Opinión

El orden mundial

El mundo físico ha existido siempre, al menos desde hace 13 mil 400 millones de años, mientras que la sociedad internacional es más reciente, por mi cuenta poco más de 500 mil años, o sea, medio milenio. En el 1492, en el contexto de la aventura que condujo a la incorporación del Nuevo Mundo y África al “Occidente global”, la Corona Española suscribió las Capitulaciones de Santa Fe y el Papa emitió las Bulas Alejandrinas (1493).

Las Capitulaciones otorgaban a Cristóbal Colón la condición de virrey y gobernador de todo lo que descubriera y, mediante las Bulas Alejandrinas, el Sumo Pontífice, cedió a los Reyes Católicos los territorios descubiertos y por descubrir que se encontrasen por Occidente y otorgaba los mismos derechos a Portugal. Ante la realidad creada por los descubrimientos y las contradicciones entre las potencias de la época, el Papado, primera autoridad internacional reconocida, auspició la adopción del Tratado de Tordesillas en el 1494.

Se trató de un acuerdo entre los reinos de Castilla y Portugal en virtud del cual se repartieron el océano mundial conocido y se delimitaron las fronteras africanas. El Tratado dibujó sobre el globo terráqueo una línea imaginaria de Norte a Sur, disponiendo que, todo lo que se descubriera al Este de dicha línea pertenecería al rey de Portugal y lo encontrado al Oeste sería para los reyes de Castilla y de León... para siempre jamás”.

Así se repartió el Nuevo Mundo, Europa codificó su dominio y se conjuró la guerra entre España y Portugal por territorios. Aquel Tratado estuvo vigente hasta el 1750 y es reconocido por la UNESCO como parte de la Memoria del Mundo. Medio milenio atrás, en el momento civilizatorio de entonces, cuando no existía el derecho internacional, los poderes fácticos encontraron un modo pacífico de, mediante el primer tratado de alcance global, resolver problemas territoriales planetarios.

Aquella enseñanza fue desconocida y los europeos se enzarzaron en interminables disputas territoriales hasta que, en el siglo XX, ante el nefasto precedente de la Primera Guerra Mundial cuando la desaparición de los últimos imperios: austro-húngaro, otomano y ruso, en lugar del fin del colonialismo propició un nuevo reparto del mundo, la humanidad pareció preparada para poner fin a la nefasta práctica de las conquistas y anexiones territoriales.

En el 1941, al promover la alianza antifascista, el presidente Franklin D. Roosevelt, en la Carta del Atlántico propuso a Winston Churchill, un acérrimo defensor del Imperio Británico, un acuerdo según el cual, esta vez, la victoria no conduciría a anexiones ni adquisidores territoriales ni a la modificación de las fronteras y sería el fin del colonialismo.

Un texto así, avanzado todavía para hoy, fue abrazado por la Unión Soviética liderada por Iosiv Stalin, quien no tuvo reparos en forjar una alianza político militar, la cual permitió que en las conferencias de El Cairo (1943), Teherán (1943), Dumbarton Oaks (1944) Breton Woods (1944) Yalta (1945) Potsdam (1945), San Francisco (1945), además de mediante una profusa correspondencia y múltiples encuentros bilaterales se negociara el orden mundial vigente. No es verdad que el orden mundial vigente haya sido impuesto ni que sea rechazado por la mayoría de los países del mundo y no existen pruebas de su ineficacia.

Al amparo de ese orden internacional, a pesar de la Guerra Fría, la histeria anticomunista y numerosos conflictos locales, el mundo conoció la paz, ha tenido lugar un impresionante progreso económico y social, se realizó la descolonización total, el socialismo se estableció como sistema mundial y tuvo sus oportunidades, se suprimieron las dictaduras y la democracia es la regla.

Al abrigo del orden internacional vigente tuvo lugar el impresionante avance que permitió al pueblo chino hacer de su país, uno de los más pobres del mundo, la segunda potencia mundial, permitió el despliegue de una experiencia como la Unión Europea, hizo viable que, en los territorios exsoviéticos, en santa paz, se fundaron más de 20 Estados y Rusia renaciera del caos a donde fue llevada.

En honor a la verdad, la mayoría de los problemas que enfrenta el mundo, más que al orden internacional son atribuibles a la mala gestión de sus gobernantes y a la falta de soluciones nacionales. Un mundo mejor es posible, pero no se abrirá paso a cañonazos ni se forjará con alianzas políticas circunstanciales. Ningún caudillo lo impondrá.