietario de TV Azteca, Elektra y un amplio conglomerado de empresas que lo han convertido en el segundo hombre más rico de México. Sigue condenando al neoliberalismo y afirma que acabará con ese modelo económico, pero en la práctica no hace nada concreto que lo debilite. Lo que ha conseguido con sus amenazas es que la derecha se endurezca, cierre filas y afirme su intención nada oculta de hacer fracasar al mandatario.
Cabe recordar que el entonces presidente Luis Echeverría cayó en este error; fueron tantos sus ataques verbales a la derecha, sin acompañarlos con acciones congruentes con sus dichos, que dio margen a que un grupo de choque disfrazado de “guerrilla”, llevara a cabo el atentado que segó la vida del principal empresario del país, Eugenio Garza Sada. Esta provocación fue la llamada de salida a la carrera ultra conservadora que permitió alcanzar la meta anhelada por la Casa Blanca: organizar políticamente a la derecha.
El presidente López Obrador se ha dedicado durante las mañanas a picar la cresta al “gallo” conservador, mientras que por la noche trata de aplacarlo. Por otro lado, el afán de impulsar una austeridad republicana lo ha llevado a excesos que afectan a buena parte de su base social. Buen ejemplo, la malhadada decisión de recortar el 50 por ciento de las prerrogativas que le corresponden a Morena, alrededor de 900 millones de pesos, cantidad que resulta una bicoca para luchar contra la pandemia, pero vital para sacar de su letargo a un partido inexistente.
Cada día constatamos que no hay quien haga comprender al mandatario que lo que necesitan los más pobres son empleos, no dádivas. Es aquí, en materia de políticas públicas, donde se puede poner en marcha la lucha frontal contra el neoliberalismo, y es precisamente lo que no se ha hecho. Ni siquiera pidió su renuncia a la directora general del Conacyt, María Elena Alvarez-Buylla, por afirmar que para poder producir 700 respiradores “se necesita la ciencia neoliberal”. Si esa es la verdad, quiere decir que no se ha hecho nada por revertir esta realidad conforme al objetivo de hacer al país menos dependiente de los organismos neoliberales.
La austeridad republicana es válida y necesaria en la lucha contra la corrupción, pero no para impulsar una estrategia económica que consolide la fuerza del Estado y abra las puertas a la democratización de la economía, con la fuerza suficiente para recuperar la rectoría en este campo vital de una nación, como la tienen las principales potencias industriales, entre otras China, Rusia, Noruega, Japón, incluso Estados Unidos en áreas estratégicas.
Se ha hecho tabla rasa en imponer austeridad de modo indiscriminado, como se observa en un sector fundamental para la vida de una sociedad, como es la cultura. Se la está dañando seriamente, a tal grado que un amplio sector de artistas e intelectuales, todos de clase media, se han visto forzados a dedicarse a otras tareas. ¿Hasta cuándo?
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