Opinión

Lecciones de Pejeriodismo

Humberto Musacchio

Son varios los presidentes de la República que se han empeñado en educar al gremio periodístico. Uno de ellos fue Miguel Alemán, quien en su primer informe de gobierno decía: “Las más de las veces se concibe la libertad de expresión únicamente como facultad para manifestar descontento; y como en nuestro país esa libertad se ejerce en forma irrestricta, no es extraño que buena parte de las publicaciones periodísticas y los demás medios de expresión, exageren esa nota y muchas veces desorienten a la opinión pública.”

Otro mentor muy mentado fue Gustavo Díaz Ordaz, quien consideraba filósofos o pastores religiosos a los chicos de la prensa, a los que recomendaba que “antes de dar una noticia a la publicidad (debían), pensar siempre si sirve o no a la verdad, si ayuda a la concordia de los mexicanos o aumenta sus rencores… si tiende a resolver problemas o agravarlos… si contribuye a la urgente necesidad de la paz o a desatar violencia”.

El Chacal de Tlatelolco invirtió el viejo adagio periodístico según el cual las buenas noticias no son noticias. Por eso advertía: “No estoy pidiendo silencio, cómplice de lo negativo; estoy pidiendo, simple y sencillamente, que se le dé más importancia a lo que más importancia tiene: lo positivo”, un periodismo que hable de “de los aciertos, de las realizaciones, de los pasos dados en el sendero del progreso”. En resumen, lo que demandaba era autocensura y propaganda gubernamental. Sólo le faltó ordenar que el papel de los diarios fuera color de rosa.

Otros presidentes también han ejercido de catedráticos, como ocurre ahora mismo, cuando el gremio cuenta con otro maestro, siempre presto a usar la palmeta. Este profesor asegura que “No hay en México un periodismo profesional, independiente, no digo objetivo porque eso es muy difícil, pero ético, estamos muy lejos de eso. Es parte de la decadencia que se produjo, y lo mismo la radio y la televisión, no generalizo, pero sí, no supieron entender la nueva realidad, le siguieron con lo mismo y desesperados muchos optaron por la mentira.”

Luego vino una aclaración: “No me estoy quejando, nada más tratando de analizar lo que sucede. ¿Ustedes creen que no aburre abrir un periódico, El Universal, por ejemplo, o el Reforma, y no encontrar nada bueno del gobierno? Todo malo, todo malo, pero no sólo las notas, los articulistas supuestamente independientes, todos”.

A continuación, el docente la emprendió contra sus aliados del día anterior: “Ya ni hablamos, lo mismo TV Azteca y lo mismo Televisa”. Después pasó a lo personal: “¿Cómo se llama el director de Excélsior? (se llama Pascal Beltrán del Río, profesor) ¿Cómo el director de Milenio…? No sé si todavía es director de Milenio Carlos Marín” (no, ya no, profesor, porque estaba muy criticón). Y otra vez contra Pascal, con ganas de crucificarlo después del Viernes Santo: “Y lamentable el director de Excélsior, su concepción, su conservadurismo. A lo mejor desde que estaba en Proceso pensaba así...”

Desde luego, no era cosa de dejar ir a otro colega de Grupo Imagen, y siguió con la reprimenda: “Desesperados, optaron muchos por la mentira. Ciro Gómez Leyva venía de un periodismo profesional, nuevo, independiente. Y se fueron volviendo conservadores, se cansaron de ser como eran. Es que siempre hay tentaciones”.

“Lo que tenemos ahora es un periodismo muy cercano al poder, sobre todo al poder económico, y muy distante del pueblo… Los mejores medios escritos durante mucho tiempo, La Jornada, antes unomásuno, una muy buena época y el Proceso. Ahí se formaron muchos, pero la mayoría se echó a perder” (en realidad no tantos, profesor, porque esos medios fueron una buena escuela de periodismo incisivo, independiente e incómodo para las autoridades de ayer y hoy).

Finalmente vino el beso del diablo: “Nos defienden creo que tres”: Federico Arreola, Enrique Galván, de La Jornada, y Pedro Miguel.

A riesgo de salir reprobado, cabe decir que la libertad de expresión nunca es regalo de los gobernantes. Esa libertad que tenemos ha sido conquista del movimiento social y de los periodistas que ganamos esa libertad ejerciéndola. Un periodismo blandengue, complaciente, servil, no le sirve a la sociedad y tampoco al gobierno. Ojalá tomen nota en la escuelita del Palacio.