Opinión

Desmesura atómica

Probablemente, mientras escribo estas líneas o usted las lee, en los estados mayores de algunas superpotencias nucleares u otros países con gran desarrollo militar, puede estar en marcha el macabro proceso de seleccionar los blancos que serán batidos en caso de desatarse la confrontación caliente entre la OTAN, Estados Unidos y Ucrania contra Rusia. El ejercicio ratifica que las armas nucleares son la gran paradoja de la civilización. En los siglos XX y XXI, cuando la acumulación de cultura humanística y tecnológica alcanzó las más altas cumbres, la difusión de los valores morales y la fe abarca a todo el planeta, la convivencia hizo de la democracia una meta compartida por la humanidad y las ideologías sectarias cedieron ante la tolerancia y la pluralidad, se han creado los medios de destrucción más crueles y definitivos que puedan ser imaginados.

Además de ser la más mortífera, la bomba atómica es la más cara de todas las armas creadas por los humanos para matarse uno a otros y las que más talento y sabiduría ha requerido. Albert Einstein, el científico más destacado del siglo XX, aconsejó a Franklin D. Roosevelt, uno de los políticos más ilustres de la centuria, su fabricación. Para tal propósito fueron convocadas las mentes más universales de su tiempo. Obviamente no se puede criticar a quienes dieron tan decisivos pasos, porque entonces, crear la bomba antes de que lo hicieran los nazis, fue un imperativo de supervivencia para el género humano. Lo que carece de sentido es que quienes la crearon, no hayan reparado en el hecho de que, cuando se utilizó, Alemania había sido derrota, Japón carecía de posibilidades de continuar la guerra y, en cualquier caso, los habitantes de Hiroshima y Nagasaki no eran beligerantes.

Entre 1941 y 1945 Estados Unidos invirtió 2.000 millones de dólares de entonces para fabricar tres bombas, dos de las cuales sirvieron para asesinar a casi 300.000 civiles en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. La primera bomba atómica fue detonada por Estados Unidos el 6 de julio de 1945 en Nuevo México por Estados Unidos y la última en 1996 por Francia. En ese período se realizaron más de 2000 ensayos nucleares en todo el mundo. Desde 1970, fecha de entrada en vigor del tratado de No Proliferación Nuclear ratificado por 190 estados se estableció una estricta regulación acerca de las armas atómicas que no ha sido observada por India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. En 1996 185 países adoptaron el Tratado de Prohibición de todas las Pruebas Nucleares, la última de las cuales fue efectuada aquel año por Francia.

Lejos de frenarse ante el horror desencadenado por los bombardeos a las ciudades japonesas, la humanidad dio pasos que auguraban aún más destrucción y muerte atómica. El 30 de octubre de 1961 en un polígono del Ártico la Unión Soviética detonó la Bomba “Zar”, el mayor artefacto nuclear de toda la historia. Pesaba 27 toneladas, medía 8 metros de largo y su diámetro era de 2.6 Su energía fue de 57 megatones, o sea otros tantos millones de toneladas de TNT, equivalentes a 1500 veces la energía destructora generada en Hiroshima. Su poder fue mayor que el de todas las municiones utilizadas en la II Guerra Mundial. Según se cree, la onda expansiva orbitó tres veces la tierra. La ciencia es la herramienta que sirve para que hombres, movidos por las ansias de hacer bien, traten de imitar a Dios, pero también para que otros emulen al demonio. Ojalá siempre prevalezcan los primeros. Allá nos vemos.