El sábado 7 del presente mes, la organización armada Hamás, que ocupa el poder en la Franja de Gaza desde cuando en el 2007 derrocó a la Autoridad Palestina dominada por Fatah, lanzó un ataque a Israel con el cual violó todas las normas del Derecho Internacional Humanitario secuestrando personas civiles y lanzando ataques sobre blancos indiscriminados. Es decir, una acción terrorista condenable desde todo punto de vista.
Fue una humillación a Israel: su proclamado como invencible Sistema de Seguridad fue violado con drones, palas, motocicletas, camionetas y personas que, desde la Franja de Gaza, rompieron el supuestamente inviolable muro.
La reacción israelí fue brutal, sin alguna consideración a normas internacionales o simplemente humanas: los bombardeos son indiscriminados; las imágenes de edificios civiles arrasados por las bombas, que tanto conmueven cuando suceden en Ucrania, aquí van camino a no dejar piedra sobre piedra. No hay consideración con hospitales ni escuelas; todo ha sido convertido en objetivo militar. La orden del Ejército israelí es sobrecogedora y niega todo rastro de humanidad: no combustible, no electricidad, no alimentos, no medicinas, no agua. Los organismos humanitarios presentes en la Franja lanzan llamados de auxilio, señalan que el agua potable de que disponen no alcanzará para más de ocho días, pero llegan a oídos sordos porque la comunidad internacional está concentrada en respaldar a Israel y condenar a Hamás. Están obstinados en no ver la realidad.
Todo ello agrava la situación de apartheid a que han sido sometidos los palestinos a quienes, tras sucesivas ocupaciones y despojos, han confinado en una estrecha franja de terreno, tal vez la más sobrepoblada del mundo.
El ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, justificó así ese crimen contra la humanidad: “Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”. Si eso no calca el pensamiento nazi, no encuentro otro calificativo. Pero Israel parece tener el monopolio de la victimización por su sufrimiento en el Holocausto (que no fue sólo de judíos, sino también de gitanos, eslavos, comunistas, miembros de la resistencia y discapacitados) y lo esgrimen permanentemente ante el mundo que quiere ignorar que los crímenes que ahora y desde hace décadas cometen contra los palestinos no pueden excusarse por su sufrimiento anterior.
Efectivamente, comenzando por Estados Unidos, la mayoría de los gobiernos del mundo se ha centrado en apoyar a Israel y condenar a Hamás, pero sin nombrar el crimen humanitario que en su respuesta están cometiendo en la Franja de Gaza. Sólo voces aisladas, como la del siempre lúcido y humanista Daniel Barenboin, consagrado pianista y director de orquesta judío, tienen la sensatez de mirar el problema con equidad. En X, antes Twitter, ha dicho que condena “enérgicamente” el ataque de Hamás, pero que el asedio de Israel a Gaza “constituye una política de castigo colectivo que es una violación de los derechos humanos”.
El presidente colombiano, Gustavo Petro, en vez de utilizar el canal de la Cancillería, sentó su posición por X, condenando los sucesivos crímenes de Israel contra Palestina, sin condenar a Hamás; como obvió el protocolo para esos casos, quedó como su opinión y no la oficial del país, con lo cual ha armado una innecesaria polvareda y un nuevo frente de confrontación con los cancilleres de los anteriores gobiernos, y con quienes consideran que condenar a Israel no puede significar excusar a Hamás.
La ONU ha mostrado su insuficiencia y el territorio de ambos países se ha convertido en zona de guerra: para Hamás no existen civiles en Israel, sino sólo colonizadores y para Israel todo palestino es terrorista.
Sólo la acción decidida de la comunidad internacional puede hacer posible el alto al fuego y el diálogo que permita la coexistencia pacífica de los dos países. Ligerezas como la del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quien afirmó, en una reunión con líderes de la comunidad judía, haber visto bebés decapitados por Hamás (“Nunca pensé que vería y tendría confirmadas imágenes de terroristas decapitando a niños”); sólo porque en un kibutz alguien se lo dijo, lo cual se confirmó era falso, contribuyen a enrarecer el ambiente y crear más odio. Se impone el deber de responsabilidad para perseverar en el empeño de aplacar los odios y acercar la convivencia en paz.