Opinión

El Pueblo y la Revolución sin plurales ¿por qué no el Socialismo?

Al empalmar con el auge de la cultura humanística y tecnológica del siglo XIX, en el cual maduraron milenios de evolución civilizadora, el pensamiento socialista alcanzó la confi guración actual. Karl Marx fue su exponente más destacado, aunque no el único, Friedrich Engels, Josep Prohudon, Karl Kautsky, Ferdinand Lasalle y otros fueron sus “alter ego” científi cos y políticos. Aunque apenas se le menciona en calidad de ideólogo, a la pléyade se suma el Papa León XIII (1878- 1903), nacido como Vicenzo Gioacchino Pecci, contemporáneo de Marx.

La diversidad de autores y enfoques, así como la capacidad de convocatoria para sumar adeptos, dio lugar a la formación de las tres grandes corrientes políticas contemporáneas: comunismo, socialdemocracia y democracia cristiana que, junto al liberalismo, la más exitosa de todas, forman el ecosistema ideológico y teórico planetario.

Originalmente estas concepciones se diferenciaron por el grado de radicalismo de sus propuestas. Mientras el comunismo, derivado político del marxismo, asumió que las contradicciones de clases eran irreconciliables, por lo cual, para establecer la justicia social era preciso liquidar el capitalismo e instalar la “dictadura del proletariado”, la socialdemocracia consideraba posible realizar reformas que conciliaran intereses y atenuaran contradicciones.

En febrero de 1917, en Rusia abdicó el zar, y ocho meses después los bolcheviques derrocaron al gobierno provisional. Con la Revolución de Febrero se abrieron alternativas para todas las fuerzas políticas rusas que aspiraban a instaurar una democracia liberal, excepto para Vladimir Ilich Lenin que no era liberal ni moderado. En la estación de ferrocarril, donde fue recibido por el Comité Bolchevique de Petrogrado entusiasmado con la Revolución de Febrero, el líder que regresaba tras 15 años de destierro en Suiza, jaló el mantel: “¡No nos interesa la república parlamentaria…! ¡Ni ningún gobierno que no sea el de los soviets…!” “La república, fruto de la insurrección de febrero, no es nuestra república… La misión de los bolcheviques consiste en derribar al gobierno imperialista…. Iniciaremos la revolución internacional”.

Para derrocar al gobierno provisional, Lenin lanzó la consigna de: “Todo el poder para los soviets”, que eran organismos pluripartidistas de los cuales los bolcheviques expulsaron a las otras fuerzas. Los que antes habían roto con la socialdemocracia internacional, lo hicieron también con las fuerzas políticas internas. De ese modo se empeñaron en un proyecto político en solitario e ideológicamente impoluto. Al prohibir las facciones en el partido se suprimió el debate interno y, al controlar la prensa se neutralizó toda crítica. El escenario quedó listo para que, a la muerte de Lenin, Joseph Stalin se empoderara por los siguientes 30 años.

Aquel modelo, con forzada hegemonía y graves problemas estructurales, basados en la total estatización no sólo de la economía sino del conjunto de la vida social, con déficits de libertades y democracia en la sociedad y el partido, se exportó a Europa Oriental, China, Mongolia, Vietnam y tardíamente a Cuba.

Todas las revoluciones han sido movimientos populares y por tanto plurales, como deberían serlo las sociedades a cuya instauración conducen. No hay nada más plural que los pueblos. La democracia y la diversidad no son exclusivas del capitalismo; debido a su naturaleza, el socialismo debería serlo en mayor medida.