Opinión

Cómo ayudar a Haití

Si alguien con la enorme dosis de voluntad política necesaria y los recursos financieros y materiales, las infraestructuras y el personal de las decenas de ramas y profesiones necesarias para el funcionamiento de una sociedad, incluidos militares, policías, bomberos y políticos, quisiera prestar a Haití una ayuda decisiva: ¿Cómo lo haría? Allí no se trata de ayudar al desarrollo ni de reconstruir, sino de enmendar la historia y rectificar la naturaleza. La envergadura de las tareas económicas para el fomento del sector productivo y los servicios, la industrialización y el desarrollo agrícola, incluyendo la repoblación forestal, la rehabilitación de los suelos y la creación de sistemas de riego es sobrecogedora. A ello se suma la construcción de infraestructuras como carreteras, caminos, puentes, vías férreas, puertos y aeropuertos, así como obras sociales, es decir hospitales, escuelas y viviendas que en conjunto requeriría inversiones por miles de millones de dólares durante años. La magnitud del desafío tropieza con el hecho de que nadie tiene un proyecto para Haití; en primer lugar, no lo tienen las élites haitianas que además carecen de capacidad, cohesión y voluntad para gestionar con eficiencia y probidad la ayuda y la asistencia que pudiera llegar del exterior.

Al alcanzar la independencia, como para los demás países significó para Haití disfrutar de la soberanía nacional y de la autodeterminación, bienes que las ideologías nacionalistas, durante los siglos XIX y XX, han sobrevalorado y que hoy, en importantes espacios, como Europa Occidental, que avanza con el proyecto de la Unión Europea, han perdido vigencia en favor de la integración. La idea de “Proyecto país”, combinación de frases de moda, es más retórica que otra cosa y muy pocos países la necesitan. Hasta donde alcanza la vista, el modelo de desarrollo basado en economías de mercado con presencia estatal decisiva en la aplicación de programas sociales vigentes, está asociado más a los procesos civilizatorios que a los programas de los partidos políticos que cuando más pueden aportar matices. Para el común de los países, excepto los pocos que optan por construir modelos alternativos, de lo que se trata es de crecer con rangos aceptables de justicia social e inclusión. Con eso basta.

En Haití, además de sobre el patrimonio edificado, la tierra, las cosas, los procesos productivos, las máquinas y los sistemas, es preciso actuar profundamente sobre el medio natural y, sobre todo, sobre las personas, es decir sobre los haitianos, víctimas del infortunio y de sí mismos, especialmente de sus élites. puede y sus líderes, si hubiera alguno con estatura nacional, carecen de capacidad de convocatoria, necesita de apoyos que no pueden surgir de la solidaridad, sino de conveniencias comunes y de un improbable curso integracionista. Los gigantescos, costosos y prolongados emprendimientos necesarios para salvar a Haití tendrían que provenir de fuera y apoyarse en bases de operaciones en República Dominicana con fronteras, buena voluntad y un desarrollo medio que le permite una participación eficaz. La cercanía de Cuba y Miami pudieran aportar aseguramientos eficaces.

Otro tema es el capital de inversión que, obviamente, debe ser no reembolsable y en una cuantía no menor de 50 mil millones de dólares en cinco años, pudiera ser aportado por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Unión Europea y otras organizaciones económicas mundiales. Países como Francia y Estados Unidos, comprometidos con el pasado de Haití y su futuro, pudieran realizar fuertes contribuciones en dinero, tecnología y conocimientos. La mejor idea que he escuchado, por cierto, proveniente de un dominicano, es la convocatoria de una Conferencia Mundial de Naciones Unidas sobre Haití. Una vez mi amigo Radhames Bonilla, nativo de Santiago de los Caballeros y un caballero él mismo, me sugirió: “Para asistir decisivamente a Haití, podía comenzarse con un Plan Marshall y una Alianza para el Progreso, juntas. Ojalá hubiera hoy líderes como los de entonces que no escatimaron dinero, esfuerzo y generosidad.