Opinión

El movimiento feminista no sólo ha sido ignorado en la historia oficial, sino que los discursos patriarcales han distorsionado las causas que explican su surgimiento

Confieso que me emocioné cuando Liliana Hernández anunció el inicio de la obra y nos invitó, a un público expectante, a recorrer la Sala Yucatán, los pasillos y jardines de la estación de Radio Yucatán 92.9 FM, para observar cómo unas “Bravas muchachas” se apropiaban de la historia, aquella que en realidad les pertenece y de la que son indiscutiblemente sus legítimas herederas.

Y quiénes mejor que ellas, las integrantes de “Corriendo con Lobas. Experiencia escénica”, para rescatar del olvido la historia del feminismo yucateco y ponerla al servicio de las nuevas generaciones, recreándola, pero también ligándola a las problemáticas actuales que seguimos enfrentando las mujeres hoy en día.

La historia de las mujeres que lucharon por nuestros derechos está ausente en los libros de texto, aunque sí presente en algunas publicaciones académicas que, sin negar su importancia, son de escasa circulación entre la mayoría por su alto costo.

La buena nueva es que estoy segura de que esta puesta en escena, con los recursos de la dramaturgia que utilizan y la excelsa actuación de las jóvenes que les dan vida a personajes emblemáticos como: Elvia Carrillo, Rosa Torres, Beatriz Pechiche y Raquel Dzib (me encantaría ver a Felipa Poot entre ellas), capturaron el interés de las personas que asistimos y que seguramente quedaron deseosas de conocer más sobre este tema fundamental.

Y es que el movimiento feminista no sólo ha sido ignorado en la historia oficial, que se caracteriza por ser androcéntrica, sino que los discursos patriarcales han distorsionado las causas que explican su surgimiento, cuáles han sido y son sus objetivos, así como las condiciones que hemos enfrentado las mujeres, en cada etapa histórica, para lograr avances en la consecución y cumplimiento de nuestros derechos.

Por eso celebro que, de manera didáctica, inteligente y amena, nos expliquen estas jóvenes lo antes mencionado, mientras nos guían para subir y bajar escaleras, recorrer senderos arbolados, escuchar encendidos discursos u observar como cantan y juegan.

Me sorprendió gratamente la capacidad de estas “Bravas muchachas” que supieron vincular en las escenas el ayer con las necesidades urgentes de hoy, y no pude más que sonreír ampliamente cuando a la mitad del evento nos distribuyeron “La nueva Brújula del Hogar”, dando continuidad y actualizando a la primera que tanto rechazo generó en los grupos conservadores de Yucatán en 1922, ya que aquella publicación informaba a las mujeres, de aquel entonces, sobre los sistemas de regulación natal.

Dicen las pedagogas que el conocimiento vinculado con emociones y sentimientos penetra más profundamente en nuestra conciencia, por eso reconozco que reír y llorar junto a personajes históricos durante esta representación teatral es la mejor manera de sensibilizarnos sobre ciertos temas. En este caso conocer, a través de la obra “Bravas muchachas.

La historia también es nuestra”, el gran esfuerzo y sacrificios realizados por nuestras ancestras para ganar los derechos que disfrutamos nosotras, las mujeres actuales, nos cala muy hondo y motiva para continuar luchando. Así, contagiada por la alegría que expresaron, estuve a punto de aplaudir antes de tiempo e interrumpir la función cuando casi en coro los personajes anunciaron felices que, por primera vez en la historia de México, en 1923, fueron electas mujeres para ocupar, una de ellas el cargo de regidora en el Ayuntamiento de Mérida, y las otras tres el de diputadas locales.

Pero también compartí la enorme tristeza que expresaron las actrices a través de sus personajes, cuando les informaron del asesinato de Felipe Carrillo Puerto, de tres de sus hermanos y su equipo más cercano.

La frustración y la rabia me acompañó al escuchar, a través de sus decididas voces, cómo fueron perseguidas y acosadas por la elite opresora, que las obligaron a renunciaron a sus cargos, cómo invadieron, saquearon sus casas y, en el caso de Elvia Carrillo, amenazaron de muerte. Pero lo mejor fue el final.

Debo decir que yo siempre he insistido en mis escritos que el feminismo no es homogéneo, está dividido en corrientes y quienes lo conformamos no siempre hemos estado de acuerdo en las estrategias que debemos seguir. Sin embargo, en lo fundamental estamos de acuerdo, por lo tanto, debemos encontrar el camino que nos una, rompiendo egos y protagonismos personales para sumar nuestras fuerzas y ser solidarias entre nosotras.

Esta necesidad quedó bien expresada en la obra cuando una Elvia, entristecida por lo vivido, es abrazada por sus amigas mientras entonan alegremente una canción infantil dejándonos un buen sabor de boca y en nuestra mente el estribillo de “arroz con leche me quiero casar con una muchacha que sepa luchar…”