Opinión

Toda la narrativa de la Guerra Fría se construyó sobre la base de supuestos: pruebas nucleares, maniobras militares y datos de espionaje nunca corroborados

Toda la narrativa de la Guerra Fría se construyó sobre la base de supuestos: pruebas nucleares, maniobras militares y datos de espionaje nunca corroborados. Lo más cercano a lo real fue la Guerra de Corea saldada con unas tablas. Otros test reveladores de la eficacia real de las superpotencias fueron la Guerra en Vietnam y la intervención en Afganistán, donde Estados Unidos y la Unión Soviética obtuvieron notas bajas.

Durante más de 70 años, excepto el paréntesis de la II Guerra Mundial, la Unión Soviética enfrentó a Estados Unidos y Europa Occidental, dotados de un poderío militar equivalente, sin embargo, a pesar de frecuentes provocaciones y crisis, el poder real y la determinación de la URSS y sus aliados del Tratado de Varsovia, nunca fueron puestos a prueba, excepto en Cuba, en el 1962, durante la llamada Crisis de los Misiles, momento en el cual Fidel Castro estuvo a la altura.

Durante la guerra en Ucrania las Fuerzas Armadas rusas que operan con todas las ventajas dado la correlación de fuerzas y la logística, el dominio aéreo y naval total, no han mostrado un desempeño a la altura de los anales de la Gran Guerra Patria, lo cual pudiera ocurrirles también a los actores Occidentales que, afortunadamente todavía no han sido puestos a prueba.

La explicación pudiera radicar en que son otros tiempos, otras motivaciones y sobre todo otras personas, incluidos, no sólo los combatientes de fila, sino también líderes y los mandos que, colocados ante situaciones límites, reaccionan de manera acorde a las expectativas del momento. Las glorias y las hazañas pasadas son referentes que se pueden admirar, pero no repetir, lo cual vale para todos los actores.

Aunque todavía no han sacrificado ni un ápice de bienestar a causa de la guerra, ni han puesto un solo muerto, Estados Unidos, Europa y la OTAN han aportado a la causa de Ucrania recursos financieros y tecnológicos cuya cuantía es percibida por algunos círculos de esos países como exagerados, incluso se escuchan algunos llamados a cesar. Ojalá la disposición al sacrificio no sea sometida a la prueba de cuando Estados Unidos dejó de fabricar autos y electrodomésticos, para construir tanques, cañones y aviones de combate.

En su avance hacia las fronteras rusas, de modo festinado, la OTAN sumó a sus filas a Albania, Bulgaria, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Hungría, Polonia y Rumania, países exsocialistas de Europa Oriental, así como a Estonia, Letonia, Lituania, Montenegro y Croacia, Estados independizados de la URSS y Yugoslavia, sin reparar que durante su larga convivencia, del mismo modo que se crearon reservas, se forjaron afectos y surgieron mecanismos de complementación económica, tecnológica, comercial y de todo tipo que Rusia ha mantenido, explotado y cultivado y que de algún modo siguen vigentes.

A los factores materiales se suman los elementos culturales y de la conciencia social, incluso estereotipos que, la pertenencia a la Unión Soviética o la alianza con ella, unidos a la intensidad de la enculturación y el adoctrinamiento, incorporaron en la cultura política que funciona como una especie de ADN ideológico que a veces se enraízan profundamente.

Esos fenómenos, asociados a dilatados y complejos procesos que operan en la superestructura y la conciencia social de millones de personas de numerosos países, explican porqué del mismo modo que en los otrora países socialistas y territorios exsoviéticos se manifiestan sentimientos y actitudes dictadas por la rusofobia, también existen quienes asumen lo contrario y se comportan como admiradores o partidarios de Rusia.

Aunque no creo que sea el caso, existen comportamientos, como el del Gobierno húngaro que, lejos de apoyar a la OTAN, constantemente se distancia de sus enfoques. La metáfora del Caballo de Troya, ronda los ambientes bélicos europeos.