Opinión

Capitalismo salvaje: “Somos parte de la solución”

El modelo económico dominante, referido como neoliberalismo, pero mejor descrito como “capitalismo salvaje”, se encuentra encabezado por un puñado de grandes corporaciones trasnacionales que reclaman “somos parte de la solución” para los problemas que ellas mismas han creado. Buscan así sentarse a la mesa para definir las políticas públicas que pueden afectar sus intereses, con el fin de evitarlas. Estas corporaciones se han convertido en las principales economías del mundo. De acuerdo al Global Justice, de los 100 gobiernos y corporaciones con mayor riqueza en el mundo, 69 son corporaciones y solo 31 gobiernos.

“Somos parte de la solución”, reclaman desde las corporaciones de la comida chatarra hasta las que producen los agroquímicos, o la industria automotriz o cualquiera otra, cuando se discuten políticas regulatorias que afectan sus intereses. De su reclamo de derecho a sentarse a la mesa suelen pasar a dirigir la mesa y decidir quién se sienta. Así lo hicieron en nuestro país en la administración de Enrique Peña Nieto y anteriores.

Pongamos un par de ejemplos, desde lo nacional a lo internacional. En México, en 2013, cuando se sabía que éramos una de las naciones con los más altos índices de obesidad y diabetes y con el mayor consumo de bebidas azucaradas, la Secretaría de Salud creó un organismo para evaluar las políticas contra la obesidad. Al menos cuatro de los 20 asientos de este organismo, el OMENT, estaban ocupados por asociaciones empresariales y organizaciones vinculadas directamente a Coca-Cola, mientras el principal organismo público de investigación y evaluación de políticas sobre salud, el Instituto Nacional de Salud Pública, era totalmente excluido, al igual que eran excluidas las organizaciones independientes de la sociedad civil que veníamos dedicadas al tema.

El ejemplo internacional es el de la organización de la actual Cumbre de Sistemas Alimentarios de Naciones Unidas, llamada a establecer las directrices para un sistema alimentario saludable y sustentable. Para la organización y diseño de la Cumbre, Naciones Unidas hizo a un lado al Comité de Seguridad Alimentaria de la FAO, que durante decenios venía trabajando el tema con la participación del Mecanismo de la Sociedad Civil que representa a organizaciones con más de 300 millones de miembros. La Cumbre, que busca un sistema alimentario sustentable, se organizó y coordinó con el Foro Económico Global y está siendo controlada por la agroindustria, en especial las corporaciones de agroquímicos, las que producen y controlan las semillas e insumos. Es decir, Naciones Unidas llama a una Cumbre por la necesidad urgente de transformar un sistema alimentario que es responsable de una tercera parte de las emisiones de gases de efecto invernadero, de la destrucción de ecosistemas y de la contaminación por químicos persistentes en el planeta. Y llama a esta Cumbre junto con las propias corporaciones que han generado estos daños sobre el planeta y la humanidad. Y excluye, margina, a quienes han venido trabajando, bajo el propio paraguas de Naciones Unidas, en propuestas para transformar este sistema.

El camino a apoderarse de la mesa pasa por el normalizar la idea de que “todos somos parte de la solución”, cuando la realidad es que estas corporaciones que deben ser reguladas son las que se convierten en el principal obstáculo de la regulación. Bajo el mantra de que “todos somos parte de la solución”, no sólo se sientan a la mesa, establecen que su participación en la mesa tiene el mismo valor que el de la academia o de organismos independientes que trabajan por el interés público.

Los Estados han perdido parte importante de su soberanía frente a estas corporaciones que han crecido en poder y dominio global, imponiendo las reglas, capturando a los poderes Legislativo, Ejecutivo e, incluso, al Judicial. El llamado Estado del Bienestar, anterior al neoliberalismo, anterior al capitalismo salvaje, mantenía mecanismos que pretendían proteger los bienes comunes, como el medio ambiente y la salud o que pretendían, por ejemplo, mejorar las condiciones de vida de los trabajadores con mejores salarios, menos horas laborales, educación para sus hijos, atención en salud, permeabilidad social. Existía una esperanza cuando se veían avanzar leyes, reglamentos y normas para la protección del medio ambiente, cuando mejoraban las condiciones laborales, cuando la educación permitía cierta permeabilidad social.

Con el capitalismo salvaje y el debilitamiento del Estado, los bienes comunes terminaron por estar bajo la disputa y acaparamiento por parte de los intereses privados corporativos. Los organismos financieros internacionales presionaban a las naciones del Sur a la apertura comercial, a desmantelar los servicios públicos de salud, los sistemas de educación gratuita, mientras los organismos de Naciones Unidas llamaban en sentido contrario a la cobertura universal en la salud y el apoyo a la educación como base de la permeabilidad social.

Con el dominio global de las corporaciones entramos de lleno a la sociedad de las externalidades. Se produce sin importar las consecuencias de esa producción, los daños se sociabilizan, mientras las ganancias se privatizan. No sólo las prácticas de producción, también las prácticas de consumo generan graves externalidades. Pensemos en el consumo de ultraprocesados que son la causa principal de la epidemia de obesidad y diabetes y a la vez una de las principales causas de la contaminación plástica global. Cuando se trata de regular las prácticas de esta industria, la mesa está ya ocupada, cooptada, secuestrada. Y las campañas públicas multimillonarias de estas corporaciones ponen la responsabilidad en los consumidores señalando que los problemas de salud lo generan ellos mismos porque eligen mal y, a la vez, a través de estas campañas publicitarias las corporaciones se muestran muy responsables ambientalmente, como Coca-Cola en su campaña de maquillaje que hace parecer que reciclan todos sus envases, cuando son uno de los principales responsables de la contaminación plástica del planeta.

Con el objetivo de la mayor ganancia en el menor tiempo posible, las externalidades del capitalismo salvaje explotan en una crisis ambiental global y el deterioro de la salud de la población mundial, entre muchas otras consecuencias.

Sin embargo, la dimensión de los daños, de las externalidades, que han provocado las corporaciones y el modelo imperante ya no permiten ocultar sus prácticas. Las catástrofes las desnudan, el maquillaje se les cae, como en el cuento de “El Rey Desnudo”. Y un ejemplo es la Cumbre de los Sistemas Alimentarios que los propios exrelatores de Naciones Unidas por el Derecho a la Alimentación abandonan denunciando su cooptación por parte de las corporaciones junto con todas las organizaciones sociales independientes del dinero de estas corporaciones.