Opinión

La guerra y la paz

Por largo trecho la violencia supera a la institucionalidad y el autoritarismo a la democracia en el devenir político, no obstante, la humanidad tiene razones para apostar por la paz. A pesar de ello, por desafortunadas circunstancias, la guerra reapareció en Europa involucrando directamente a cuatro potencias nucleares, Rusia, Estados Unidos, Inglaterra y Francia que están a un clic de irse a las manos. Entre los riesgos inminentes, además de la confrontación bélica, figura la amenaza de un desastre nuclear derivado de la arrogancia de quienes se apoderaron por la fuerza y creen posible hacer funcionar a la planta electro nuclear de Zaporozhie bajo un insostenible régimen de ocupación militar.

Otro factor de riesgo es la irresponsabilidad criminal de aquéllos que procuran resolver el problema creado atacando con misiles y cañones zonas aledañas a la instalación y la propia planta. La Guerra ha llegado a Europa de un modo absolutamente sorpresivo, porque con el concurso de Rusia y otros países soviéticos, el continente había logrado rebasar los enormes riesgos de seguridad, incluso nucleares, originados por el colapso de la Unión Soviética.

Cuando en medio de una profunda crisis económica y política, que incluyó la disolución de una unión que había durado 70 años, un golpe de Estado y el surgimiento de más de 20 nuevos Estados, todo ello sin un disparo y miles de armas nucleares quedaron en poder de cuatro países: Rusia, Bielorrusia, Kazajistán y Ucrania, los cuales en 1991 suscribieron varios instrumentos jurídicos para lidiar con aquella peligrosa situación.

El 25 de diciembre, Mijaíl Gorbachov, obligado a renunciar a la presidencia de la URSS, había entregado el “maletín nuclear” a Boris Yeltsin” y con él los códigos para el lanzamiento de los misiles, lo cual descartó a los otros tres países. De ese modo, de facto, se confirió a Rusia la potestad para el uso de tales armas que podían ser disparadas desde el territorio de cualquiera de los otros tres, lo cual era una anomalía inédita y a la larga, inaceptable.

La actitud responsable del presidente de Rusia, Boris Yeltsin, la cooperación de los jefes de los otros tres países involucrados, así como las gestiones del presidente Bill Clinton, evitaron una peligrosa proliferación nuclear. De ese modo, se favoreció la idea de que todo el arsenal nuclear exsoviético se concentrara en Rusia, lo cual permitiría lidiar con un país en lugar de hacerlo con cuatro.

El inventario custodia, desemplazamiento, traslado, desmantelamiento, así como la recuperación del uranio y las decisiones sobre su destino, además de tiempo, difíciles negociaciones y personal altamente calificado, planteaba importantes problemas de seguridad y requería de enormes recursos financieros de los que sólo Estados Unidos disponía y de un clima de confianza que, afortunadamente se creó. Kazajistán y Bielorrusia, aunque reclamaron garantías de seguridad y compensaciones económicas más bien discretas, procedieron a la entrega de sus inventarios.

Ucrania, que poseía el tercer arsenal nuclear del mundo (mil 240 ojivas) y misiles intercontinentales, planteó mayores problemas, lo cual obligó a Estados Unidos y Rusia a esfuerzos diplomáticos y a ejercer presiones. Según el presidente ucraniano Leonid Kravchuk, las palabras: “sanciones y bloqueo” fueron utilizadas con frecuencia.

En 1994 Kiev firmó un memorando según el cual Estados Unidos y Rusia se comprometían a garantizar su seguridad e integridad territorial y a brindarle asistencia económica. Estados Unidos aportó una cantidad inicial de 175 millones de dólares y Moscú canceló la deuda ucraniana por valor de mil 99 millones de dólares. A finales de 1996 se había completado la retirada de los arsenales nucleares de las antiguas repúblicas soviéticas.

Bajo cualquier óptica que se examine, el comportamiento de la agonizante Unión Soviética, de Rusia, que accedió a la independencia en medio de una enorme crisis de todas sus estructuras, así como de los Estados surgidos en los territorios exsoviéticos, fue consecuente con la causa de la paz y la seguridad europea y mundial, proporcionando las bases para un clima de convivencia que duró 30 años y generó un ecosistema político que auguraba un futuro de paz.

Lamentablemente, sin hechos que lo justifiquen y sin haber agotado todos los esfuerzos para solucionar las contradicciones derivadas de la expansión de la OTAN y de los planes para incorporar a Ucrania a la entidad, se ha desatado una guerra que pudo ser evitada. Éste es uno de los casos en que el pasado se gestionó mejor que el presente. Del futuro sólo se sabe que es incierto.