Opinión

Narcotráfico, crimen y violencia en tiempos del coronavirus

Guadalupe Correa-Cabrera

En días recientes, periodistas, expertos y público interesado en general, se preguntaban sobre el futuro de la delincuencia organizada y del narcotráfico en México en tiempos de pandemia por la expansión del COVID-19. Interesantes reportajes y reflexiones comienzan a circular en los medios de comunicación y en los espacios de opinión. Es aún prematuro establecer juicios contundentes al respecto, pues aún existe enorme incertidumbre con relación a la duración y a la magnitud de los efectos de la pandemia por el coronavirus.

De acuerdo con algunas fuentes, se comienzan ya a sentir los efectos de la emergencia sanitaria y el cierre parcial de las fronteras en los mercados de estupefacientes. Según algunos reportes, ya desde hace meses (cuando empieza la emergencia en China), los productores de drogas sintéticas en nuestro país y en el resto del continente comienzan a sufrir la escasez de sustancias activas provenientes del continente asiático. Esto empieza a reportarse desde principios de año, y algunos señalan los efectos negativos que esto tendría en los pacientes o adictos que necesitan ciertas drogas como modo de sobrevivencia. Preocupa a algunos, la creciente escasez de estas sustancias que podría representar incluso un problema de salud pública en el futuro próximo.

Otros analistas y comunicadores anticipan una rápida adaptación por parte de los (mal) denominados “carteles de la droga” a las nuevas condiciones de mercado, argumentando que estos grupos están dispuestos a correr enormes riesgos y que se adaptan siempre exitosamente a las circunstancias adversas, aprovechando la oportunidad. Sin considerar otros factores, algunos comienzan a plantear ventajosos escenarios para las organizaciones dedicadas al tráfico de drogas, quienes –según estas visiones– buscarán maneras de expandir y diversificar sus mercados, al tiempo que generarán mayores niveles de violencia, crimen e inestabilidad.

Existen algunos problemas con estas interpretaciones y más aún con el uso político y geopolítico de pronósticos adelantados que utilizan de forma instrumental la retórica del narco. Este es un fenómeno hemisférico que se mantiene en tiempos del COVID-19. En días pasados y en plena emergencia sanitaria mundial, el Gobierno de Estados Unidos acusó al Presidente venezolano, Nicolás Maduro, y a otros miembros de su gabinete, de narco-terrorismo y pidió su captura –ofreciendo incluso una jugosa recompensa. Más adelante, el Presidente de ese país, Donald J. Trump, anuncia el lanzamiento de “la operación antidrogas más grande de Occidente” y envió buques y aviones cerca de las costas de Venezuela. Trump justifica el uso de la fuerza naval y aérea estadounidenses, para supuestamente no permitir que regímenes dictatoriales se aprovechen de la crisis por el coronavirus.

Muchos intentan ahora mismo e intentarán lucrar con la pandemia de diversas formas y alcanzar objetivos económicos, políticos o geopolíticos aprovechándose de ésta. En el tema del tráfico de drogas, es preciso recordar que estamos hablando formalmente de grandes negocios ilícitos, es decir, de empresas transnacionales ilegales cuyo desempeño se va a determinar por las leyes de oferta y demanda en los mercados internacionales de estupefacientes. En tiempos del COVID-19, se anticipa un desplome de las economías mundiales de dimensiones inimaginables hace apenas unos meses. La depresión económica que se avecina afectará severamente a la mayor parte de las empresas en todos los países del globo terráqueo. La catástrofe económica no discriminará entre negocios formales, informales, lícitos e ilícitos.

Recordemos que, antes que nada, los denominados carteles de la droga son empresas transnacionales y así debemos analizarlos. Es muy probable que las enormes pérdidas que sufran, las alienten a buscar otros mercados y las enfrente entre ellas mismas para disputarse los pocos espacios que quedarán en una era de crisis. Podríamos esperar entonces mayores niveles de violencia por la lucha encarnizada por las plazas que aún se mantengan con fronteras parcialmente cerradas o eventualmente cerradas en su totalidad. La disputa será también por el acceso a mercados limitados, considerando las enormes pérdidas en poder adquisitivo dadas las medidas para contrarrestar la pandemia.

En el peor de los casos, y no obstante que los narcotraficantes toman en general mayores riesgos como comerciantes de lo ilícito, es también probable que el COVID-19 afecte gravemente a su fuerza laboral. En otras palabras, es posible que el virus ataque de forma importante a quienes se dedican a esta actividad. Como dijimos anteriormente, las pandemias de este tipo no discriminan por estatus socioeconómico, nacionalidad o actividad económica. El coronavirus puede atacar a trabajadores y empresarios de industrias formales, informales e ilegales por igual. No sabemos a ciencia cierta cuándo se controlará esta pandemia, ni el efecto final en los mercados de lo lícito y lo ilícito. No sabemos siquiera, si en el futuro próximo, continuarán los enfrentamientos sangrientos entre narcotraficantes en las calles o si la crisis sanitaria mandará a muchos a sus casas. Todo puede pasar.

Lo que sí parece poco más probable es el incremento en los índices de criminalidad y violencia derivados de la crisis económica que se avecina, el recrudecimiento de la pobreza y los muy altos niveles de desempleo anticipados. Los efectos económicos de la pandemia apenas se empiezan a sentir, pero temo que en un futuro no tan lejano comenzarán los robos y los saqueos más generalizados, muchos de ellos por necesidad. El enemigo no será el narcotráfico, que de hecho siempre ha generado economías y empleos en nuestro país. El fantasma de la pobreza, el desempleo y la desigualdad recorrerá pronto las calles de México (y del mundo en general). Se anticipa una etapa obscura y violenta en tiempos del coronavirus.

(SIN EMBARGO.MX)