Opinión

“Presidencialismo performativo”

Por Denise Dresser

Todo el evento es un magnífico montaje. En un enorme hangar de dimensiones descomunales, el avión presidencial es expuesto como un símbolo de los excesos del pasado. Parado frente a él, y minúsculo en contraste, Andrés Manuel López Obrador dedica una conferencia mañanera a mostrarlo de nuevo, en todo su terrible esplendor. Los periodistas pasean por su pasillo central, constatan los lujos, toman fotografías de las sábanas y las toallas. Y el presidente se vuelve el maestro de ceremonias, el atizador de los agravios, el removedor del rencor. En campaña permanente, se encarga de recordar por qué ganó y tantos indignados lo apoyaron. La aeronave es un insulto al pueblo de México, y tiene razón. Pocos objetos engloban una era de derroches como el Dreamliner que tanto costó y tanto sigue costando. El avión ilustra la portada de un panfleto político. Agitprop puro.

Su sola exhibición basta para que el país se ponga a pensar en las penurias del PRI y sus acompañantes del PAN. La Casa Blanca. Aquel viaje a Gran Bretaña con más de 400 invitados. La Estafa Maestra y el Gobierno Espía y los gobernadores gandallas. La frivolidad constante y la corrupción indignante. El avión presidencial carga con las pesadillas de un país gobernado por ladrones, que se pasearon impunemente en él. Al enfatizarlo, AMLO obtiene lo que quiere: controlar la narrativa y dominar el discurso. Al exhibir otra vez el avión, así, de pronto la conversación pública cambia. Ya no se centra en los retos del presente, sino en los atropellos del pasado. Ya no se enfoca en los problemas producidos por la pandemia, sino en los daños infligidos por el peña-nietismo. Cada mañana, López Obrador inaugura una nueva obra, un nuevo espectáculo, repleto de actores centrales, extras eventuales, luces, cámaras y acción.

Bienvenidos al Circo de la Cuarta Transformación. Bienvenidos al mundo del “presidencialismo performativo”, como lo ha denominado José Ramón Cossío y sobre cuyas variantes escribe Anne Applebaum. Una nueva forma de hacer política inaugurada en Rusia en la última década, emulada por Trump en los últimos años, desplegada por líderes en otras latitudes e imitada por López Obrador desde que llegó al poder. El universo poblado por políticos que utilizan los gestos, los símbolos, los mensajes mediáticos, la resignificación de las palabras y la reapropiación de la historia para arengar al pueblo. La constelación de quienes concentran el poder y lo despliegan para crear distractores ante las crisis sanitaria y económica de nuestra era. La política como camuflaje para esconder lo que está ocurriendo debajo del vestuario y atrás del telón.

En México, eso significa hablar del avión para no hablar de la militarización. Hablar del avión para no hablar del lugar cada vez peor que ocupamos a nivel mundial por muertes y contagios del coronavirus. Hablar del avión para no hablar de la contracción económica que está llevando a millones más al desempleo y la pobreza. Hablar del avión para no hablar de las pérdidas de 600 mil millones de pesos de Pemex en lo que va del 2020. Hablar del avión para no hablar de las evaluaciones críticas del Coneval sobre el mal desempeño de los programas sociales, o la escasez de medicamentos por la falta de previsión para comprarlos a tiempo, o los estragos causados por el huracán “Hanna”.

Prácticas que no se tocan cuando el avión domina la discusión, y parecidas a las de gobiernos previos, que también cometieron errores pero no lograron ocultarlos con tanta habilidad. Temas y prácticas que la 4T considera legítimas, pero eso no las hace legales, aceptables, o normales. Detrás de muchas decisiones tomadas o decretos anunciados hay derechos laborales puestos en jaque, disposiciones constitucionales violadas, vidas afectadas, amparos interpuestos. Pero eso no parece quitarle el sueño al presidente, porque el objetivo de todo lo que hace es político y electoral. Tiene poco que ver con la contención del coronavirus o con la recuperación económica. Tiene poco que ver con impedir la pauperización o frenar el desempleo. Tiene mucho que ver con ganar la elección del 2021 y mantener la Presidencia en manos de Morena tres años después. Por eso el presidente actúa como actúa, escenifica como escenifica. Su papel no es gobernar sino teatralizar. No es el titular del Poder Ejecutivo sino el curador de una galería. Y cada día hay una nueva exhibición: ayer fue el avión, mañana será Lozoya o Peña Nieto.

La meta es transmitir mensajes y siempre son los mismos. Este gobierno es austero y bueno, los anteriores fueron dispendiosos y malos. Este gobierno es honesto y moral, los anteriores fueron corruptos y amorales. Este gobierno es humanista y respetuoso de los derechos humanos, los anteriores fueron militaristas y represores. Este gobierno cuida al pueblo, los anteriores se dedicaron a exprimirlo. A partir de esas ideas fundacionales –machacadas en la mañanera– el presidente procede a armar montajes con un afán pedagógico. Imágenes que valen más que mil palabras. El avión lujoso junto al vuelo en avión comercial a Washington. El aeropuerto austero de Santa Lucía junto al aeropuerto faraónico de Texcoco. Emilio Lozoya indiciado junto a tantos más impunes. Pemex revitalizado junto a Pemex saqueado.

Para acompañar cada cuento siempre habrá declaraciones, videos, giras, diatribas, tuits, trending topics en Twitter orquestados por la red AMLOve y material provisto por el gobierno para apoyar a un presidente que sí actúa, pero cada vez más sobre un escenario, y cada vez menos en la realidad. La 4T continuará proveyendo distractores para que López Obrador pueda satisfacer a los habitantes del país paralelo que ha creado. Ese México donde todo va bien, la pandemia ya fue domada, la corrupción no existe, la violencia desciende y el presidente no merece la crítica sino un Óscar por la mejor actuación del año.

(Proceso)