Opinión

El discurso revolucionario es renovador o no es

Ninguna vanguardia revolucionaria, especialmente las que impulsan proyectos de largo aliento, debería incurrir en la paradoja de considerar inmutable su obra. Todo discurso revolucionario es forzosamente renovador, no solo respecto al régimen derrotado, sino respecto a sí mismo.

“Las revoluciones proletarias como las del siglo XIX -escribió Karl Marx- se critican constantemente, se interrumpen continuamente, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos…”

En 1917, en una excepcional coyuntura histórica, los bolcheviques rusos tomaron el poder. Las consignas de la paz y tierra concitaron un respaldo de masas, pero también movilizaron a la reacción interna y a la entente imperialista internacional que realizaron lo que hasta hoy constituye la mayor operación contrarrevolucionaria en la historia para “ahogar la criatura en la cuna”.

Así con inusitada violencia y radicalismo extremo, se inició la epopeya que condujo al “socialismo de primera generación” que, tras derrotar a la contrarrevolución y vencer al fascismo, además de en la Unión Soviética se instaló en China, Mongolia, Europa Oriental, Vietnam y Cuba, llegando a constituirse en el “Sistema mundial del socialismo”.

La narrativa soviética acuñó la idea de que, la superioridad del socialismo radicaba en el hecho de que, a diferencia de otros regímenes sociales, la construcción del socialismo era un proyecto ejecutado conscientemente con arreglo a un plan, lo cual no era científicamente cierto.

Acosada el límite y realizando esfuerzos extremos, la vanguardia bolchevique improvisó adoptando medidas de supervivencia como la total estatización de la economía, la implantación de la dictadura del proletariado que suprimió la democracia y las libertades y los derechos ciudadanos. Rosa Luxemburgo lo advirtió: “Suprimir la democracia burguesa no puede conllevar a suprimir toda la democracia”. 

El éxito de la Unión Soviética fue tan grandioso que se creyó que con crecer bastaba sin reparar que hubo errores teóricos y que en la práctica se incorporaron deformaciones que, aunque fueron advertidas, la carencia de capacidad autocritica impidió reconocer. La necesidad fue convertida en virtud y no se comprendió que cuando un organismo anómalo crece, con él crece la anomalía.

Para más daño, en la dirección bolchevique se entronizó la división. A la muerte de Lenin, se desató la pugna por la sucesión, protagonizada por Stalin y Trotski. El partido se equivocó y abdicó frente al estalinismo un fenómeno todavía difícil de ponderar. Curiosamente ante desafíos históricos el carácter enérgico de Stalin, su vocación autoritaria, su irrespeto por leyes y formalidades y su falta de compasión, no se echaron a ver. La ilusión de que el crecimiento económico lo nivelaría todo, obvió la democracia, las libertades ciudadanas y los derechos sin los cuales ningún crecimiento es sostenible. 

Al copiar el modelo económico y la institucionalidad estatal y política soviética la Revolución Cubana incorporó deformaciones estructurales que hoy actúan como un ancla que la ata al pasado, no obstante, evitó lo más grave y se salvó. Debido a la autoctonía del proceso y a la lucidez de Fidel Castro y elementos de la vanguardia política, entre ellos su hermano Raúl y otros muchos que, además de militancia práctica aportaron pensamiento, no se manifestaron en la Revolución Cubana los peores defectos que en las esferas políticas, económica, jurídica ideológica y cultural se acumularon en la Unión Soviética.

En los años ochenta Fidel se percató de que algo andaba mal y antes de que Gorbachov apareciera en la escena política, emprendió la rectificación de errores y tendencia negativas, proceso que incluía una autocrítica profunda y que fue abortado, por el colapso de la URSS y que Raúl, desde una perspectiva contemporánea, retomó con una energía que no fue acompañada y que es preciso retomar.

De lo que se trata ahora no es solo producir un poco más más, sino de salvar el proceso en su conjunto.

Por Jorge Gómez Barata