Tomo prestado el título de la excelente novela de Mario Vargas Llosa en la que cruza en la ficción las vidas de Paul Gauguin y su abuela Flora Tristán, en esquinas opuestas del mundo, para hablar de los Pandora Papers (Papeles de Pandora) que han sacado a flote las fortunas encubiertas de tantos personajes “de bien” en el mundo entero.
Para resaltar, el valor de la prensa, sin el cual no hubiéramos conocido la magnitud de las escurridizas -para el fisco- fortunas de sus prohombres -y mujeres-. Efectivamente, como nos cuenta la periodista María Teresa Ronderos, “gracias a la generosa filosofía del Consorcio Internacional de Periodismo Investigativo (ICIJ) de compartir evidencia con los colegas del mundo para investigar colectivamente, hace cinco meses… pudimos asomarnos a esa caja de los Pandora Papers de donde surge… la evidencia de la creciente desigualdad en el planeta”.
Así pudimos tener en Colombia la evidencia de que expresidentes de la República, vicepresidenta actual, ministros, exministros, multimillonarios y, ¡Oh sorpresa!, el director de la DIAN, nuestro cancerbero de impuestos y aduanas gozan de los frutos, prohibidos para el vulgo, de esos paraísos. Así que mientras a nosotros, simples mortales, esa entidad nos castiga por cualquier omisión u error en nuestra declaración de impuestos, su rector nacional nos hacía la jugadita de tener a buen recaudo su plata en paraísos que lo libraran de esa obligación que nos exige a todos.
El presidente Iván Duque salió de inmediato muy solícito a decir que “el problema no es tener activos en el exterior sino no declararlos a la DIAN”. Y añadió: “Quien tenga activos no declarados es sujeto de multas, pero adicionalmente puede acogerse al impuesto de normalización”. El problema es que ese impuesto, ante el cual el primer mandatario es tan leve en sus juicios, contrario a lo que afirma en cada propuesta de reforma fiscal que mete la mano cada vez más en los bolsillos de los menos favorecidos económicamente, implica una “normalización” con una penalidad muy leve.
Pero además, el director de la DIAN va a normalizar sus inversiones en Pandora ante sí mismo. Para los demás, los intereses de esa entidad por, para dar un ejemplo, no presentar oportunamente la declaración de impuestos, es del 30 por ciento. Ahora nos preguntamos, con Salomón Kalmanovitz, excodirector del Banco de la República “¿qué hace el director de impuestos nacionales en Panamá, Dubái, Chipre, Londres y Delaware? Tiene una empresa registrada en el Estado de Delaware en Estados Unidos, una ofi cina virtual en Londres, cuentas en bancos de Chipre y una empresa SFM en Dubái”.
Este funcionario había llegado a la DIAN en 2013 a cargos de mediana importancia y el presidente Duque lo nombró en febrero de este año en la dirección. Desde ahí nos está enseñando cómo minimizar el pago de impuestos dándoles apariencia de legalidad. Muy distinto del rasero que aplica a los demás, siempre y cuando no hayamos tenido el dinero y la precaución de guardarlos en paraísos fiscales para hacerlos opacos ante esa entidad.
Pero a esos paraísos no es fácil llegar; las facilidades que brindan para crear empresas, con leyes que hacen casi imposible identificar a sus propietarios, sólo están al alcance de la mano de los muy ricos y poderosos que disfrutan de esos frutos prohibidos para los extraños al edén. Por eso sus secretos están a salvo: sólo ellos podrían revelarlos y con ello se harían un harakiri.
Según Kalmanovitz, el Fondo Monetario Internacional (FMI) sostiene que el uso de paraísos fiscales les cuesta a los gobiernos de todo el mundo unos 600 mil millones de dólares en impuestos perdidos cada año. No hay que ser un economista muy avezado para calcular que entre eso y lo que se lleva cada año la corrupción se supera con creces todas las propuestas de reforma fi scal que cada año nos presentan de forma amenazante.
Por eso el detonante de las manifestaciones populares del año pasado fue la propuesta de reforma tributaria arbitraria y pauperizante presentada por un ministro de Hacienda que en su periodo anterior, en la presidencia de Álvaro Uribe, se enriqueció con los llamados bonos de agua, que mientras lo beneficiaban a él dejaron endeudados a los municipios que aún no reciben el líquido prometido y en cambio siguen pagando los benditos bonos.
Las protestas fueron tan radicales y multitudinarias que el ministro se vio obligado a renunciar. Conociendo a este gobierno, nadie se extrañó cuando, meses después, Duque aprovechó que la esposa del candidato presidencial Alejandro Gaviria presentó, por un exceso de delicadeza, renuncia a su cargo en el Banco de la República, cuando éste lanzó su candidatura, para reemplazarla por el defenestrado ministro.