Opinión

Por Zheger Hay Harb

Todo Estado de derecho tiene que cumplir con unas condiciones mínimas: separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) con independencia de cada una de estas ramas; elecciones libres para designar a sus mandatarios y un cuerpo de leyes que establezcan derechos, libertades y procedimientos en condiciones de igualdad para todos los ciudadanos.

Dentro de esas exigencias mínimas se establecen unos derechos fundamentales inviolables, como la vida, el debido proceso que garantiza la defensa del ciudadano, la forma en que los organismos de control constituyen contrapesos al poder y el ejercicio de la oposición como base de la democracia.

Traigo a cuento ese abc que se enseña desde la escuela primaria porque en Colombia, especialmente durante los dos periodos del ex presidente Álvaro Uribe Vélez y el del presidente actual (sin querer decir que hayan sido los únicos en nuestra historia) se  obstaculiza cada día el ejercicio de la oposición política.

Eso, a pesar de que existe un Estatuto de la Oposición que establece, entre otros derechos, que al discurso con que el presidente de la República y el presidente del Senado instalan formalmente un nuevo periodo presidencial, la oposición pueda responder en el mismo escenario y con la misma duración de esas alocuciones. Igual derecho consagra la Constitución política para que la oposición responda en condiciones semejantes cuando el presidente instala una nueva legislatura el día de la independencia nacional.

Sin embargo, cuando Duque se posesionó como presidente hace dos años el entonces líder del senado, de su mismo partido, el derechista Centro Democrático, levantó la sesión y así saboteó el discurso con que la oposición respondía a las afirmaciones hechas en sus dos discursos. 

La  trampa quedó expuesta porque el presidente del Senado no se dio cuenta de que su micrófono estaba encendido y le dijo a quien estaba a su lado: “espere a ver la jugadita que le voy a hacer a la oposición”. Acto seguido abandonó el recinto del Congreso a celebrar su acto tramposo.

De ahí en adelante, con el beneplácito del expresidente Uribe, verdadero poder detrás del trono, este gobierno se ha caracterizado por estorbar el control de sus opositores especialmente en lo que tiene que ver con el asesinato de líderes sociales y ex combatientes de la guerrilla de las Farc, así como en su política exterior.

En este momento la oposición política incluye desde ex comandantes de las desmovilizadas Farc hasta militantes del partido verde; un amplio espectro en el que intervienen sólo partidos y movimientos de izquierda y centro, ninguno vinculado con la lucha armada.

En ese bloqueo permanente parece que los micrófonos abiertos se han convertido en aliados de la oposición: ayer, en la instalación virtual de la legislatura que hoy se inicia, cuando la senadora designada por la oposición para responder el discurso del presidente estaba desarrollando su ponencia, se oyó cuando éste le decía a su esposa. ¿“esa vieja de qué me está acusando?”

Esta vez no pudieron decir que fue un montaje de la oposición ni que el video fue editado porque quien lo puso a circular en las redes fue la vice presidenta que en su atolondramiento habitual quiso mostrarse especialmente obsequiosa con su jefe (y con el jefe de éste). Cuando le hicieron caer en cuenta de su trastada borró el trino en que lo había publicado pero ya los twiteros lo habían multiplicado.

“Esa vieja” es una luchadora que ha sobrevivido a un atentado con lanza cohetes, se salvó del genocidio que diezmó a su partido la Unión Patriótica –UP- con cuatro mil asesinatos, tuvo que salir al exilio y al regresar al país retomó la actividad política.

Por los crímenes contra la UP el presidente de la República de la época se vio obligado por la Comisión Americana de Derechos Humanos a pedirles perdón públicamente como víctimas del Estado y comprometerse a repararlas. Se ha demostrado judicialmente que en esos hechos participaron paramilitares y militares en ejercicio. Una de sus sobrevivientes es precisamente “la vieja esa”.

Ya el presidente y sus acólitos empiezan a balbucear disculpas inocuas que no hacen mella en la imagen que se consolida cada día más de un gobierno que atropella los derechos de la oposición tal como hace sin pausa para borrar los acuerdos de paz de los cuales sibilinamente se presenta en el exterior como su abanderado porque sabe que allí esa es una bandera inviolable.

El fiscal general es un compañero de pupitre del presidente, igual de superficial e indelicado que él y el contralor general, emparentado con éste, lo acompaña en sus maneras de disfrazar las culpas del mandatario. Así que por ahí no es por donde podemos esperar el ejercicio de un control riguroso y honesto.

Ese es el campo que debería cubrir la oposición.