Opinión

Hoy, como ayer, vacunar es la mejor opción

Las victorias más contundentes de la medicina se han logrado mediante vacunas. Solo mediante su aplicación masiva se han erradicado o controlado enfermedades que constituyeron flagelos para la humanidad, entre otras: viruela, rabia y poliomielitis. En Europa en el siglo XVIII la viruela causó la muerte a 60 millones de personas y fue devastadora en América donde fue introducida por los conquistadores.

Las enfermedades virales y bacterianas transmisibles, tratadas mediante inoculación condicionaron la tendencia a la socialización de la medicina debido a los que los pobres se enfermaban masivamente, provocando epidemias que alcanzaban a las élites de modo que, para controlarlas era preciso inmunizar a todos los habitantes, incluidas las poblaciones indígenas de Iberoamérica. Los ricos y los poderosos no podían salvarse solos.

La epopeya comenzó en 1799, cuando el creador de la vacuna contra la viruela, Edward Jenner publicó los resultados de la aplicación del material biológico obtenido de enfermos a personas sanas, originando una respuesta del sistema inmunológico que protegía para toda la vida. Ante tal revelación científica, las autoridades avanzaron en la inoculación, aun cuando no pudieran prepararse soluciones inyectables, entre otras cosas porque el uso de jeringas y agujas hipodérmicas no se generalizó hasta mucho después.

Entonces la inoculación, llamada “variolación”, se realizaba frotando un brazo enfermo con uno sano, o mediante un procedimiento que consistente en colocar cantidades pequeñas de humores de enfermos entre dos cristales que envueltos en paños o papeles se expedían a personas sanas que lo aplicaban en heridas o arañazos.   

La expansión de la vacunación como recurso terapéutico fue posible porque Europa transitaba por el “siglo de las luces”, como se llamó al siglo XVIII que se extendió al XIX y que en conjunto formaron un período de auge de la ilustración y la cultura que abrieron caminos al pensamiento y la creatividad, magníficamente completado por las grandes revoluciones sociales que entronizaron la libertad, la democracia y el estado de derecho en Europa y Norteamérica.

La vacuna contra la viruela llegó a España en 1800 y llegó a Iberoamérica por los contactos con Europa, por los intercambios con las posiciones británicas y holandesas en el continente y por la cercanía con los Estados Unidos donde desde principios del siglo XIX se aplicaban extensamente. Esas circunstancias fueron reforzadas por la conocida “Expedición de Balmis” enviada por el rey Carlos IV de España a sus colonias para generalizar la vacunación. Así se establecieron las Juntas de Vacunación en México, Perú, Puerto Rico y Cuba. Solo en Cuba, entre 1804 y 1835 se vacunaron contra la viruela, casi 400.000 personas.

De ese modo en Iberoamérica prosperó una cultura que favoreció el desarrollo de la virología y la inmunología. Siguiendo los pasos del eminente científico francés Luis Pasteur, se practicó la vacunación contra la rabia desarrolladas en México y Cuba por médicos que viajaron a París, establecieron contactos con el Instituto Pasteur donde se entrenaron, regresando con conejos contaminados, a partir de los cuales desarrollaron la vacuna antirrábica, que se aplicó desde fines del siglo XVIII. 

Desde entonces, mediante campañas de vacunación en Latinoamérica se libra una intensa batalla contra enfermedades contagiosas y el control de vectores, con el apoyo de la Organización Panamericana de la salud y la OMS, en América latina se libra una intensa lucha contra las enfermedades transmisibles cuya propagación es favorecida, además de por factores naturales, por la pobreza y la ignorancia.

 

Hoy como ayer, en la lucha contra grandes flagelos que representan las enfermedades contagiosas, no existen mejores aliados que las vacunas, la educación, la higiene y la alimentación, y sobre todo la atención médica, especialmente en el capítulo de la prevención. Como ha dicho el eminente científico cubano, doctor Agustín Lage Dávila: “Podemos tener la mejor vacuna del mundo, pero se necesita un sistema de salud que la respalde”.

Por Jorge Gómez Barata