Examinada a escala de los continentes, de modo sumario, la situación militar contemporánea es aproximadamente la siguiente:
Debido a la presencia de Estados Unidos, América es el continente militarmente más poderoso y, también en ese ámbito, es el más tranquilo.
Debido al hegemonía estadounidense y a la aplicación de la Doctrina Monroe durante 200 años, cuyo sentido original era evitar la intervención europea en Latinoamérica, la presencia militar externa en el continente ha sido mínima.
Aunque en América Latina el estamento castrense latinoamericano y el intervencionismo militar norteamericano han sido excesivamente protagonistas, la región se mantuvo al margen de las dos guerras mundiales, apenas intervino en la Guerra Fría, con el Tratado de Tlatelolco (1967) se declaró libre de armas nucleares y, en el 2014, mediante acuerdo de la II Cumbre de CELAC, se definió como Zona de Paz.
Al cesar la alianza de Cuba con la Unión Soviética se extinguieron los vínculos militares extracontinentales y aunque Estados Unidos y Canadá son miembros de la OTAN, ello carece de implicaciones reales para la región. Desde el 1982 cuando se desató la llamada Guerra de Malvinas, no hay ningún conflicto militar externo y, descontando las instalaciones británicas en Malvinas, no existen bases militares de países ajenos al área.
Muy diferente es la situación de Asia. El mayor de los continentes, con una tercera parte de la superficie terrestre y casi la mitad de la población mundial, alberga a cuatro de los nueve países que poseen armas nucleares y concentra más de la tercera parte de los conflictos militares en curso y los que potencialmente resultan más peligrosos. La mitad de los 20 de mayores ejércitos del mundo, son asiáticos.
En el inventario de los conflictos militares en Asia los más alarmantes son los que pueden desatarse como resultado de la confluencia de rivalidades y alianzas que involucran a Estados Unidos, China y Rusia, en el área Asia-Pacífico. A tales contradicciones se suman la rivalidad y las tensiones entre Corea del Norte y del Sur, el conflicto en torno a Taiwán, que implica a China y Estados Unidos, el diferendo nuclear con Irán, y las tensiones de ese país y otros Estados árabes con Israel.
A ello se suma la guerra en Siria que, además de ese país y a los terroristas del llamado Estado Islámico, involucra a Rusia, Estados Unidos y Turquía, y la guerra en Yemen, que incluye a Arabia Saudita, así como los enfrentamientos armados entre Armenia y Azerbaiyán, con la mediación de Rusia.
En la conflictiva miríada de conflictos con proyección militar se añaden los litigios fronterizos y las reclamaciones territoriales entre varios países de la región con particular intensidad entre India y Pakistán y de estos dos países con China; de China con Vietnam, Rusia con Japón y China, entre otras controversias.
Recientemente, Occidente echó uranio al fuego, al concertar una agresiva alianza militar entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos (AUKUS) que ha sumado a Oceanía a la conflictividad militar contemporánea.
En África, donde se mantienen latentes contradicciones territoriales y de otro tipo entre varios países, por razones conocidas, el despliegue militar tiene escasa relevancia global.
El conjunto se completa con el regreso del militarismo y la beligerancia a Europa que pareció pacificarse con el fin de la Guerra Fría y donde, con inaudita e injustifi cada violencia letal, sobre todo para la población y las infraestructuras civiles de Ucrania, con potencial para escalar a acciones nucleares. Todo es más sorprendente porque se trata de una desenfrenada matanza basada en torpes y prejuiciadas presunciones.
A pesar de que Rusia recibió garantías de que no ocurriría, la OTAN se amplió sumando a sus filas a países exsocialistas y a Estados surgidos de los territorios exsoviéticos, cosa que Rusia había advertido que no toleraría y que escaló al límite cuando se hizo evidente que incluiría a Ucrania.
El empeño de sumar a Ucrania a la Unión Europea y la OTAN desató violentas reacciones en Moscú, que respondió anexando a Crimea, apoyando al separatismo en la región de Donbass y por último lanzando una guerra preventiva con contra Ucrania en la cual, por “persona interpuesta”, intervienen la OTAN y Estados Unidos y que está en curso y escala peligrosamente.
El militarismo y las soluciones militares de los conflictos, tendencia típicamente europea, a lo cual Asia era también propensa, perdieron vigencia en la posguerra, cosa que se afirmó con la Unión Europea y pareció definitiva con la desaparición de la confrontación Este-Oeste y el fin de la Guerra Fría, resurgen implacables con la nefasta guerra en Ucrania que hace retroceder cien años a la humanidad.
Cuando no hay confrontaciones militares, la lucha por la paz asume perfiles antimilitaristas, al desatarse las guerras, lo urgente es silenciar las armas, detener las matanzas y dejar de sembrar vientos. Es ahora lo perentorio en Ucrania.