Opinión

Europa ayer y después

El avance de Europa sobre Asia, África y el Nuevo Mundo constituye el más gigantesco trasvase cultural y la mayor transferencia de tecnología realizada en toda la historia.

A lo largo de 300 mil años de historia, la especie humana genéticamente homogénea, culturalmente diversa e instintivamente gregaria, construyó la civilización universal, un entramado, aunque diverso, afín en aspectos esenciales. Aunque procede de un tronco común, la humanidad se manifiesta en culturas y civilizaciones, pueblos, naciones y Estados distintos que se desarrollaron a diferentes velocidades.

Avanzar más rápido en áreas decisivas no hizo a unos pueblos mejores que otros, pero los dotó de capacidades para imponerse. El mayor desarrollo económico y tecnológico, despertó en las élites de todas las latitudes, las tendencias al saqueo y la opresión. Las conquistas y el colonialismo dieron lugar a guerras que envenenaron las relaciones internacionales.

El hecho de que fuera en Europa, donde más rápido y eficazmente se desarrollaron la industria y la agricultura, progresaron los oficios y las artes y se avanzara más consistentemente en el fomento de la cultura material, la espiritualidad, la ciencia y la tecnología, la creación artística y la edificación de instituciones y sistemas políticos avanzados, colocaron al llamado Viejo Continente en posiciones de predominio.

El avance de Europa sobre Asia, África y el Nuevo Mundo constituye el más gigantesco trasvase cultural conocido y la mayor transferencia de tecnología realizada en toda la historia. Mediante aquel proceso, el Viejo Continente compartió con el resto del mundo sus saberes y oficios, sus técnicas, lenguas, artes y su literatura, protagonizando la más colosal de las revoluciones sociales, a la par que el mayor ajuste geopolítico conocido.

El proceso, extremadamente violento y cruento, no transcurrió en una sola dirección. Europa, que proporcionó bienhechurías, también las recibió y tal vez, en algunas áreas, ganó más de lo que aportó. No obstante, a pesar de las injusticias cometidas por las potencias coloniales, se estableció como el más atractivo paradigma civilizatorio.

El legado europeo que no es sólo económico y tecnológico, sino también cultural y social, incluyó la cultura material, la fe, los valores morales, los preceptos legales y las doctrinas humanistas, el apego a la libertad en todas sus manifestaciones, las ansias de bienestar y los derechos humanos y civiles.

El modelo económico desarrollado en Europa, conocido como capitalismo, cuya idoneidad como factor de progreso está probada, el liberalismo filosófico en todas sus expresiones, así como las instituciones creadas allí, especialmente la democracia, el Estado de derecho, la soberanía popular, la separación de poderes y el Gobierno colegiado fueron adoptadas por todos los pueblos de la Tierra.

Aunque con justicia se exige de Europa compensaciones o disculpas, ello no implica renunciar a su legado. No existe ningún país que no aspire a vivir en democracia en Estados de Derecho, a elegir a sus parlamentarios y gobernantes, disfrutar de las bondades que supone la existencia de la prensa independiente, la libertad de conciencia y de cátedra, el derecho a ser juzgado mediante leyes escritas por jueces legítimos y los derechos proclamados.

Europa, cuna y fragua de una civilización avanzada, ha sido también escenario de devastadoras guerras, entre ellas dos mundiales, doctrinas tóxicas como el militarismo, el fascismo, el antisemitismo y la superioridad racial, máculas que no impidieron el desarrollo del pensamiento y las prácticas liberales y socialistas, así como el avance hacia la integración económica y política expresado en la Unión Europea, una conquista civilizatoria alcanzada pacíficamente que, una vez más, levanta un paradigma.

La guerra en Ucrania, una aberración circunstancial en la riada formada por la historia de la humanidad, ha conllevado a confusas alusiones acerca del papel de Europa y del llamado “Occidente global” que algunos voceros, en busca de justificaciones, llegan a calificar como adversarios de la humanidad. La verdad es que, conservando su identidad, los pueblos asiáticos, latinoamericanos y africanos han incorporado elementos sustanciales y valores de la cultura europea devenidos universales.

Confundir a Europa con la OTAN, asumirla como adversaria y excluir de ella a Rusia es un grave error que, entre otras tendencias negativas, alienta la creencia de que existe la necesidad de construir una alternativa a Occidente, lo cual induce un conflicto entre las civilizaciones que siempre fue artificial.

Como otras tantas veces, la paz que no debió ser turbada, regresará y con ella la humanidad, sin exclusiones, sin fobias y sin mezquinos afanes de conquistas y hegemonías, avanzará hacia las tendencias naturales regidas por la integración y la búsqueda de metas compartidas.