Reiteradamente escuché a líderes y autoridades predicar que, en materia de desarrollo, era preciso tomar la técnica en el lugar en que estuviera, adoptando así el credo de que los países pobres no podían reproducir los caminos recorridos por los países desarrollados ni avanzar a la misma velocidad que lo hicieron aquellos.
Los llamados tigres asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur) y China, en unas décadas se colocaron al nivel de los países más desarrollados, porque adoptaron modelos y políticas económicas correctos que combinaron el mercado con el planeamiento, la economía interna con la exportación y la inversión extranjera y local con el gasto público.
Esos y otros países, hoy potencias emergentes, combinaron en dosis exactas la economía liberal con la intervención estatal y el sector público con el privado, apostando por las ramas más avanzadas donde las tasas de amortización de las inversiones, la productividad del trabajo y el rendimiento de la tierra, reducen los riesgos y dan lugar a elevados márgenes de rentabilidad.
En todos los casos las políticas desarrollistas incluyeron importantes programas educacionales, concebidos, no como acciones filantrópicas, sino como parte de los programas de desarrollo que requerían masas de ingenieros, técnicos y obreros calificados que salían de las aulas para integrarse a la producción maximizando su aporte. Divorciada de la lógica del desarrollo la educación, en particular la educación media y superior, es más costo que beneficio.
No obstante los avances logrados, la brecha digital ocasiona múltiples efectos negativos. La población afectada por el analfabetismo, la sub escolarización de adultos y las escasas habilidades de la fuerza de trabajo empleada en la economía urbana informal, así como en tareas manuales extenuantes y rutinarias y mal remuneradas no está en condiciones de aprovechar las ventajas que ofrecen las nuevas tecnologías y conceptos asociados a la sociedad de la información.
El handicap cultural afecta también a funcionarios, empresarios, emprendedores, trabajadores y autoridades locales y regionales, así como maestros, profesores incluso académicos y directivos que realizan sus labores, y ejercitan la dirección de procesos, al margen de los avances del sector informático.
En este universo que, según algunos entendidos comprende a las tres cuartas partes de la humanidad, pueden encontrarse líderes a los cuales la ignorancia conduce a la subestimación de este el sector que marca el paso en el progreso general, por lo cual son omisos en su estimulación.
Del mismo modo que la alfabetización necesita de lápices, libretas, cartillas, locales y maestros primarios, la educación digital requiere de infraestructuras que respalden la conectividad y de equipos de cómputo y periféricos que permitan la generalización del progreso.
A las condicionantes objetivas que frenan la integración de las nuevas tecnologías y los procesos digitales a las economías nacionales, se suman los prejuicios levantados frente a la inteligencia artificial, especialmente al ChatGPT su exponente más popular y al aprendizaje profundo.
A ello se añaden algunas alertas que consideran a estos recursos avanzados como fabricantes de ideologías o elementos de presunta “guerras culturales” alertando sobre amenazas que en realidad son primitivos palos en las ruedas del desarrollo.