Opinión

Por Guillermo Fabela Quiñones

Entre las turbulencias del cambio prometido y los muchos obstáculos para encauzarlo, llega el presidente López Obrador a su segundo informe de gobierno. Ha sido muy importante lo avanzado desde diciembre de 2018 a la fecha; no podemos olvidar que se vivieron casi cuatro décadas de un total olvido del Ejecutivo a los asuntos prioritarios del Estado, en aras de implantar un régimen obediente a intereses extranjeros, en alianza con testaferros criollos, al paso de políticas públicas de privatización de los bienes de la nación y desdén absoluto al pueblo.

Es válida la presunción del mandatario sobre avances en materia de lucha contra la corrupción, objetivo central de su mandato. Sin embargo, es de tal magnitud el flagelo que es mucho más lo que falta por hacer; podría decirse que apenas se dio una fuerte sacudida a la hojarasca podrida de un árbol muy frondoso. Tanto así, que sin temor a equivocación puede afirmarse que México vivió en las décadas pasadas una regresión a los tiempos del porfiriato, con mucho más quebrantos al país.

El pueblo sigue sufriendo los embates de nuevos cacicazgos, ahora enlazados los hombres de poder político con los capos de la delincuencia organizada, como nunca antes se había visto. Este fenómeno es brutal y palpable sobre todo en el centro de la República, donde el conservadurismo se parapetó para seguir disfrutando de privilegios derivados del régimen neoliberal, establecido para depredar la hacienda pública como se hacía en el virreinato y durante la dictadura de Porfirio Díaz.

El PRI y el PAN se aliaron para enfrentar el resurgimiento de las ideas progresistas una vez que se evidenció que por separado complicarían su objetivo común de oprimir al pueblo. Una tímida izquierda se iba dibujando alrededor de la figura carismática de Andrés Manuel López Obrador, quien supo aprovechar muy bien el descontento de las masas ante tanto abuso, cinismo y corrupción de la clase política en el poder en complicidad con los nuevos beneficiarios de la tecnocracia reaccionaria.

En julio de 2018 gana las elecciones por el temor de las élites a las consecuencias de un nuevo fraude electoral, exigen al INE que permita y vigile que los comicios se realicen con entera libertad y se consuma el triunfo de Morena. Así se reducen las presiones sociales al borde del estallido y se abren las vías de una gobernabilidad muy provechosa para los grandes intereses trasnacionales que saldrían más afectados con el desbordamiento del descontento popular. Sabían que esto tendría un costo, pero era menor al que tendría la entrada del país a un tobogán cuyo fondo sería un régimen neofascista. La extrema derecha estaba lista a dar ese paso con apoyo de sectores militares de igual catadura.

Después de dos años de haber tomado las riendas del poder el carismático, astuto e inteligente líder de la nueva corriente progresista mexicana, los poderes fácticos han constatado que su apuesta fue correcta. Ahora viene el periodo más difícil para ambas partes: el Presidente está obligado a seguir avanzando en su proyecto, la Cuarta Transformación (4T), mientras que la cúpula de cúpulas que controla el curso de la vida económica y financiera del país, se verá forzada a decidir si lo permiten o lo frenan. Su decisión final se verá en los primeros meses del 2021.

Como quiera que sea, es un hecho que mientras más avance la 4T más difícil será el camino a seguir, más obstáculos enfrentará porque los intereses afectados serán más fuertes y complejos. Lo serán aún más en la medida que el Presidente no cuente con una fuerza política que lo respalde y sirva de escudo a los embates de los neoporfiristas, decididos a regresar al poder cueste lo que cueste. Al mandatario no le quedaría otra opción que frenar su marcha progresista, situación que aprovecharía la ultra derecha para crearle todo tipo de problemas.

La disyuntiva está en decidirse a seguir adelante, dando pasos efectivos en materia de organización política, o seguir por la ruta del pragmatismo que finalmente lo dejaría como barco a la deriva; no sólo a él, sino al pueblo que sería fácil presa de la bestialidad del conservadurismo.

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