Opinión

Pobreza y rebelión

Por sí sola, la pobreza no produce rebeliones. Todo lo contrario, ella y sus inevitables complementos: ignorancia, hambre, misticismo e indefensión, generan resignación y mansedumbre.

Como algunos combustibles, para explosionar, la pobreza necesita un iniciador, papel que desempeñan los líderes y las vanguardias políticas, usualmente formadas por elementos ilustrados que promueven y encabezan la justa rebelión de los pobres, que no es espontánea ni caótica, sino organizada, coherente y civilizada. Los pobres no se levantan por odio, sino en busca de justicia.

De todas las expresiones de la pobreza característica de las sociedades subdesarrolladas, la que impera en los campos y la que afecta a las poblaciones originarias son de las más crueles porque dañan la autoestima y, mediante la depauperación, hacen miserable la existencia. He visto en África niños que no lloran por el hambre, sino que gimen como animalitos, y he conocido campesinos a los que la pobreza y la ignorancia coloca al borde de la idiotez.

Quienes han sido pobres saben que la pobreza que humilla, no hace rebeldes. Un pobre no odia, sino que agradece a quien le da trabajo, aunque como mi abuelo, tuviera que cortar 100 arrobas de caña para ganar 25 centavos.

Las protestas callejeras en Cuba (no me refi ero a otras modalidades), que involucran sobre todo a jóvenes que las imágenes muestran insolentes e incorregibles, no tienen nada en común con la pobreza estructural del campesino y el indio, y ni siquiera con los favelados que pueblan las áreas marginales de las grandes urbes latinoamericanas.

Las carencias de la juventud cubana que, en raros casos, llega a ser extrema, no está ligada a la desdicha social. Si pudiera levantarse un censo de los descontentos, se corroboraría que ninguno pasa hambre, todos nacieron en instituciones, han vencido como mínimo seis grados escolares, están vacunados contra diez enfermedades, en un gran porciento disponen de televisión; muchos, de dispositivos móviles, fuman y beben, y no se consideran a sí mismos miserables, sino más bien como desposeídos.

Ellos suelen evaluar su condición no por lo que tienen, sino por aquello de lo cual carecen, principalmente de oportunidades, asumen como pobreza los déficits de consumo que los separan de sus congéneres en otras partes del mundo o de los sectores mejor dotados en la sociedad cubana. Uno comentó: “La única posibilidad que tengo de tener un carro o un apartamento es que mis padres se mueran. ¿Espero por eso?”

No se vieron en los disturbios de la pasada semana en Cuba reclamos de trabajo, escuelas o pan, tampoco pancartas que clamaran por libertad o derechos humanos, aunque tampoco críticas al bloqueo de los Estados Unidos, un dato que conocen y prefieren ignorar. En las revueltas citadinas, no había ideas sino sólo ira y odio.

“¿De dónde sale ese odio que no caracteriza a los cubanos?” Se preguntó el presidente Miguel Díaz-Canel.

Los disturbios en San Antonio de los Baños, Palma Soriano, Cárdenas, Centro Habana y otros barrios habaneros, según denuncias del gobierno cubano, han sido estimulados mediante la sostenida labor de redes sociales operadas desde Estados Unidos por expertos en técnicas de manipulación, que encontró terreno fértil en un sector jovendescontento y desfavorecido en los cuales la labor ideológica de los operadores cubanos tiene poco o ningún impacto. Por una rara paradoja: el sistema que intentó apartarlos de la fe, los hizo increíblemente materialistas, las ideas no son su fuerte.

Los pueblos originarios que, a lo largo de 250 años, escenificaron miríadas de rebeliones locales y protagonizaron la heroica defensa de Tenochtitlán, en 1521, y la rebelión de Túpac Amaru, en 1780, no lo hicieron porque eran pobres, sino porque eran oprimidos y humillados.

El presidente Diaz-Canel hace muy bien al no permitir que se simplifiquen las causas de los nefastos incidentes ocurridos en la Isla en los cuales intervienen factores diversos. Ahora, como hubiera aconsejado Fidel, se necesita que: “Al valor no le falte inteligencia, ni a la inteligencia valor. Escapar hacia adelante es la mejor opción. 

Por Jorge Gómez Barata