Opinión

Radioactividad verde

La Comisión Europea (Órgano de gobierno de la Unión Europea) ha propuesto que algunas plantas electronucleares se consideren inversiones “verdes”, una insólita iniciativa que ha escandalizado a parte de la comunidad científica, dividido a la Unión Europea y evidenciado que, al comprometerse con factores del mercado y otros intereses, el pensamiento científico puede llegar a negar lo obvio.

Francia, primer productor y exportador europeo de energía electronuclear, junto con la República Checa, Hungría y Finlandia respaldan la idea, mientras Dinamarca, España, Austria y Luxemburgo la rechazan. Alemania que aprueba el gas, se opone a que la energía atómica sea considerada sostenible. Algunos amenazan con llevar el diferendo al Tribunal de Justicia de la Unión Europea.

Sin discutir su eficiencia tecnológica ni la viabilidad económica, no existe ninguna forma de generar electricidad tan contaminante y peligrosa como el átomo que, aun sin accidentes, debido a la extensa cadena de manipulación y procesamiento de materiales radiactivos puede ocasionar graves afectaciones a la salud y entraña enormes riesgos para la vida, verbigracia Chernóbil y Fukushima. Si bien las centrales electronucleares no emplean combustibles fósiles ni producen carbono para generar electricidad, estos se utilizan en enormes volúmenes para crear los millones de toneladas de materiales, principalmente aceros, cementos y otros materiales especiales necesarios para la edificación de dichas plantas. Esos procesos que finalizan en las acerías y otras fundiciones, comienzan en las minas de uranio. Según informes del World Uranium Mining, en 2005, para obtener 41.595 toneladas de mineral de uranio, hubo que remover entre 6 y 7 millones de toneladas de rocas y para producir 1.000 toneladas de óxido de uranio, se generaron más de un millón de toneladas de residuos sólidos y líquidos que conservaban parte de la radioactividad original del mineral.

La minería subterránea de uranio traslada a la superficie enormes cantidades de material radioactivo que de otro modo hubiera permanecido alejada de la atmósfera sin contacto con la biosfera y las personas, mientras el minado a cielo abierto, debido al viento, la lluvia y el trasiego de tierra y mineral, dispersa polvo radioactivo a considerables distancias que, por los acuíferos, ríos, lagos y mares circula por todo el planeta, se infiltra en domicilios y campos de labranza y llega a las mesas donde es consumido.

El material obtenido en lejanos países llega a las plantas de enriquecimiento y fábricas de los países industrializados donde se convierten en derivados del uranio y en barras de combustible. En cada una de estas fases siguen generando residuos radiactivos, uno de ellos el uranio empobrecido que en cantidades de miles de toneladas se ¡regala! a la industria metalúrgica.

No obstante, las consecuencias originadas por los encadenamientos nucleares, palidecen ante el trauma que significan los residuos de la actividad atómica de los cuales es imposible deshacerse debido a que son voluminosos, indestructibles y eternos. No existe ningún material capaz de contener por tanto tiempo los residuos radiactivos, no hay lugar donde enterrarlos ni profundidades marinas donde sea seguro hundirlos, no hay país que quiera recibirlos ni comunidad dispuesta a convivir con ellos. Los residuos nucleares son bombas de tiempo.

Por una falacia científica las municiones fabricadas con uranio enriquecido son consideradas convencionales. Esos proyectiles de tanques y artillería, granadas de mortero y bombas de aviación fueron utilizados en Irak, Bosnia-Herzegovina y Kosovo y Serbia. No participo del fundamentalismo ecológico extremista, ni soy partidario de demonizar ninguna tecnología, sino que creo en la posibilidad de asumirlas todas de modo sostenible, pero es de género sínico pretender realizar un “lavado verde” a la más contaminante y peligrosa manera de recuperar la energía contenida en los átomos. Luego les cuento más.